No tengo ni idea de si todavía hay gárgolas en el edificio que ocupa el número 16 de la calle Argumosa de Madrid. Aún no me he acercado a comprobarlo. Me sorprende que siendo yo husmeadora de siniestros motivos como me considero, no lo haya hecho inmediatamente tras leerme las páginas de esta novela, pero así las cosas: la vida que a veces la sorprende a una.En esa finca en cuestión del barrio de Lavapiés, nos cuenta esta preciosa conjunción de historias, que viven diferentes personajes. Ubicando a cada uno es su piso y por medio de bonitas ilustraciones de su autora, el libro nos va desgranando algunas de las miserias y alegrías (pocas) de estos vecinos, durante un trocito de tiempo de los años tristes de la España de la Posguerra.Se queda el lector con regusto amargo una vez transcurridos los desenlaces de cada nudo argumental; se asoma cuando los termina a la melancolía de un patio de vecinos en donde pasan más cosas de las que se cuentan y se saben muchísimas más de las que se reconocen.Y se quedan las ganas de ir hasta Lavapiés, a tomarse unas cañas y pararse junto a ese gran banco y esa cafetería que refiere el prólogo. A lo mejor hay suerte y se ve alguna gárgola diabólica con algo que contar.O no, la vida tiene sus caprichos.
La vida de las paredes; Sara Morante. Barcelona: Lumen, 2015
No tengo ni idea de si todavía hay gárgolas en el edificio que ocupa el número 16 de la calle Argumosa de Madrid. Aún no me he acercado a comprobarlo. Me sorprende que siendo yo husmeadora de siniestros motivos como me considero, no lo haya hecho inmediatamente tras leerme las páginas de esta novela, pero así las cosas: la vida que a veces la sorprende a una.En esa finca en cuestión del barrio de Lavapiés, nos cuenta esta preciosa conjunción de historias, que viven diferentes personajes. Ubicando a cada uno es su piso y por medio de bonitas ilustraciones de su autora, el libro nos va desgranando algunas de las miserias y alegrías (pocas) de estos vecinos, durante un trocito de tiempo de los años tristes de la España de la Posguerra.Se queda el lector con regusto amargo una vez transcurridos los desenlaces de cada nudo argumental; se asoma cuando los termina a la melancolía de un patio de vecinos en donde pasan más cosas de las que se cuentan y se saben muchísimas más de las que se reconocen.Y se quedan las ganas de ir hasta Lavapiés, a tomarse unas cañas y pararse junto a ese gran banco y esa cafetería que refiere el prólogo. A lo mejor hay suerte y se ve alguna gárgola diabólica con algo que contar.O no, la vida tiene sus caprichos.
No tengo ni idea de si todavía hay gárgolas en el edificio que ocupa el número 16 de la calle Argumosa de Madrid. Aún no me he acercado a comprobarlo. Me sorprende que siendo yo husmeadora de siniestros motivos como me considero, no lo haya hecho inmediatamente tras leerme las páginas de esta novela, pero así las cosas: la vida que a veces la sorprende a una.En esa finca en cuestión del barrio de Lavapiés, nos cuenta esta preciosa conjunción de historias, que viven diferentes personajes. Ubicando a cada uno es su piso y por medio de bonitas ilustraciones de su autora, el libro nos va desgranando algunas de las miserias y alegrías (pocas) de estos vecinos, durante un trocito de tiempo de los años tristes de la España de la Posguerra.Se queda el lector con regusto amargo una vez transcurridos los desenlaces de cada nudo argumental; se asoma cuando los termina a la melancolía de un patio de vecinos en donde pasan más cosas de las que se cuentan y se saben muchísimas más de las que se reconocen.Y se quedan las ganas de ir hasta Lavapiés, a tomarse unas cañas y pararse junto a ese gran banco y esa cafetería que refiere el prólogo. A lo mejor hay suerte y se ve alguna gárgola diabólica con algo que contar.O no, la vida tiene sus caprichos.