La vida de las paredes - Sara Morante

Publicado el 07 marzo 2016 por Elpajaroverde
Existen lugares frontera, lugares cuyos muros suponen una barrera infranqueable entre lo real y lo onírico, entre la algarabía de la vida y la letárgica y melancólica cadencia de ir dejándose morir. Existen edificios tras cuyas paredes el tiempo deja su propia impronta, las agujas del reloj pareciesen detenidas y sin embargo las horas pasan, y los días, inexorables. Las paredes oyen, las paredes ven, las paredes saben, son un registro. Las paredes hablan pero hay que descifrar su idioma. Las paredes gritan silenciosas pero hay que estar dispuestos a escuchar. Las paredes guardan secretos, de vidas detenidas, de vidas dejándose apagar, de un hambre por vivir atado y silenciado.
Existen libros frontera (mentira, los libros nunca son frontera), libros que albergan un mundo propio, como una ensoñación. Meterse en sus páginas es descender a otra realidad, desafiar la frágil e inquebrantable quimera de una desconocida dimensión. Todo en ellos es un conjuro, todo una confabulación. Estamos rendidos, atrapados, sin querer que se rompa esa suerte de hechizo.
"A veces, superado por la desesperación, el artista dejaba de pintar unos días y entonces se marchaba dejando a la inválida sola. Ella no podía seguirle con su cadera partida. En una ocasión, enfurecida, se precipitó por las escaleras de mármol con la intención de alcanzarlo. Él no cambió de idea y la Musa quedó herida de muerte, y esa herida enquistada fue apagando su espíritu hasta convertirla en un maniquí sin voz, encerrada de por vida entre las cuatro paredes de aquella buhardilla con olor a aceites y trementina."

Portada de La vida de las paredes

En la calle Argumosa existió un edificio, un caserón de principios de siglo XX. Sus techos, altos; sus escaleras, sinuosas; una hermosa vidriera coronándolo con una mujer danzante en su centro, explosión de color en el día, misterioso juego de sombras al llegar la oscuridad. Cuatro gárgolas extrañas y desafiantes custodiaban el edificio, solo dos continúan erguidas en lo alto de la nueva construcción que sustituye al antiguo casón. Primero, segundo, tercer piso. Un ático y una portería. Ojos que se asoman a paredes vecinas, fotografías antiguas cuyos protagonistas se escapan de noche a vivir vidas prohibidas, música que trae sangre nueva de afuera que hace latir la añeja, un pájaro enjaulado que de repente un día ya no está. Un cuarto de la caldera con mucho que callar y en lo alto las gárgolas, siempre las gárgolas, histriónicas, delirantes, vigilantes. Nadie les presta atención. Casi nadie.
Existe un libro en el que aún se conserva el viejo inmueble tal y como fue antes de su remodelación. Aún en sus páginas sale y entra su propietaria, descifra los secretos de las paredes el niño de los López-Valero y se sigue esperando el regreso del gato de doña Teresa. Aún el paragüero besa el retrato de su madre antes de dejar cada día su piso y sigue engañando al estómago la bordadora. La Musa continúa esperando a su artista y sigue en la portería la vieja portera mirando tarde tras tarde la novela en el televisor. Y en lo alto aún son cuatro las gárgolas, cuatro y no dos, vigilantes y vigiladas.
El libro está escrito por Sara Morante y también por ella dibujado. Es su primera novela, no así su primer trabajo de ilustración. Edita Lumen que nos regala una edición preciosa, casi de cuento, una delicia, una exquisitez. Y así, como si de un cuento se tratase, al abrir sus tapas ya nos penetra un olor nuevo, denso y ligero, dulzón en su frescor, embriagador pero apenas perceptible, el aroma inconfundible y a la vez desconocido de un mundo propio. La combinación es perfecta. No es un ilustrador ilustrando para un escritor ni un escritor escribiendo para un ilustrador. El texto de Sara Morante ilustra sus imágenes, sus dibujos escriben lo que sus palabras pretenden contar.
La escritura de Morante es como sus ilustraciones: elegante, misteriosa, sencilla y a la par apoyándose en mil detalles enriquecedores. Son pistas, huellas, migas de pan. Un más que digno estreno como escritora, aunque insisto en que su libro es una suma de lo escrito y lo ilustrado. Elije para su primera incursión en la escritura dejar hablar a las paredes, y estas nos cuentan de vidas truncadas, de dolores ahogados, de seres empeñados en su soledad y su aislamiento. Hay quien se quedará con ganas de saber más de lo ofrecido, a mí me gusta en cambio que sea así. Me gusta que los personajes se queden conmigo tras concluir un libro, me gusta que las paredes me sigan hablando, su papel pintado, esbozado, pincelado, un viejo edificio resistiéndose a morir.
"Su vida no siempre había sido así, pensó, hubo un tiempo en el que fue feliz. No, en el que deseaba ser feliz, se corrigió, y aquel deseo era lo más parecido a la felicidad que conocía. Deseó la felicidad cuando no sabía nada, cuando la vida era un horizonte blanco y luminoso que la cegaba y todo estaba por hacer."
Existen libros que albergan un mundo propio, decadente, costumbrista, rayando en surrealista. Existe un libro que abre la puerta a un caserón antiguo en la calle Argumosa, una vidriera en el techo, cuatro gárgolas en lo alto de las que solo quedarán dos. Existe un libro que cuenta la historia de las otras dos.

Pensive Gargoyle. Fotografía de the norse


Ficha del libro:
Título: La vida de las paredes
Autora: Sara Morante
Editorial: Lumen
Año de publicación: 2015
Nº de páginas: 160
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