La vida de nadie no es, en línea con las estructuras más habituales y frecuentes en la materia, un relato acerca de una mentira episódica, puntual, que desencadena avatares diversos en el devenir vital de sus personajes; tampoco es una alegoría genérica –aunque de ella quepa extraer diversos mensajes en tal sentido, sobre los que volveré más adelante- acerca de la mentira como factor humano. Se trata de la historia de una mentira colosal, superlativa, una mentira que abarca la vida toda de su protagonista, convirtiéndolo en un ser ficticio, irreal, inexistente: en nadie, propiamente dicho. En ese sentido, la mentira termina convirtiéndose más en un personaje que en un elemento circunstancial de esa historia, y el hecho de que tengamos constancia, porque así se nos dice, y así sabemos que es, de que está basada en un caso real, no hace sino añadir una mayor carga paradójica a su relato: el de una mentira completamente verdadera (valga el fácil juego terminológico).
Un relato que, en cualquier caso, se nos muestra, desde esa premisa argumental tan prometedora, pleno de elementos de interés; interés que se ve confirmado por la verosimilitud del trazado de la historia (en la que sólo algún episodio puntual particularmente truculento, con algún retruécano rayano en lo granguiñolesco, da la nota disonante al rspecto), por su implacable progresión, basada en un ritmo narrativo francamente bien conseguido (algo de mucho mérito, si atendemos a la circunstancia de que nos encontramos ante la opera prima de su director, Eduard Cortés, hombre curtido en las lides televisivas, pero sin experiencia previa alguna tras las cámaras cinematográficas), y por las excelentes interpretaciones de su cuarteto de intérpretes principales –posiblemente, el elemento más espectacularmente destacado de la función-.
Jose Coronado, que da vida a Emilio Barrero, protagonista central y eje sobre el que se apoya todo el entramado dramático de la película, borda un papel al que dota de una contención y "normalidad" alejados totalmente del más mínimo punto de histrionismo. Su composición, en línea con una pauta de trabajo que viene reafirmándose y consolidándose en los últimos años, con un buen número de interpretaciones tan variadas en registro como brillantes en sus prestaciones, se ajusta como anillo al dedo a la idiosincrasia de su personaje y logra algo tan difícil como hacer creíble el que alguien haya podido interiorizar tanto sus mentiras como para convertirlas en algo trivializado, la materia de la que se componen sus rutinas diarias, pasando, sin solución de continuidad, de moverse en el filo de la navaja (salvando in extremis el riesgo de un embargo de su vivienda) a practicar una tarea doméstica insustancial (doblando unas sabanas junto a la lavadora), y todo ello, con el mismo gesto impasible e inmutable. Genial. Y réplica a la misma altura le da su compañera de reparto, Adriana Ozores, que, en su enésimo papel de esposa y madre amantísima, se despliega con esa naturalidad y eficacia a la que, dentro de tan habituales registros, nos tiene acostumbrados (y no creo que quepa hacer mucha mayor alabanza que ésa al respecto). Los dos personajes restantes que, sin alcanzar el rango protagónico, sí adquieren un peso importante en la película –Sara, la canguro, y ....., el hijo de ambos- son también magníficamente encarnados por Marta Etura y .......: ninguno de los dos desmerece respecto al nivel exhibido por las dos estrellas estelares del reparto, y aunque su presencia en pantalla es bastante menor, sus apariciones siempre son significativas y bien resueltas.
La vida de nadie, aunque no sea ésa su intencionalidad (o, al menos, no lo parezca, porque no se aprecia el más mínimo espíritu de moralina en su trazo), también nos deja, así, como de soslayo, y conforme ya se apuntaba arriba, algunas consideraciones de ésas que cabría calificar como "de mensaje", líneas subterráneas que cabe espigar entre las de su "texto": una suerte de alegoría acerca del poder del amor (al fin y al cabo, el único ariete capaz de derribar, aun cuando sea de forma casual y no buscada, el muro de la mentira); y una reflexión acerca de las responsabilidades colectivas, acerca de cuánto y de qué manera se implica cada cuál y cada cuál contribuye a que algo termine derivando y desembocando en otra cosa bien distinta (sólo uno miente, pero, ¿qué hacen los demás? ¿consienten porque ignoran? ¿prefieren ignorar? ¿es posible ignorar sin voluntad al respecto? ¿qué responsabilidad les cabe en ello, también han "pecado" por omisión? Apuntes y reflexiones que, aun no pretendidos con especial ahínco, incrementan, aún más si cabe, la valía y riqueza del producto.
En conclusión, se puede decir que estamos ante una película estimable; no una obra maestra, ciertamente, pero sí un film que no desmerece, en lo más mínimo, respecto a sus precedentes de allende los Pirineos (al menos, de aquel que he visto -de los dos de que tengo constancia-, que es El empleo del tiempo, película con la que apenas guarda más similitudes que las que marca la identidad temática), y que, desde luego, lo que sí consigue de manera sobrada es desmentir de manera rotunda a toda la caterva de pregoneros del desastre del cine español, todos esos que lo tratan como si su capacidad para generar productos de interés fuera nula. No es, ciertamente, para lanzar cohetes al espacio, pero tampoco otras cinematografías, en términos de comparación proporcional, podrían sacar a la nuestra demasiados cuerpos de ventaja. La vida de nadie constituye un digno ejemplar al respecto, y se trata de una película altamente recomendable. No se la pierdan, amigos lectores, si tienen ocasión.