Película mexicana. Opera prima dirigida por un egresado del CCC. ¿La historia?: dos hermanos tienen que lidiar con su mamá deprimida. "Ya la vi", dirá usted", se llama Las Lágrimas". Pues no, no es Las Lágrimas (Delgado Sánchez, 2012), presentada en Morelia 2012 y aún sin visos de ser exhibida comercialmente. Se trata de La Vida Después (México, 2013), opera prima de David Pablos que, a pesar de que maneja más o menos la misma premisa argumental, explora con otro tono, mucho más seco, mucho más duro, el mismo escenario de desamparo y confusión que se presenta en Las Lágrimas. Estamos en Sonora, probablemente en Guaymas. Rodrigo (Rodrigo Azuela) cumple 18 años y su mamá perpetuamente deprimida Silvia (María Renée Prudencio) lo lleva a él y a su hermanito menor Samuel (Américo Hollander) a cenar en algún restaurantito. Unos días después, sin decir agua va a no ser un escueto mensaje ("Perdón. Tuve que irme. Mamá"), la mujer abandona la casa, dejando a los dos hijos al garete. Aparentemente, se fue a Nacozari (¿o Cananea?), a la casa familiar que los dos muchachos conocieron en su infancia. Con un puñado de pesos enviado por la propia Silvia, Rodrigo y Samuel deciden ir en busca de la madre. Es decir, deciden ir en busca de sí mismos. La cinta, escrita por el propio cineasta debutante y Gabriela Vidal, es una road-movie iniciática en la que los dos hermanos definirán, finalmente, quiénes son. Rodrigo, que comparte el mismo lunar de la madre, carga también la herencia de la destructiva inestabilidad familiar y no sólo la depresión de Silvia, sino la sombra del suicidio del abuelo, cuyo funeral vimos en el prólogo del filme. Samuel, el menor, más centrado, menos agresivo, aprenderá en el camino a crecer, es decir, a decir que no, a mentir para sostener la esperanza y, finalmente, a cortar por lo sano con ese lastre con el que ha vivido desde la infancia. Los escenarios desérticos de Sonora, esos pueblos en donde azota la insoportable canícula, son bien aprovechados por la cámara de José de la Torre, mientras que el reparto no ofrece una sola nota discordante, incluyendo a los niños que interpretan a Rodrigo y Samuel en el prólogo del filme. En suma, una sólida opera prima en la que Pablos se nos muestra como un cineasta sensible e inteligente.
Película mexicana. Opera prima dirigida por un egresado del CCC. ¿La historia?: dos hermanos tienen que lidiar con su mamá deprimida. "Ya la vi", dirá usted", se llama Las Lágrimas". Pues no, no es Las Lágrimas (Delgado Sánchez, 2012), presentada en Morelia 2012 y aún sin visos de ser exhibida comercialmente. Se trata de La Vida Después (México, 2013), opera prima de David Pablos que, a pesar de que maneja más o menos la misma premisa argumental, explora con otro tono, mucho más seco, mucho más duro, el mismo escenario de desamparo y confusión que se presenta en Las Lágrimas. Estamos en Sonora, probablemente en Guaymas. Rodrigo (Rodrigo Azuela) cumple 18 años y su mamá perpetuamente deprimida Silvia (María Renée Prudencio) lo lleva a él y a su hermanito menor Samuel (Américo Hollander) a cenar en algún restaurantito. Unos días después, sin decir agua va a no ser un escueto mensaje ("Perdón. Tuve que irme. Mamá"), la mujer abandona la casa, dejando a los dos hijos al garete. Aparentemente, se fue a Nacozari (¿o Cananea?), a la casa familiar que los dos muchachos conocieron en su infancia. Con un puñado de pesos enviado por la propia Silvia, Rodrigo y Samuel deciden ir en busca de la madre. Es decir, deciden ir en busca de sí mismos. La cinta, escrita por el propio cineasta debutante y Gabriela Vidal, es una road-movie iniciática en la que los dos hermanos definirán, finalmente, quiénes son. Rodrigo, que comparte el mismo lunar de la madre, carga también la herencia de la destructiva inestabilidad familiar y no sólo la depresión de Silvia, sino la sombra del suicidio del abuelo, cuyo funeral vimos en el prólogo del filme. Samuel, el menor, más centrado, menos agresivo, aprenderá en el camino a crecer, es decir, a decir que no, a mentir para sostener la esperanza y, finalmente, a cortar por lo sano con ese lastre con el que ha vivido desde la infancia. Los escenarios desérticos de Sonora, esos pueblos en donde azota la insoportable canícula, son bien aprovechados por la cámara de José de la Torre, mientras que el reparto no ofrece una sola nota discordante, incluyendo a los niños que interpretan a Rodrigo y Samuel en el prólogo del filme. En suma, una sólida opera prima en la que Pablos se nos muestra como un cineasta sensible e inteligente.