La vida en tiempo de paz - Francesco Pecoraro

Publicado el 01 febrero 2019 por Rusta @RustaDevoradora

Nosotros, nativos de la paz, no nos damos cuenta de cómo la no guerra nos ha marcado y hecho diferentes de los que vivieron antes que nosotros ...

Así es la vida: muchos escritores, la mayoría, hacen carrera literaria. Debutan con veinte o treinta años y a partir de ahí mariposean por el "mundillo" hasta que el cuerpo aguante. Libros, talleres, prensa, edición, premios, presentaciones. Están dentro. Nada que objetar; de hecho, a menudo escriben más de una novela notable, y qué bien nos viene a los lectores que cada dos o tres años un autor al que tenemos en alta consideración publique nuevo libro. No obstante, esta dedicación total a la literatura y sus aledaños puede viciar la perspectiva desde la que se escribe, puede limitarla, puede restarle frescura cuando trata de explorar asuntos ajenos a su campo. Seguramente no somos conscientes de ello al leer, pero entonces llega un outsider como Francesco Pecoraro (Roma, 1945) y nos da una lección magistral de cuánto puede enriquecer una mirada "técnica" cuando se funde con las humanidades.

Pecoraro es arquitecto y urbanista, aunque, como su alter ego en la ficción, siempre tuvo la espina de las letras. Publicó su primer libro, una compilación de relatos, Dove credi di andare, por la que recibió el Premio Napoli, en 2007, a los sesenta y dos años. Más tarde, en 2013, vino la novela, el novelón: La vida en tiempo de paz, finalista del Premio Strega, una de esas obras totales, complejas, que abarcan una época. El protagonista, Ivo Brandani, ingeniero de profesión, nació con el final de la Segunda Guerra Mundial: ha vivido en "tiempo de paz" en su tierra, pero el tiempo de paz también tiene sus claroscuros. Al principio de la historia, está esperando un avión para regresar a su ciudad. Esta espera, que se prolonga toda la jornada, sirve de excusa para repasar su existencia desde el presente, como hombre ya maduro, hasta su niñez en la posguerra (va de adelante hacia atrás: el orden cronológico inverso). El autor explora la naturaleza de su generación; más que "narrar" la vida de un hombre, construye una novela de ideas, filosófica, crítica, que capta el "latir" de un periodo, una cosmovisión. Y, sí, se nota la mente científica que hay detrás en su tratamiento del sector empresarial, la producción, el urbanismo. Este libro sería distinto si estuviera protagonizado por un profesor o un periodista; al escribir desde fuera, y consciente de las controversias de su especialidad, adopta otra dimensión. Ni mejor ni peor: diferente, particular, suya.

"Se debe apuntar a lo alto, no en la dirección contraria", decía Padre. Aunque desde hace muchos años sabe que eso era una gilipollez: lo alto es tener más dinero, sí, pero no significa nada más. Lo alto a lo que había que apuntar era un estado de "nobleza interior", como decía Padre.

En su juventud, Ivo Brandani comenzó una carrera de humanidades, que más tarde cambió por la ingeniería. Lleva el estilo de vida de la clase media: un cargo de responsabilidad en una empresa con proyección, un matrimonio estable con su novia de siempre, luego otra pareja, luego otro puesto reconocido. Sin hijos. Se puede decir que "progresa" en el sentido en el que se entiende el progreso en la segunda mitad del siglo XX: al ritmo del capitalismo, en el lado de los afortunados. No tendría que lamentarse, pero Brandani sigue llevando dentro a un humanista. Es un hombre bienintencionado, culto, sensible a las desigualdades, que no se ha resistido a las redes del sistema. Durante una época, mantiene una amistad con su jefe, que, a diferencia de él, procede de un entorno privilegiado, carece de intereses culturales y no se enfrenta a los mismos dilemas éticos. Brandani cae en una contradicción: entre la fascinación que le produce el director (ese alimento para el ego de que su todopoderoso superior lo elija a él como confidente, unido a la pretensión no verbalizada de llegar alto) y los valores de la justicia social que se le oponen. Su existencia está marcada por esta tensión entre estatus e integridad, entre la perspectiva racional y la humanística, entre el poder y el individuo. La dificultad de vivir de forma coherente con uno mismo, como lo expresaba Thoreau.

La novela comprende la vertiente profesional y la privada de Brandani. Entre los personajes que le acompañan, están su primera novia y luego esposa; su pareja en la madurez, una mujer más joven que él; el mencionado director que actúa como un espejo en el que el protagonista a veces quiere reflejarse y a veces siente repulsión; los pescadores griegos de sus veraneos en las islas; la chica con quien vivió su despertar sexual y los chavales con quienes tuvo las rivalidades juveniles; sus padres y hermanas. Con todo, lo "personal" no es la base del libro, no se trata de un novelón de inspiración decimonónica costumbrista. El pulso de la narración lo pone el pensamiento inherente a esas vivencias, la ideología. El autor no pretende construir unos personajes carismáticos, sino más bien unos arquetipos de una forma de estar en el mundo. Su punto de vista parte, por así decir, de la sospecha, la desconfianza hacia la realidad. La neutralidad no existe. Es la hora de cuestionarse ese way of life que le "vendieron" a su generación como el mejor posible, o el único.

... los vertederos son los tesoros de los arqueólogos del futuro, auténticos depósitos culturales, completos y cuidadosamente estratificados, todo lo que somos se halla en su interior...

Los antepasados de Brandani estuvieron determinados por la guerra. Él no la ha conocido; aun así, su visión de la humanidad, de Occidente, dista mucho de ser optimista: ese "tiempo de paz" tiene sus conflictos, de otra naturaleza, pero nocivos en cualquier caso. Indaga en la imperfección de la sociedad europea, en concreto, entiende la vida como un continuo "tapar agujeros": trabajan, él y los demás ingenieros, para reconstruir, arreglar, hacer apaños; una metáfora de la imposibilidad de alcanzar la plenitud. O, quizá, de la voluntad de no alcanzarla, porque el sistema necesita retroceder cada cierto tiempo para mantenerse, necesita promover lo perecedero para volver a generar ingresos. Esto se asocia a la suciedad, la basura, la contaminación, los artilugios que se rompen. No hay guerra, no, pero sí un empeoramiento de la calidad de vida, una deriva hacia la destrucción, el empobrecimiento en diferentes maneras. A propósito, esta tesis va en consonancia con lo que plantea Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) en Un andar solitario entre la gente (2018): "nuestro legado será una montaña de basura". En la mentalidad ocurre algo parecido: quienes estuvieron en el frente tenían algo en lo que creer, una motivación épica (por mucho que después se desmoronara); la generación de Brandani, en cambio, se adormece en el ensimismamiento, el conformismo, el desapego.

El protagonista se muestra, por lo tanto, pesimista, escéptico con la noción de progreso que tanto le han inculcado en su educación. En cuanto a la influencia de Estados Unidos en esta dinámica, da lugar a una nueva contradicción en él: por un lado, la asimilación cultural resulta innegable e imparable, su generación no se explica sin el cine, la música y la literatura norteamericanas; ahora bien, esto es compatible con un rechazo instintivo de las tendencias políticas y económicas de dicho país, su supremacía de gran potencia mundial. A Brandani no le gusta lo que "América" representa, pero no puede mantenerse indiferente a su autoridad, a su producción. Otra vez el choque entre el idealismo y lo mundano. En este sentido, el libro de Pecoraro, que se equipara en ambición a ese subgénero llamado "gran novela americana", aporta además algo de lo que esta carece: el punto de vista del europeo medio en su relación con Estados Unidos, indispensable en este retrato de la generación que vivió la Guerra Fría, la guerra de Vietnam y el neoliberalismo.

Siempre he necesitado el Verano más como utopía que como estación. [...] el Verano como utopía porque lo que para los demás son unas simples vacaciones, para mí son segmentos de una existencia alternativa, la única adecuada y verdadera, la única que vale la pena vivir ...

Pecoraro concibe el hecho literario desde el análisis, desde lo racional. El ámbito donde se permite una mayor emotividad se encuentra en la idea de verano, una suerte de ruptura del orden establecido. El protagonista se ha criado en Roma (en la novela, "Ciudad de Dios"), un lugar que se contrapone al mar, donde viaja un año tras otro para disfrutar de las vacaciones, sea como un adolescente tímido, sea como un adulto de vuelta de todo. Es otro rasgo propio de la clase media: el tradicional descanso veraniego. Para él, con todo, va más allá: el verano simboliza los cambios de ciclo, los ritos de paso, la renovación. Resulta significativo que, en una obra que abarca una vida entera, buena parte de las etapas narradas se desarrollen en estos meses (se contraponen los veranos de madurez con los de juventud). Hay muchas (y hermosas) descripciones del mar, los pescadores, beatus ille, un elogio del tiempo detenido que supone el verano. Estos pasajes tienen un aire de ensoñación que contrasta con la "técnica" predominante en la rutina. Son, también, periodos de sensualidad y transgresión.

La ciudad de Roma ocupa asimismo un papel fundamental, sobre todo hacia el final, cuando relata, por una parte, la infancia y adolescencia, y, por la otra, el último tramo del viaje de regreso en el presente (ambos hilos avanzan en paralelo). El hecho de denominarla "Ciudad de Dios" ya sugiere, no sin cierta ironía, la trascendencia de la capital en su vida. Núcleo, punto de partida y de retorno. Imagen de postal y contenedor de basura. Zona rica y barrio pobre. Belleza y devastación. La paradoja de que la ciudad eterna, el centro de la civilización antigua que vio nacer el pensamiento lógico, haya devenido una vorágine decadente, satélite de otra sociedad más poderosa. No falta, como era de esperar en un escritor arquitecto, una descripción espléndida del urbanismo, un recorrido por el arte, siguiendo los pasos de Bernini, Borromini y compañía. El espacio, ora la ciudad, ora el mar, tiene entidad en esta novela.

Con todo, he descubierto algo sobre mí mismo: soy un no héroe, un no valiente, un no dominador, alguien que no cree en nada, que nunca ha creído en nada, ni siquiera cuando pensaba lo contrario... Soy alguien-que-se-conforma, alguien para el que no hay nada importante más allá de vivir en las mejores condiciones posibles...

Pecoraro empezó a escribir tarde, pero con una entrega total y con la voluntad de estar a la altura, de respetar el oficio. Concentra su bagaje en una novela esplendorosa, imponente, arriesgada, erudita, densa, exigente; una obra El legado de un hombre desencantado: eso es importante, no solo dentro de la narrativa italiana, sino en el conjunto de la literatura del siglo XXI. Está escrita (muy bien escrita) con un estilo torrencial, ramificado, con las singularidades del autor, a saber, encadenamiento de ideas, puntos suspensivos, fluir de la conciencia, uso de mayúsculas para subrayar conceptos que trascienden su significado usual (Verano, Islas, Clase Media), esto último porque no importa tanto lo concreto como lo que suponen para esta generación, su significado La vida en tiempo de paz. objetivado. Excesiva, quizá, pero un exceso en el que bien vale la pena perderse, como se pierde el protagonista en su debacle personal, su lucha interna entre la realidad tal como es y tal como debería ser o querría que fuera. Hay muchos libros muy buenos; pocos, sin embargo, tienen esta envergadura y este enfoque, esta comprensión del pasado reciente y de su peso en el presente siglo.