Quizás, por el mismo motivo de que la historia la reescriben los ganadores, no tiene nada que ver tu relato de tu vida, con lo que es en realidad. Seguro que si la viera un notario desde fuera, le quitaría varias estrellas, si hubiera una Guía Michelín de vidas, porque no da la talla de lo que se esperaba de ella.
Cuando relatamos nuestra vida, siempre la pasamos por el tamiz del Photoshop de los deseos, y no es lo mismo lo que vives, que lo que desearías vivir. Pero relatar asépticamente tu vida, sería sufrir innecesariamente. Y quizás, por aquello de que el espectáculo tiene que continuar, te niegas a que se vean los hematomas de tus decepciones, y las arrugas de lo que pudo ser y no fue. Porque sabes que antes enseñarías tus vergüenzas epiteliales que las morales.
Quizás, además, el error sería de base, ya que cuando alguien nos quiere conocer en un momento dado, no nos mostramos como somos, sino como creemos que políticamente debemos ser.
Ningún hombre nunca confesará que después de comer lo que más le gusta es abandonarse en el sofá y que la siesta le viole una y otra vez mientras amortigua el sonido de sus ronquidos un televisor que servirá de coartada ante el oído del vecino. “Me gustan los documentales de la dos después de comer”.
Y ninguna mujer reconocerá que seguirá y perseguirá a un hombre romántico que le muestre y le demuestre sus sentimientos hacia ella. “Lo que busco en un hombre es que me haga reír”.
Y es que, en el fondo, siempre cometemos el mismo error que un extranjero al intentar aprender el castellano: confundir los verbos “ser” y “estar”. Porque queremos ser una cosa, y en realidad, siempre estamos en otra.
*FOTO: DE LA RED