Hay silencios en la hora pico, en el momento preciso que millones de personas masticaban y bebían al unísono. Hoy ya no salen a gastar el sobrepreciado cemento metropolitano puteándose y ejecutando una sinfonía de Wagner con sus claxons.
Se miran desde los balcones, se saludan en los pasillos del condominio, en el fila del supermercado, con ojos desconfiados pero amables, aplicando una norma de etiqueta espontánea para no herir susceptibilidades o darse ánimos anónimos.
Hay silencios y no hace falta hablar. Abrir la boca puede constituir la propagación del malentendido y aumentar la carga viral de una crispación latente que negamos con pantomimas de solidaridad.
Callamos, pero escribimos.
Nos aventamos a opinar en islas de algoritmos para sobrellevar un confinamiento que cambia de rigidez de acuerdo a la latitud. Simulamos el haber sido humanos hace quince días y sacamos a relucir nuestras miserias ideológicas o prejuicios. Todo por diversión, casi nada por convicción. Nuevos deportes.
Es que, parafraseando a una canción de Pez, ya ni el fútbol nos enciende el alma y la televisión muestra repeticiones de glorias o fracasos en Copas del Mundo, como si fueran material arqueológico de una civilización perdida hace miles de años.
La pantalla como salvoconducto hacia una distracción necesaria concanales de noticias hacen equilibrio entre prudencia y shock , donde los guiones de las series que narran el devenir cotidiano quedaron en el off-side pitado por la pandemia.
En el medio, todas las publicidades nos alientan a quedarnos en casa, como nuevo leiv motiv que aglutina al ritmo biológico universal.
La radio habla sola y la virtualidad comunicacional que se expande a través de la fibra óptica nos enseña la angustia palaciega de celebrities junto a la vocación policial de las empobrecidas clases medias.
Callamos, nos ponemos los auriculares y elegimos una playlist en el smartphone. Desempolvamos viejos libros para recuperar algo de calidez espiritual y allí aparece De Vries: “La vida está sobrevalorada, sobre todo en las malas épocas, cuando más que disfrutarla, se convierte en una carga que debemos soportar”.