La vida fuera de sí

Por David Porcel
En la actualidad se practican medidas para evaluar y cuantificar casi todo. Todo se considera medible, cuantificable, incluso fenómenos íntimos como el dolor, la ira, el aprendizaje o la creatividad, que ya no escapan a esas técnicas programadas para categorizar, cuantificar y evaluar todo cuanto existe. ¿Qué es lo que hoy no se puede medir? Todo aquello que no pueda ser objetivado.....¿pero qué hay que no pueda serlo?
Desde luego parece que hay fenómenos que no pueden ser medidos sencillamente porque no admiten ningún tipo de gradación. Son los fenómenos que se producen o no se producen, que no admiten grados. Uno de éstos, que sería interesante considerar si de veras se pretendiera realizar un diagnóstico de nuestro tiempo, es el de la ensimismación. Entiendo por ensimismación la capacidad de recluirse el ser consigo mismo con el fin de iniciar un diálogo interior destinado a resolver alguna urgencia vital. Digo que sería interesante atender a esta capacidad para valorar nuestro presente porque sin ella no sería posible la realización de ningún tipo de actividad espiritual ni de ninguna forma de progreso:
Por eso, si el hombre goza de ese privilegio de libertarse transitoriamente de las cosas, y poder entrar y descansar en sí mismo, es porque con su esfuerzo, su trabajo y sus ideas ha logrado reobrar sobre las cosas, transformarlas y crear en su derredor un margen de seguridad siempre limitado, pero siempre o casi siempre en aumento. Esta creación específicamente humana es la técnica. Gracias a ella, y en la medida de su progreso, el hombre puede ensimismarse. Pero también, viceversa, el hombre es técnico, es capaz de modificar su contorno en el sentido de su conveniencia, porque aprovechó todo respiro que las cosas le dejaban para ensimismarse, para entrar dentro de sí y forjarse ideas sobre ese mundo, sobre esas cosas y su relación con ellas, para fraguarse un plan de ataque a las circunstancias; en suma, para construirse un mundo interior. (Ortega y Gasset, Ensimismamiento y alteración)
Lo contrario de la ensimismación es lo que llama el filósofo la alteración, que consiste justamente en vivir atendiendo únicamente a las demandas y llamadas procedentes del mundo exterior, de nuestro mundo circundante, que primigeniamente se manifiesta como fuente de deseos y peligros. El hombre que vive alterado vive en todo momento alerta, atento a lo que le puede deparar su mundo circundante, y entonces renuncia a toda forma de ensimismamiento que le pueda dejar indefenso ante las amenazas externas:
Casi todo el mundo está alterado, y en la alteración el hombre pierde su atributo más esencial: la posibilidad de meditar, de recogerse dentro de sí mismo para ponerse consigo mismo de acuerdo y precisarse qué es lo que cree y qué es lo que no cree; lo que de verdad estima y lo que de verdad detesta. La alteración le obnubila, le ciega, le obliga a actuar mecánicamente en un frenético sonambulismo. (Ortega y Gasset, Ensimismamiento y alteración)
Si fijáramos nuestra atención en los dos fenómenos descritos veríamos que un signo característico de nuestro tiempo no es sólo, como vaticinó el filósofo, que el hombre común vive fuera de sí mismo, alterado, sino que vive así porque su circunstancia se lo permite. La infinidad de artefactos que llenan nuestras vidas, lejos de demandar o incitarnos al ensimismamiento, lo adormecen, lo vuelven prescindible. El mundo científico y tecnológico que nos rodea se ha convertido para muchos en algo así como una segunda naturaleza que aporta todo lo necesario para vivir según ciertos deseos creados por ella misma y que, como consecuencia de ello, ya no invita a la reclusión interior para afrontar algún tipo de programa vital.
¿Tendría cabida la ensimismación en un mundo tecnológico que fuese capaz de regularse y preservarse por sí mismo?