Revista Arte

La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir.

Por Artepoesia
La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir. La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir. La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir. La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir. La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir. La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir. La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir. La vida no sólo imita al Arte; luego de inspirarlo y adorarlo, hasta lo consigue destruir.
En el cálido y sofocante verano almeriense de 1928, en la vega de Níjar, aún los refulgentes rayos del poderoso sol andaluz no habían aparecido cuando el cuerpo sin vida de Francisco Montes, un joven aparcero de la comarca, yacía ensangrentado sobre su tierra dura, pedregosa y macilenta. Cabalgaba poco antes, a lomos de una mula que se alejaba corriendo de allí, junto a una mujer desesperada y decidida. En esa siguiente mañana, al amanecer, ella y otro hombre deberían contraer matrimonio, en esa mañana Francisca Cañada y otro, al que ella no quería, tenían que unirse para siempre. Así que no lo pensó más. Con la urgencia de lo definitivo se armó de valor y, desinhibida ya por fin, se lo pidió de pronto a su sorprendido primo, Francisco. Éste, entonces, no lo dudó. Nunca pensó lo que le esperaría después a él, aquella madrugada. A unos ocho kilómetros del Cortijo del Fraile, lugar de la insufrible celebración aún no comenzada, en el camino de la Serrata, un embozado criminal descerrajó dos tiros que acabaron así, para siempre, con la vida del confiado primo, Francisco Montes. Su prima, horrorizada, cayó a la tierra de golpe, medio sangrada y vencida del todo. Alguien se abalanzó además a ella, e intentó ahogarla con ira. Francisca quiso vivir, como antes lo hubiese intentado ya con su frustrada huida. Para vivir ahora se hizo la muerta, así se salvó. Así, para contarlo.  
Esta historia real, ocurrida en Almería en 1928, fue la inspiración creativa tanto de una novelista como de un dramaturgo. Ella, Carmen de Burgos (1867-1932); él, Federico García Lorca (1899-1936). Cuando el pequeño hijo varón de Carmen falleció de pronto, ella comprendió ahora que ya nada podía hacerla sufrir más. Así que con su otra más pequeña hija, decidió abandonar para siempre a su marido. En Madrid consiguió dedicarse, por fin, a lo que ella siempre había sentido con verdadero deseo: escribir. De este modo alcanzó a ser una de las primeras periodistas de España en aquellos primeros años del siglo XX. Había nacido en las llanuras almerienses cercanas a Níjar, y con un hacendado padre y un próspero marido pensó que toda su vida acabaría, perfecta, en ese idílico lugar. Pero, no se conformó sólo con ello. Decidió antes volcar toda su inquietud en la educación, en la suya y en las de los demás. En su liberada vida madrileña conoció a muchos hombres y se relacionó con muchos de ellos. Una vez escribió, con descarnada franqueza, una reseña de lo que ella era, o hubiese querido:
En la lucha se moldeó mi espíritu..., y hoy envuelvo en triste piedad creencias viejas y sentimientos que no comprendo cómo pudieron vivir en mi alma. El olvido tiene la melancolía de las cosas que mueren. Nuestros corazones son grandes cementerios sin epitafios. No soy siquiera una amargada ni una vencida. Alcancé más de lo que podía esperar, y si mi ánimo fuera darme un bombo, aprovecharía la ocasión que ahora me ofrecen para citar los elogios que he merecido a hombres ilustres..., las amistades valiosas que me honran..., los triunfos que alcancé en conferencias en España y en el extranjero..., las polémicas en que salí vencedora, las iniciativas en que peleé en primera fila por el bien y la justicia..., las sociedades de que formo parte, y cómo mis libros pasaron triunfantes la frontera... ¿Pero qué vale todo éso para quién ha sentido como yo el dardo de la ingratitud y conoce la pequeñez de las cosas? Humo que ni satisfizo mi corazón, ni desvaneció mi cabeza.  
En 1931 publicó Carmen de Burgos su novela Puñal de Claveles, inspirado en el crimen de Níjar, llevado a cabo tres años antes. La narración que creó buscó resaltar la decisión, la libertad, la búsqueda de la vida por la vida. En ella, en la obra novelística, evitó no sólo contar los motivos reales del hecho real: la huida de la novia horas antes de un matrimonio ocluyente, despiadado y odioso, sino que también evitó los detalles sórdidos de la auténtica tragedia. ¿Qué menos podía hacer una creadora que utilizar una historia real, prosaica, rural, interesada, codiciosa y cruel para glosar, sin embargo, un ideal tan perseguido por ella? Porque la verdadera crónica de los hechos fue muy distinta. Tan distinta que traduce así, claramente, la verdadera personalidad prosaica de lo humano, de la vida y de la sociedad en la que vivimos. 
Francisca Cañada, la novia huida, era una joven que vivía con su padre en el Cortijo del Fraile, al sureste de Níjar. Este cortijo, antiguo convento dominico construído por estos frailes en el siglo XVIII, había sido ya adquirido por particulares privados luego de la desamortización anticlerical de comienzos del siglo XIX. El padre de Francisca era un medianero de labranza en el cortijo, es decir, trabajaba la tierra del propietario compartiendo con él los beneficios. La madre de la familia había fallecido ya en 1916 y sólo quedaban cuatro hermanas y dos hermanos. Francisca era la única de todos ellos que nació con una leve cojera en una de sus piernas. Fue por ello que, en vez de dedicarse a trabajar duro en el campo, ella se dedicó a bordar y a hacer otras cosas, cosas que por entonces estaban más reservadas a personas con otro nivel económico. A la vez el padre, tan preocupado por ella estaba, decidió que Francisca heredaría la única tierra que él poseía, además de dotarla con una suma, importante para la época, de 3500 pesetas.
Todos los hermanos comprendieron la decisión del padre, excepto una de las hermanas. Carmen Cañada y Francisco Pérez vivían con sus dos hijos en una pequeña casita en otro cortijo cercano, en el camino de Níjar. Con ellos vivía Casimiro, un allegado a la familia. Este era un hombre humilde, sencillo, bueno e inocente. La ambición de la hermana no paró de imaginar entonces. Convenció a Casimiro para que se casara con su hermana la coja. Ya se vió Carmen en el Cortijo del Fraile, a donde se instalarían todos después de la boda. La novia, abrumada, no se entusiasmó mucho con Casimiro, en el fondo no le gustaba la idea de casarse con él. Francisca se sentía triste y para nada ilusionada. Pasaron los días y la fecha se fijó para el enlace. Sin embargo, los deseos de codicia no acabaron con su hermana. Una anciana tía de ambas quiso también que su propio hijo, Francisco Montes, primo de las dos, fuese el que consiguiese al fin la gran fortuna. Sin embargo, éste ya estaba comprometido desde tiempo con otra mujer, motivo por el cual, además de la falta de carácter, el joven no se decidió.
La celebración en el Cortijo del Fraile obligaba a recibir la noche anterior a todos los invitados. Cenaban juntos algunos de ellos y, pronto, se acabarían retirando a dormir. La novia antes que nadie. Los demás después. Su hermana Carmen y su marido llegaron tarde, comieron y preguntaron entonces por la novia. Fueron a su habitación y no la encontraron ya. La buscaron por todas partes, pero no estaba. Pasó el tiempo y no aparecía. Tampoco encontraron a su primo Francisco. Entonces, desesperados, se desató la confusión. Para ese momento final los asesinos ya se habían ido a buscarla mucho antes. Apareció el cadáver de Francisco y su prima pudo, poco tiempo después, regresar sola y viva. Así se desarrolló la realidad de lo que sucedió. Así fue la vida. Luego condenaron a los asesinos, el matrimonio de Carmen y su marido. Francisca vivió el resto de su vida sola, ahora ya en la misma tierra que un día heredara de su padre.   
Federico García Lorca publicó poco después, en 1933, su famosa obra teatral Bodas de sangre. Es aquí, ahora, donde el excelso creador transforma por completo la realidad para hacer una tragedia pasional, desgarradoramente romántica y cargada de celos y de honor y de orgullo. Para nada la sencilla y sempiterna explicación material de la tragedia. Para nada la codicia ni la ambición ni la miseria. El genio literario compone ahora su obra maestra con lo que debería ser, en esos casos, algo parecido a la vida, a la auténtica vida que se debería vivir, no a la que no merece siquiera leerse, ni entenderse, ni vivirse. En uno de sus geniales párrafos, el autor describe en palabras literarias de la novia:
¡Porque yo me fui con el otro, me fui! Tu también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada. Llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua, frío, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!; yo no quería, ¡óyelo bien! Yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!
(Fotografía actual del Cortijo del Fraile, Níjar, Almería, del autor Juan García-Gálvez, www.jggweb.com, Cortijo en ruinas que continúa siendo propiedad privada y deteriorándose poco a poco, a pesar de haber sido declarado Bien de Interés Cultural; Cuadro del pintor español, nacido en 1934, Ignacio García Ergüin, La Muerte; Obra de la pintora actual norteamericana Emily Tarleton, Lorca 1, de 2006; Lienzo del pintor Julio Romero de Torres, Carmen de Burgos, 1917; Cuadro de Dalí, El jinete de la muerte, 1935, París; Óleo del pintor Émile Lévi, La muerte de Orfeo, 1866, Museo de Orsay, París, héroe mitológico que murió por salvar a su amada; Fotografía actual de las ruinas del Cortijo del Fraile; Retrato de época de Francisca Cañada, la novia del crimen de Níjar.)
Vídeo homenaje al Cortijo del Fraile, Níjar, Almería:

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