La vieja tierra - Dörte Hansen

Publicado el 29 marzo 2017 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Maeva, 2017 (trad. Laura Manero Jiménez)Páginas:280ISBN:9788416690428Precio:18,90 € (e-book: 9,99 €)
Dos mujeres, dos generaciones, una casa en el campo. En Altes Land, la «Vieja tierra», una región del sureste de Hamburgo, coinciden Vera Eckhoff y su sobrina Anne. Los motivos que las han llevado allí son muy distintos, pero, en el fondo, tienen más en común de lo que imaginan. La primera, Vera, llegó allí siendo una niña, junto a su madre; refugiadas de guerra que soportaban el ninguneo de los granjeros inhóspitos. Con el tiempo, la madre se marchó, tuvo otra hija y rehízo su vida, mientras que Vera permaneció junto a su padrastro, un hombre que volvió de la contienda lisiado, por dentro y por fuera. Vera estudió Odontología, y vive de ello, pero nunca abandonó el caserón familiar. Se ha convertido en una anciana solitaria, fría, terca, dura. Anne, por su parte, es una joven madre que, tras descubrir la infidelidad de su pareja, decide irse de la ciudad para instalarse, niño en mano, en la granja. Está, además, insatisfecha con su profesión: aunque se dedica a dar clases de música, desde pequeña arrastra el trauma de que su hermano menor sobresaliera más que ella con el piano, su gran vocación («Primero todo y luego nada de nada. Luces fuera. Eclipse solar total a los dieciséis. Nadie se fijaba en una niña con talento cuando un genio entraba en la sala», p. 25).Este es el argumento de La vieja tierra(2015), el debut de la alemana Dörte Hansen (Husum, 1964), periodista y doctora en lingüística, que ha vendido más de medio millón de ejemplares gracias al boca a boca. Sigue el esquema habitual de otros libros de éxito: dos historias paralelas de épocas distintas, reencuentro de pasado y presente, todo ello vertebrado en torno a una potente relación intergeneracional, como en las novelas de Marian Izaguirre. Aunque en apariencia las protagonistas atraviesan conflictos muy distintos, característicos de procesos históricos diferentes (la adaptación a otro país después de la Segunda Guerra Mundial, por un lado, y el malestar en una sociedad llena de libertad y oportunidades, pero, por eso mismo, llena también de frustraciones, por el otro), las dos comparten una determinada inadaptación al entorno, una búsqueda de pertenencia («Anne se preguntó cuánto tiempo había que quedarse allí para dejar de ser forastero. Probablemente con una vida no bastaba», p. 160). Son mujeres que siempre se han sentido en la sombra, actrices secundarias en su propia familia (ambas tienen a un hermano menor que, por expresarlo de alguna manera, las ha «adelantado»). Esta obra plantea, precisamente, el hallazgo de lo que les falta: un hogar.Dörte Hansen aborda también un tema que se ha convertido en tendencia: el regreso al campo. Anne, insatisfecha en la ciudad, emprende el viaje opuesto al que hizo su abuela décadas atrás: vuelve al pueblo, a la vida en contacto con los animales y la naturaleza, a la casa destartalada. No se trata de un retrato idealizado, sino que tiene el acierto de mostrar las múltiples caras del ambiente rural, desde los granjeros de raza, preocupados porque sus hijos no quieren seguir el oficio, a los que miran con recelo a los urbanitas recién llegados que vienen a darles lecciones. En la trama de Vera, en el pasado, el aislamiento y el carácter receloso de los vecinos aún se acentúa más por la que acabó siendo su abuela: Ida Eckhoff, una matriarca de armas tomar que nunca vio con buenos ojos a las refugiadas, pero tuvo que aceptarlas cuando su hijo contrajo matrimonio con la madre de Vera. Todos los personajes de esta novela, y en particular los femeninos, están muy bien trabajados; la autora construye una sólida saga de mujeres fuertes, cada una afectada por las tensiones de su tiempo.

Dörte Hansen

En el marco de la literatura ligera, La vieja tierra es una novela bien armada, con personajes sólidos y una localización que entronca con esas reflexiones actuales sobre la necesidad de desligarse de lo superfluo y buscarse a uno mismo ante todo. Pese a tratarse de su debut, Dörte Hansen demuestra ser una narradora solvente, escribe con un estilo limpio, preciso, sin los excesos ni las pretensiones a los que a veces tienen tendencia las primeras obras. Su voz navega entre el tono tierno e irónico, con algunos fragmentos poéticos y evocadores. Quizá le falta un poco de ritmo en los capítulos iniciales, antes de que las mujeres se junten, pero, en cualquier caso, lo compensa con su prosa amena, que se lee con facilidad y mantiene el interés. En suma, una lectura apacible y sugerente como un paseo por la montaña, que deja con ganas de quedarse un poco más en «esa casa fría y tozuda» (p. 206) de Altes Land.