El paraíso de los espíritus libres
En el corazón de Almería, descolgando sus casas desde la montaña donde se ubica, se alza Mojácar, única por su esplendor y belleza. Vigía de las adormecidas aguas mediterráneas y guardiana del espíritu nostálgico de sus moradores, muchos de ellos llegados en la década de los cincuenta durante la repoblación de la villa.
Y es en los míticos años sesenta cuando Mojácar resurge cual “Ave Fénix” de sus propias cenizas. Mucho tuvo que ver su entusiasta alcalde que tomó la iniciativa de regalar parcelas a todo aquél que decidiera establecerse en la localidad.
Pronto pintores, músicos, escritores, intelectuales y artistas de todos los ámbitos y países recalaron en la Villa e iniciaron una convivencia con los mojaqueros de nacimiento, que aún hoy se puede percibir. Mojácar se convirtió en el paraíso de los espíritus libres, un referente a nivel internacional.
Indalo
Al igual que el símbolo mágico que identifica a la localidad, “El Indalo”, un amuleto prehistórico portador de la buena suerte y ahuyentador de los malos espíritus. Este muñeco mojaquero, como también es conocido, es una primitiva pintura rupestre donde un hombre sujeta un arco por los extremos con los brazos extendidos por encima de la cabeza.
Pasear por el pueblo es todo un deleite. Sus calles empinadas se abren paso entre la arquitectura medieval que las adorna. Subir al Mirador de la Plaza Nueva nos permitirá disfrutar de unas esplendidas vistas del Valle de las Pirámides además de contemplar plácidamente la Ermita de los Dolores, originaria del siglo XVIII.
Vista desde el Mirador del Castillo
Desde la Plaza con el ánimo resuelto, podemos emprender camino hacia la zona más elevada de la ciudad, el Mirador del Castillo, el viajero entrará en un mundo de sensaciones ante la majestuosa panorámica de la costa mojaquera.
Proseguimos el paseo descendiendo pausadamente por calles y callejuelas hasta llegar a la iglesia de Santa María, fechada en 1560. Ante ella se alza hierática y orgullosa la estatua a La Mojaquera, tallada en mármol blanco con el traje típico y portando una cantara de agua sobre la cabeza.
La Mojaquera
Continuamos el paseo, siempre deteniéndonos en los múltiples detalles que adornan las calles, las encaladas casas con balcones floridos o simplemente observando el lento discurrir de las gentes, hasta llegar a la Plaza del Ayuntamiento, cuyo mobiliario principal es un centenario árbol traído de las Américas por un emigrante.
Adentrada la mañana la villa se torna con nuevos colores, olores y sabores, notas del quehacer de sus gentes. Ahora ponemos rumbo a la puerta de la ciudad, nombrada por los árabes como reza en la inscripción, Almedina. El arco de medio punto cobija el escudo de la ciudad, el águila bicéfala de la casa de los Austrias.
Puerta de la ciudad (Almedina)
Y junto al arco se ubica la Casa del Torreón, antiguo aposento del cobro de los impuestos de puerta originaria del siglo XVIII, hoy convertida en una coqueta pensión.
Tomamos un respiro sentándonos bajo el arco y observando el deambular de algunos vecinos por la empinada calle, antiguo acceso a Mojácar.
Barrio del Arrabal
Con el espíritu del viajero desocupado nos dirigimos hacía el Arrabal, antiguo barrio judío, donde sus serpenteantes calles nos introducen en un laberinto que hace retroceder el tiempo hasta la época en que habitó el lugar la colonia judía. Este es el único lugar de Mojácar desde donde no se divisa la mar.
Otro símbolo de Mojácar, mencionado ya en algunos textos árabes, es la Fuente de los doce Caños, de la que mana una riquísima agua que no pasa desapercibida para los habitantes o viajeros que no dudan en guardar fila para recogerla en envases y llevarla a casa.
Estas aguas no solo han servido para calmar la sed de los mojaqueros, también han regado los huertos y han sido imprescindibles para las lavanderas, que para no contaminar el agua del regadío lavaban de adentro a fuera con los pies dentro del agua.
Fuente de los doce caños
Y si un paseo por la Villa cautiva al experto viajero, la magia de Mojácar culmina con las insólitas playas de aguas cálidas y paisajes sorprendentes que atrapan al visitante en un hechizo permanente.
Las playas del Cantal, Lance Nuevo, Las Ventanitas o la playa del Lobo, que debe su nombre a una casa construida en los años 60 por un famoso pianista que la bautizó con ese nombre, son las de mejor acceso para poderlas disfrutar.
Pero si lo que se desea es admirar un paisaje único y playas vírgenes, ponemos rumbo a poniente, hacía las playas protegidas de Mojácar. En está bellísima zona se dibuja un paisaje que alterna la roca volcánica y la arena. Estas playas están protegidas y el visitante a de ser respetuosos con el entorno.
Playa de Mojácar
Llegada la noche y el merecido descanso del andarín viajero, es momento de recrearse saboreando alguna de las delicias de la gastronomía mojaquera, de una clara influencia árabe. Platos típicos como la crema mojaquera, los gurullos, las tarbinas o el ajo blanco y el colorao conformarán los paladares más exigentes.
Autor: Nieves Alonso