Resulta inexplicable atestiguar que una zarzuela de tantísimo nivel e interés musical como La villana de Amadeo Vives se haya encontrado prácticamente en el olvido durante tanto tiempo. Cuando se cumplen 90 años de su estreno en el Teatro de la Zarzuela, allá por octubre de 1927, en las postrimerías de la dictadura de Primo de Rivera y a las puertas de la inminente Segunda República, y tras 33 años sin pisar su escenario (en el que vio su última puesta en escena en 1984, con la dirección escénica del ilustre Ángel Fernández Montesinos y la musical del maestro Enrique García Asensio -que previamente había ya llevado al disco la obra con las renombradas voces de Montserrat Caballé, Vicente Sardinero y Francisco Ortiz), este coliseo vuelve ahora a reencontrarse con la que podríamos considerar justamente la última gran creación lírica del autor de Bohemios.
Es bien sabido que el compositor catalán profesaba una gran fascinación por los clásicos del Siglo de Oro español, y más concretamente por Lope de Vega, en lo que se aprecia una voluntad creadora de absoluta reivindicación nacionalista de los temas patrios. Tras haber obtenido el triunfo quizá más sonado de toda su carrera como autor lírico con Doña Francisquita en 1923, zarzuela grande de ambiente costumbrista pero revestida de una entidad musical que demostraba oficio, gran inteligencia teatral y calado dramático, y en la que, con la ayuda de los ya consolidados libretistas Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw basó la trama en la comedia La discreta enamorada del dramaturgo madrileño, vuelve inmediatamente a solicitar a la pareja de escritores un nuevo libreto sobre otra obra de El Fénix. Esta vez en el campo de la tragicomedia, con el tema universal en nuestra literatura del honor y la fidelidad amorosa frente a la tiranía y los abusos de poder, y el trasfondo de una acusada ambientación histórica, no por ello de menor carácter popular: Toledo, a comienzos del siglo XV, durante el reinado de Enrique III de Castilla.
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