William Shakespeare.La violación de Lucrecia.Edición bilingüe.Traducción de José Luis Rivas.Vaso Roto Esenciales. Madrid, 2015.
Con tristeza, Tarquino, como un perro ladrón, se marcha a la callada; ella, como un cordero ya rendido, se queda allí jadeando. Él, debido a su crimen, se detesta y quisiera castigarse. Lucrecia, desolada, se desgarra la carne. Mientras ella se queja de esa noche espantosa, el huye, vacilante, resudando pavor pecaminoso, corriendo y renegando, maldiciendo sus goces disipados.
Esa estrofa, en la magnífica traducción del poeta mexicano José Luis Rivas, puede dar idea del alto voltaje verbal de La violación de Lucrecia, un poema narrativo de Shakespeare que publica Vaso Roto en su colección Esenciales.
Apareció en 1594, cuando la peste había cerrado los teatros de Londres y el dramaturgo necesitaba encauzar su escritura por otras direcciones que le permitieran la protección de un noble como el conde de Southampton, a quien dedicó este poema.
El año anterior le había dedicado al mismo noble otro poema largo, Venus y Adonis, que tuvo un asombroso éxito de ventas. La violación de Lucrecia, un poema más maduro y ambicioso, no tuvo la misma acogida, aunque en vida de Shakespeare conoció cinco ediciones.
Sus casi dos mil versos, construidos con la gravedad y la altura propias del lenguaje trágico, relatan un episodio –la violación de Lucrecia por Tarquino, el último rey romano- que desencadenó el final de la monarquía de Roma y dio origen a la República. Y lo hacen con una mezcla de brutalidad y delicadeza que es muy del gusto de la mentalidad barroca, como la sensorialidad plástica que resume así Jordi Doce en la presentación del libro:
"Más allá del extenso ejercicio de écfrasis que protagoniza la segunda mitad del texto (la visión del cuadro sobre la guerra de Troya ), lo pictórico es consustancial al poema, que se estructura como una sucesión de escenas, casi como un políptico de tema histórico."
La violación de Lucrecia contiene en su configuración narrativa el germen de asuntos que Shakespeare desarrollaría después en Cuento de invierno o en Cimbelino; su capacidad introspectiva en el análisis de la reacción de Lucrecia prefigura el lamento de Ofelia y el remordimiento del violador Tarquino anuncia las dudas de Macbeth o de Otelo.
Pero sobre todo, la tensión del lenguaje y el tono trágico que sobrevuela el ambiente opresivo del poema muestran a un autor cada vez más dueño de una potente voz que a partir de entonces, abiertos ya los teatros, crearía obras decisivas, pero capaz ya a esas alturas de versos como estos:
Así fluye y refluye el oleaje de su dolor. Y el tiempo cansa al tiempo con sus quejas. Desea la noche; luego, el día. Y encuentra que una y otra son demasiado lentas para marcharse.
Santos Domínguez