La virgen roja (2024) se basa en la historia de Hildegart Rodríguez, nacida en Madrid en 1914 y criada por su madre, Aurora Rodríguez Carballeira, para ser el modelo de la mujer del futuro. Una niña prodigio que creció en un momento de grandes tensiones ideológicas, de revoluciones y rupturas. Una historia real que la directora Paula Ortiz convierte en cine. El contexto histórico se mantiene de fondo, así como las ideas filosóficas sobre el feminismo y la lucha obrera en un clima de máxima división política, pero lo que nos cuenta el guión que firman Eduard Sola y Clara Roquet es sobre todo la tóxica relación entre una madre -espeluznante Najwa Nimri- y su hija adolescente -Alba Planas-. Ortiz convierte a Aurora en una madre terrible, siguiendo el modelo, por ejemplo, de la señora Danvers (Judith Anderson) de Rebeca (1940) una figura hermética, rígida y aterradora. No sería este el único guiño al cine de Alfred Hitchcock: ese significativo plano en el partido de tenis remite a Extraños en un tren (1951) y quizás el monólogo final tiene algo que ver con Psicosis (1960). La hija es una heroína melodramática, que a pesar de su inteligencia y su precocidad, vive intensamente el paso de la infancia a la edad adulta, el descubrimiento del amor (Patrick Criado) -porque sobre el sexo ya ha escrito Hildegart un exitoso ensayo- y la búsqueda de su verdadera identidad como ser humano independiente. Un coming of age con momentos de cine de terror en un marco histórico y épico. Completan el reparto dramático una estupenda Aixa Villagrán que roba escenas gracias al contraste entre la humanidad de su personaje y la elevada intelectualidad de las protagonistas. Mencionemos también a Pepe Viyuela, como un editor progresista que conecta a la madre y a la hija con el mundo exterior y con la realidad política y social de la España de la época. La virgen roja tiene su punto de atrevimiento ideológico, provocador, dibujando el retrato de una feminista extremista que puede muy bien representar la idea mental que parecen tener los sectores más conservadores de una mujer ‘liberada’; nos muestra que el machismo también puede estar muy presente en la izquierda; y denuncia que las ideas y los principios, llevados al extremo, son muy peligrosos. Pero sobre todo hay que destacar de La virgen roja la poderosa puesta en escena de Paula Ortiz, su capacidad para contar la historia no solo a través de los diálogos, sino haciendo un uso expresivo de la fotografía -Pedro J. Márquez-, la música -compuesta por Guille Galván y Juanma Latorre- además del sonido, los decorados, el vestuario y los efectos especiales. Ortiz sabe cuándo buscar el realismo en la recreación histórica, cuándo elevar su película hacia la épica de una época que todavía soñaba con lo utópico, sabe estremecernos con la terrorífica amenaza de un alma torturada -fantástica Najwa Nimri-, y sabe ser romántica, como en la atmosférica secuencia de la escapada de Hildegart que acaba con las campanadas de la medianoche, como si estuviéramos ante el cuento de la Cenicienta. Y Ortiz sabe ser también seca, violenta, contundente, cuando se confirma la tragedia anunciada.
La virgen roja -historia y cine
Publicado el 11 octubre 2024 por Jorge Bertran Garcia @JorgeABertranLa virgen roja (2024) se basa en la historia de Hildegart Rodríguez, nacida en Madrid en 1914 y criada por su madre, Aurora Rodríguez Carballeira, para ser el modelo de la mujer del futuro. Una niña prodigio que creció en un momento de grandes tensiones ideológicas, de revoluciones y rupturas. Una historia real que la directora Paula Ortiz convierte en cine. El contexto histórico se mantiene de fondo, así como las ideas filosóficas sobre el feminismo y la lucha obrera en un clima de máxima división política, pero lo que nos cuenta el guión que firman Eduard Sola y Clara Roquet es sobre todo la tóxica relación entre una madre -espeluznante Najwa Nimri- y su hija adolescente -Alba Planas-. Ortiz convierte a Aurora en una madre terrible, siguiendo el modelo, por ejemplo, de la señora Danvers (Judith Anderson) de Rebeca (1940) una figura hermética, rígida y aterradora. No sería este el único guiño al cine de Alfred Hitchcock: ese significativo plano en el partido de tenis remite a Extraños en un tren (1951) y quizás el monólogo final tiene algo que ver con Psicosis (1960). La hija es una heroína melodramática, que a pesar de su inteligencia y su precocidad, vive intensamente el paso de la infancia a la edad adulta, el descubrimiento del amor (Patrick Criado) -porque sobre el sexo ya ha escrito Hildegart un exitoso ensayo- y la búsqueda de su verdadera identidad como ser humano independiente. Un coming of age con momentos de cine de terror en un marco histórico y épico. Completan el reparto dramático una estupenda Aixa Villagrán que roba escenas gracias al contraste entre la humanidad de su personaje y la elevada intelectualidad de las protagonistas. Mencionemos también a Pepe Viyuela, como un editor progresista que conecta a la madre y a la hija con el mundo exterior y con la realidad política y social de la España de la época. La virgen roja tiene su punto de atrevimiento ideológico, provocador, dibujando el retrato de una feminista extremista que puede muy bien representar la idea mental que parecen tener los sectores más conservadores de una mujer ‘liberada’; nos muestra que el machismo también puede estar muy presente en la izquierda; y denuncia que las ideas y los principios, llevados al extremo, son muy peligrosos. Pero sobre todo hay que destacar de La virgen roja la poderosa puesta en escena de Paula Ortiz, su capacidad para contar la historia no solo a través de los diálogos, sino haciendo un uso expresivo de la fotografía -Pedro J. Márquez-, la música -compuesta por Guille Galván y Juanma Latorre- además del sonido, los decorados, el vestuario y los efectos especiales. Ortiz sabe cuándo buscar el realismo en la recreación histórica, cuándo elevar su película hacia la épica de una época que todavía soñaba con lo utópico, sabe estremecernos con la terrorífica amenaza de un alma torturada -fantástica Najwa Nimri-, y sabe ser romántica, como en la atmosférica secuencia de la escapada de Hildegart que acaba con las campanadas de la medianoche, como si estuviéramos ante el cuento de la Cenicienta. Y Ortiz sabe ser también seca, violenta, contundente, cuando se confirma la tragedia anunciada.