Ignoro el tiempo que ocuparé este lugar. Quizás pase otros tres años escrutando el rostro de Dante y rogando que cuente una historia. Pero la literatura ni se hereda ni se contagia como las esculturas y los estados de ánimo. Ahora en lugar de ver el paisaje a través de la ventana, lo recuerdo e imagino; dos manera distintas de enfrentarse al arte y la vida. Me doy cuenta lo importante que es elegir un lugar en el mundo. Me refiero a tomar una posición. Esto es lo primero que escribo desde que he cambiado de sitio. Mañana volverá la pantalla en blanco y seguiré aguardando que surja la historia definitiva. Una cuestión de paciencia. Últimamente pienso que no volveré a escribir ninguna novela. Sólo pequeños relatos, una página, dos, quizás diez, y ya está. No me altero, al contrario. Siento curiosidad por saber qué pasará en la novela de mi vida.
Oigo un sonido raro a mi espalda, pero no vuelvo la cara. Buster Keaton también me acompaña. Mi padre me llamaba Pamplinas cuando yo era pequeño. “Qué Pamplinas eres”, me decía, “Pamplinas ven, Pamplinas corre, Pamplinas despierta.” Entonces no sabía el significado, ahora me identifico con el apodo. Me atrae el nombre. Soy alguien sin importancia. Esta es la imagen que quiero dar, la que me hace grande. La que mi padre me inspiró. Estoy satisfecho con el cambio. Gracias Gloria, gracias Dante, gracias Buster. Un leve ruido sigue sonando a mi espalda, como si alguien golpeara con delicadeza el cristal para que abra la ventana y lo deje entrar. Alrededor sólo hay pájaros y fantasmas, o sea que tengo claro quién llama. Nos conocemos desde hace tiempo. Mañana, sin duda, empezaré la novela.
La visita más inesperada. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 02.04.2016.
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Renacimiento.
Ahora para ella sólo existe el presente. Llega un momento en el que no caben tantos nombres en la cabeza y hay que expulsar a unos para acoger a otros. La noria de la vida. Me mira como si yo también tuviera las líneas contadas en el diario de su memoria. Afirma que desaparecer de la vida de alguien es mucho peor que morir. Laura convive con los seres más íntimos que permanecen a su lado aunque se hayan ido para siempre, incluso los ve con los ojos cerrados. Me quedo pensando en las últimas palabras que acaba de pronunciar y saludo a los fantasmas que siempre van conmigo. La resurrección cotidiana de los espíritus.
Después de hablar con Laura paso un periodo de descompresión, igual que los submarinistas. Juntos descendemos a los bajos fondos y rescatamos los paraísos perdidos. Como dijo el Poeta: «Caer es sólo la ascensión a lo hondo». Esta vez la conversación ha girado en torno a la ruptura con el pasado y la invención del aburrimiento. Hace algunos meses, el tedio la impulsó a viajar a las antípodas sin moverse de casa. No la vio nadie durante no sé cuánto tiempo. Hasta que un día vino a visitarme y la encontré mucho más joven que antes de viajar a ningún lado. Está claro que partir no es morir un poco; al contrario, partir da vida, rejuvenece. Partir es volver a nacer. Ella se quitó de en medio porque estaba harta de oír siempre lo mismo en todas partes. Un eco cansino la impulsó a marcharse, las mismas palabras se repetían hasta la extenuación.
Me gustan los viajes de Laura hacia el interior de sí misma. Ignoro cómo ha quedado su casa tras deshacerse del pasado. Imagino las paredes blancas con las manchas de la ausencia. El espejo vacío del presente, el mapa mudo de los sentimientos. Veo también a los fantasmas que nunca nos abandonan. Yo también deseo romper el pasado y rescatar únicamente lo que permanece vivo en la memoria, aunque esté en otro mundo. Mañana la llamaré por teléfono para que me cuente cómo lo hace.
Renacimiento. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 05.03.2016.
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Habitación 515.
Ayer habíamos quedado para dar un paseo y tomar algo. Llamó poco antes de la hora prevista para decir que hacía mucho frío y que prefería invitarme a cenar en su cuarto. Al llegar, el recepcionista mencionó el número de habitación y el lugar donde se encontraban los ascensores como si yo no conociera el hotel. Golpeé levemente la puerta 115 y Marina me recibió con una sonrisa. Tras un rato de charla, ojeamos la carta del restaurante y solicitó la cena por teléfono. Fue una velada agradable. No hubo que limpiar platos, ni vasos, ni cubiertos. Otra simple llamada telefónica y acudió un camarero a recoger la mesa. Al salir a la calle, sentí frío. Mientras caminaba hacia casa, hice cuentas y decidí mudarme al hotel. Será como vivir en una residencia, pero rodeado de vecinos que cambian de cara todas las mañanas. Como estar siempre de vacaciones en la habitación 515, tocando las puertas del cielo.
Habitación 515. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 13.02.2016.
En Algún Día│José Antonio Garriga Vela.
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