A la izquierda se me ve con dos amigos (un austríaco y un inglés) delante de la fachada porticada, que tiene encima un inmenso mosaico con la Virgen sobre una burra, en su trayecto hasta Ain-Karim. A la derecha, una escultura a tamaño natural que representa el momento del saludo, con Santa Isabel embarazada de tres meses; está en la explanada que precede a la iglesia y detrás azulejos enlosados con el canto del Magnificat en más de 80 lenguas. Más a la derecha, una vista de la fachada. Y debajo, un mosaico del interior que recuerda la acción del Espíritu Santo en ese encuentro.
El cine se ha ocupado poco de este pasaje. Se recoge en “Living Christ Series” (1951-52), de John T. Coyle, un serial de 12 capítulos de media hora sobre la vida de Jesús, y tan solo en dos ocasiones más: “Jesús de Nazaret” (1977), de Franco Zefirelli; y “La Natividad” (2006), de Catherine Hardwicke. De todas, la mejor es sin duda la de Zeffirelli, pues Hardwicke omite –incomprensiblemente– un texto clave para entender esta escena: el Magnificat, el texto más largo e importante que ha salido de los labios de la Virgen.
En la secuencia de “Jesús de Nazaret” destaca su calidad fotográfica del filme, que podemos apreciar en la composición de los grupos, en la puesta en escena y en los encuadres (donde advertimos la influencia de la pintura renacentista italiana, muy especialmente, la de Fra Angelico). En concreto, esta escena reproduce una composición pictórica muy semejante a la de una Anunciación de Fra Angelico: María permanece en pie mientras Isabel se arrodilla, y esta disposición —aunque de forma inversa— recuerda el esquema de aquella pintura, solo que aquí Santa Isabel suplanta al Arcángel en su misión de transmitir un mensaje a la Madre de Dios.Con todo, lo más importante de la escena es el retrato que hace de la Virgen: inocente, amable, profundamente sobrenatural. Su figura aúna perfectamente la alegría y la jovialidad de una muchacha con la limpieza y la santidad de quien es llena de gracia desde su concepción.
También se aprecia su profunda relación con Santa Isabel. Ésta percibe, por el salto de su hijo, que María lleva en su seno al Hijo de Dios; pero también descubre que la Virgen conoce perfectamente el milagro de su embarazo. La escena, majestuosa y emotiva, refleja la perfecta sintonía de esas dos mujeres tocadas por la Gracia, que saben que han concebido por intervención divina. Las dos exultan en su interior y alaban a Dios por su acción en favor de los hombres. El canto del Magníficat de María es acompañado por la reverencia de su prima, cuyo gesto de arrodillarse —en adoración a Dios ante la sublimidad de esas palabras— es imitado por sus criadas y familiares. Hoy es un día para ver esta escena (1' 55") y para reflexionar en su significado. Y, por favor, decidme qué os ha parecido, qué es lo que os ha gustado, qué detalle os parece el más sublime. Gracias por vuestra participación.