Las aguas que bajan del macizo del Gorbea hacia el norte confluyen en el río Arratia, que ha excavado un precioso valle de cuento antes de morir en Lemona en brazos del Ibaizábal (que junto con el Nervión acaba formando, algo más arriba, la gran ría de Bilbao). Estamos en el Valle de Arratia, estrecho y encajado entre viejos montes de peñas calizas, en la Vizcaya del sur, rural y verde, no lejos ya de territorio alavés. Después de ser embalsado en el pequeño pantano de Undurraga, el río atraviesa los principales núcleos de población de la zona, todos muy cuidados, con una arquitectura interesante de porte tradicional que se integra perfectamente en un paisaje atlántico de cuento.
A su lado está Zeánuri, con un coqueto centro de calles empredradas, magníficas casas en piedra y madera y un conjunto de barrios, caseríos y ermitas campestres diseminados en el marco idílico de un bosque encantado con agradables sorpresas. En Ipiñaburu, por ejemplo, donde las brujas realizaban sus viejos aquelarres entre la niebla, se produce un queso Idiazábal de premio; y en Olabarri te enseñan el funcionamiento de un viejo molino harinero.
Siguiendo el río, llegamos a Areatza, el Villaro castellano que remite a la antigua Villa de Haro, apellido relacionado con los poderosos Señores de Vizcaya. La carretera cruza el pueblo como arteria principal, en paralelo a la calle central del casco antiguo, al río y su feraz vega, más bajos, y a la carretera general que une Bilbao con Vitoria, la N-240, al otro lado del puente. En la primera, la iglesia parroquial, ojival de alta torre y portada barroca, mira hacia la moderna Plaza.
Abajo, la zona vieja exhibe cierta riqueza arquitectónica, destacando algunas casas góticas de corte castellano y un palacio renacentista de piedra y ladrillo con murales barrocos; a su lado, el porticado Ayuntamiento se levanta sobre un viejo edificio escolar; y, presidiéndolo todo, la Fuente de la Alcachofa (una piña, en realidad), con aires de obelisco romano; en una esquina, además, se encuentra el Centro de Interpretación del Parque Natural del Gorbea, donde se puede obtener toda la información de la zona y del monte: lugares de interés, rutas, mapas, datos.
Si bajamos al río y cruzamos el puente nuevo, topamos con la mole de piedra del que fuera convento de Santa Isabel, debidamente restaurado, ya limitando con el verde de la vega; si seguimos la calle central hasta el puente de salida, daremos un ameno paseo fluvial sobre las bellas cascadas del río. Y, saliendo del pueblo hacia Bilbao, hay algo que no se puede perder. La cercana desviación hacia Lamindao, que trepa en cerradas curvas monte arriba, nos lleva en pocos minutos a un reputado restaurante.
El Aspe Goikoa es un merendero en forma de lujosa casona vasca, toda piedra y madera, con jardín, terrazas y salones interiores, colgado de la montaña y rodeado de frondosa flora y de viñedos de txacolí, que ofrece una amplia vista panorámica del valle que acabamos de dejar. Como anécdota, nos cuentan que el local sufrió un reciente incendio del que aún se está recuperando y que el artista que ha trabajado toda la madera (muebles y decoración de formas caprichosas y originales) es un octogenario aficionado que se acerca a diario al lugar, cruzando el monte en todoterreno, desde su lejano caserío. Habrá que homenajearlo probando alguna especialidad de la casa.
De nuevo en el valle, a un paso, nos esperan en Artea el Ecomuseo del Caserío Vasco y el Museo del Nacionalismo Vasco, donde podemos conocer la vida rural y el papel del campesino y de sus propiedades en la cultura vasca, así como las raíces, la identidad y la historia del vasquismo social y político. Saliendo hacia la capital vizcaína, se puede contemplar a la izquierda, desde el mismo coche, un paisaje especialmente bucólico y único: a las faldas de la montaña, con un fondo de preciosos pinares, en praderas redondeadas y brillantes que se asoman a la carretera, rumia un nutrido rebaño de vacas de un marrón vivo que hace juego con la piedra y la madera de los imponentes caseríos y contrasta con el azul de la tarde y con la asombrosa gama de verdes. Y todo muy cuidado, esmeradamente pulcro. Hay que verlo.
Deleitados con esa visión campestre, nosotros regresamos a Areatza, donde a la entrada nos espera su renombrado Balneario de saludables aguas sulfurosas. Se trata de un moderno spa con chorros, saunas, duchas, baños, masajes, inhalaciones y demás servicios complementarios, construido en un antiguo colegio religioso y reformado recientemente, que ha dado vida al pueblo y a la comarca y es muy asequible a todo tipo de usuarios.
En nuestra estancia, coincidiendo con una de sus muchas actividades, una fiesta motera de solidaridad local, tuvimos la suerte de ver actuar en un bar del centro, en directo y en un ambiente familiar alejado de los focos, al mismísimo Kepa Junkera, el acordeonista más importante del moderno folk vasco, de proyección internacional, con su trikitixa y tres acompañantes de percusión y voz, junto a un coro popular de la casa. Tampoco podemos olvidarnos de Tali, joven polifacético y servicial que regenta el bar Motxo, sede de la Peña Gorbea del Atlético de Bilbao, que lo mismo te informa de lo que hay que ver por la zona que te sirve una buena copa o te cuenta las múltiples peripecias de sus tiempos de árbitro de fútbol, fotos incluidas. Siempre con su inseparable camiseta rojiblanca, cada vez que juega el equipo de su vida y uno de sus “leones” marca un gol sale a la calle y lanza un cohete volador, ¡boummm!