Fundado por Manuel Alhama Montes, a.k.a. “Wanderer” ("Vagabundo"), el semanario Alrededor del Mundo (1899-1930, Madrid) gozó de una gran popularidad. Mezclaba todo tipo de temáticas y divulgó muchas novedades científicas. Se trata de la revista prebélica en la que hemos encontrado más contenido paleontológico. A los seguidores de “El cuaderno de Godzillín” muchos de los artículos que vamos a comentar les resultarán familiares, pues este blog ha ido dando cuenta periódica de ellos.
Ya en el número del 9 de junio de 1899 nos presentan a Brontosaurus, “El mayor animal que ha habido en el mundo”, cuyas dimensiones se comparan con edificios y estatuas madrileñas (“su cola era más larga que el monumento a Colón”...) o se traducen en términos culinarios (“Una rebanada de jamón suyo tendría un diámetro de 3 metros 60 centímetros”); este artículo fue reeditado el 8 de febrero de 1905 en El Graduador (1875, Alicante), que dedicó otro a “El Diplodoco” el 16 de febrero. Le sigue el 29 de septiembre de 1899 “Otro monstruo antediluviano”, un artículo en el que nos presentan al Diplodoco, animal que, a juzgar por la ilustración, se parecía más a un hadrosaurio que a un saurópodo.
El 9 de enero de 1903, Alrededor del mundo publica “A caza de fósiles”, donde da cuenta de dinosaurios de Wyoming como “el dinosaurio, enorme herbívoro” –recordemos aquí lo dicho en Mar y Tierra- o el “megalnousaurio real” (Megalneusaurus rex, un plesiosaurio pliosauroide), “otro bicho no menos raro, se cree que era enemigo declarado de los tiburones”. El 3 de diciembre del mismo año aparece en la revista “Monstruos prehistóricos restaurados. Cómo se hace este trabajo”, en torno a la labor de los paleoartistas.
El 10 de marzo de 1904, Manuel M. de la Escalera realiza una crítica de museos de ciencias naturales europeos y destaca “una Galería Paleontológica originalísima sobre la que aún no se puede decir la última palabra, y cuya galería ha sido diseñada para exhibir 28 esqueletos de Iguanodon bajo un aspecto completamente nuevo (en la última grada de las cinco que tiene y de las que cada una contendrá un piso geológico).” El 20 de abril de 1905 dedica el artículo “Un reptil de 90.000 kilos de peso” al brontosaurio que incluye una ilustración en la que se le muestra con garras de carnívoro. El 23 de noviembre del mismo año, se da rienda suelta a la imaginación para ilustrar los usos prácticos que podría darse a los reptiles del Mesozoico en el artículo “Si existieran hoy los animales antediluvianos”.
El 4 de enero de 1906 aparece “Cómo empezaron las alas”, con una espectacular ilustración en la que un plesiosaurio salta por encima del agua, obra del propio Ángel Cabrera Latorre, a la sazón director de la revista. Y el 6 de junio “El animal que comía piedras”, que da cuenta del descubrimiento de Tyrannosaurus rex y cuyo título refiere a los gastrolitos con que ayudaba a la digestión otros animales como Brontosaurus o Elasmosaurus... a los que da una interpretación alternativa, pues también podrían servirle “para aumentar el peso específico del cuerpo y hundirse hasta el fondo pantanoso de aquellos lugares donde encontraban su alimento preferido”.
El número del 23 de enero de 1907 ofrece un estudio del cerebro de muchos animales y menciona la creencia del momento de que los saurópodos tenían uno en el cráneo y otro en las fosas ilíacas. El 3 de julio, en una noticia breve, comunica que “Se ha descubierto un esqueleto de dinosaurio colosal en los terrenos jurásicos de Wyoming (Estados Unidos) donde ya se han hecho notables hallazgos. Según se dice, el esqueleto este tiene 100 metros de largo, y su vértebra principal pesa 500 kilos. Estas descomunales proporciones, las da un periódico científico americano”. No sabemos a qué fósil se refería pero, obviamente, no existe tal animal (el dinosaurio más grande que se conoce, Patagotitan, medía 36 metros).
El 7 de septiembre de 1910, Alrededor del mundo da noticias –sin nombrarlo- del Mokele Mbembé, que las tribus al norte del Zambeze describen como un saurópodo. La cosa debía ser menos sorprendente entonces que hoy ya que, según la revista, el dinosaurio “desapareció de la circulación, digámoslo así, hace cuatro mil años próximamente (sic)”. Pese a esta datación, el 8 de marzo de 1911, la revista comunica el descubrimiento de “Una momia de dinosaurio” de un millón de años de antigüedad; en esta ocasión, se trata de Trachodon, cuyo pico “está desprovisto de dientes en su parte delantera, pero en la parte posterior tiene más de dos mil” (el saurópodo Nigersaurus taqueti tiene quinientos). El 5 de abril publica un reportaje sobre las estatuas de Pallenberg para el Zoo de Hamburgo. El 14 de noviembre de 1913 otro sobre “El diplodoco y su esqueleto”.
El 27 de septiembre de 1920, Alrededor del mundo publicó “El padre de todas las aves”, en torno a Stegosaurus, cuyas placas dorsales permitían al animal... ¡planear! “Eran estas aletas, superficies resbaladeras o sostenedoras; especie de planos de los aviones, que podían levantarse o bajarse y transportar a grandes saltos por el aire los enormes corpachones, a permitir al monstruo deslizarse por el aire desde una altura a un nivel inferior. Además se encontró que el peso de este dinosaurio no era tan grande como se creía. Sus grandes huesos eran huecos y con cámaras aéreas como los de las aves, y las aletas muy ligeras”.
El 26 de abril de 1924, el artículo “Huevos de hace diez millones de años” describe los hallazgos de Roy Chapman Andrews en el Gobi. El 4 de julio vuelve a coquetear con la criptozoología en “Fotografía rupestre de un dinosaurio”, en el que a raíz del hallazgo de un petroglifo en el Cañón de Havasupai (Colorado) –que se parece a un dinosaurio lo mismo que a una ameba- elucubra sobre la existencia del hombre hace doce millones de años (la antigüedad que, por entonces, se calculaba a los dinosaurios); el siguiente año, informarán del petroglifo La Voz, El Pueblo, La Esfera o Diario de la Marina.
El 16 de mayo de 1925 publica “La evolución del ictiosauro. Debió ser semejante al tiburón”. El 13 de febrero de 1926 actualiza la información sobre la expedición de Chapman en “Huevos de dinosaurio conservados”. Y concluimos nuestra revisión de los fondos de la revista el 30 de julio de 1927 con el artículo “Las fábulas mitológicas tienen un fundamento científico”, que apoya con el disparatado razonamiento “Si un dinosaurio apareciese por las calles de una ciudad moderna daría origen a cuentos y a fábulas”.
Finalmente, el 13 de julio de 1929, en “Las capas de la Tierra constituyen su historia”, la revista publica esta historieta con que nos despedimos, mostrando cómo se produce la sedimentación de los fósiles.