El 23 de julio de 1922, apareció en la revista el cuento de Tristán Bernard “Las cosas, en su punto”, en el que dice que, en el jardín del Edén “Se admiraba también al ictiosauro, al plectiosauro (sic) y al famoso arenquiosauro —del que tanto se ha escrito—, y que era simplemente una especie de lagarto con patas de arenque.” El 10 de septiembre publicó el artículo “El capicúa”, que concluye “Mas para entonces, en ese futuro sonriente, el capicúa será tan sólo un recuerdo glorioso más, una especie desaparecida: algo así como el diplodocus o como la gramática de nuestros periodistas”.
Dos semanas después, el 3 de junio, José López Rubio publica “Las memorias de Adán”, suerte de diario del primer hombre, cuyo aburrimiento antes de la aparición de Eva ayuda a sortear algún dinosaurio (las notas a pie se sustituyen por paréntesis): “Afortunadamente, tengo la amistad del diplodocus (En la caverna ponía “caballo gigante”. Se ha supuesto que fuese el diplodocus), que es el que aquí ordena y manda, pues es el más bruto de todos los compañeros (Por compañeros se entiende los animales que llenaban el Paraíso).” Más adelante, este amigo le hará algún buen servicio: “Tengo un gran disgusto. Un orangután a cogido en brazos a Eva y se la ha llevado a la espesura. He avisado al diplodocus, y éste de un pisotón ha eliminado al raptor, sin que el rapto haya tenido otras consecuencias.” Pero parece que Eva guiña el ojo a cuantos bicho se cruza –parece que por culpa de un tic- y el diplodocus acaba eliminando a 37 rivales.
El 22 de abril de 1928, leemos en el artículo “Charlas dominicales”, en torno a la historia del piropo: “En la época del iguanodón, se estila mucho lo de –Menuda lagarta, está usted hecha!...” Y el 30 de diciembre nos presentan en un artículo monográfico a “El Estupidisaurio, terror de la tierra y de los mares”, un saurópodo identificado por un único hueso que “igual puede pertenecer a la mandíbula inferior del estupidisaurio, que a la patineta con que se deslizaba en las cuestas abajo”. Según nos desvelan, el nombre deriva “de estupidi, raíz latina que creemos que significa tenor de zarzuela, y saurio, o reptil” y su depredador natural fue el patronidáctilo “de patronis, dueña de casa de huéspedes, y dáctilo o mecanógrafo”.
El 5 de octubre de 1930, Buen Humor publicó el disparatado “reportaje” de L. Pieltain “Robo del Diplodoco del Museo de Historia Natural” (sí, amigos, Disney no inventó nada en 1975, aunque lo cierto es que a éste sólo lo quieren para echarle un envite a pares). Se reeditó en Gutiérrez en Nochebuena. Finalmente, el 23 de noviembre, Carlos Fernández Cuenca publica en la revista la historia del detective prehistórico Evaristo Diplodocus “Gumersindo Piñerúa, “as” de la palanqueta y la ganzúa, o el robo de un billete capicúa”.
Gutiérrez (1927-1934/35, Madrid). Dirigida por “K-Hito” (cuyo Pegote, fotógrafo ya hemos conocido, así como los chistes que publicó en El Debate), que provenía de Buen Humor, como Miguel Mihura, Antonio Lara “Tono”, Edgar Neville, Enrique Jardiel Poncela o Antoniorrobles. Más barata y en papel de mayor calidad que su antecesora, alcanzó tiradas medias de 15.000-20.000 ejemplares. Entre sus artistas gráficos, procedentes de Buen humor se encuentran nuestro viejo amigo Joaquín Xaudaró, Francisco López Rubio, Antonio Bellón, Federico Galindo, Antonio Orbegozo, Carlos Gómez “Bluff” o Fernando Perdiguero “Menda”.
El 30 de enero de 1932, en “Notas médicas”, para describir el berrinche de una criatura se usa el símil “el niño está con una perra que es un diplodocus”. El 7 de mayo se publica el artículo “Caza de un monstruo antediluviano”, cuyo objeto es el “Igutrino pugilistum”, que ha sido hallado vivo en la Patagonia. Pero cualquier parecido de esta bestia con un dinosaurio es mera coincidencia. El 3 de septiembre, encontramos esta curiosa fotografía en “El amor en la caverna”, donde se explica que si el troglodita se excede en el cortejo y acaba matando a porrazos al objeto de su deseo, no le queda más que darse a la cazalla y amaestrar diplodocus (no queremos saber para qué).
Artemio Precioso impulsó Muchas gracias (1924-1932, Madrid), “más desgarrada y popular” que Buen Humor, donde dibujaron Miguel Mihura, Xaudaró, Sileno o José Robledano, autor de El suero maravilloso (1910, Infancia): 25 páginas seriadas donde usa de modo total el bocadillo, sin descripciones, y paso definitivo hacia el cómic moderno español.
El 9 de febrero de 1924, Fernando Luque publica en la revista el “sainete de costumbres antediluvianas” intitulado “La mujer del primer vivo o el frescales primitivo” que comienza de esta guisa: “La escena representa una plazoleta natural entre grandes rocas. Cuevas a derecha e izquierda. Maraña silvestre, al fondo. Amanece. Se oye el gruñido lejano de los mamuths y pasan por el foro de vez en cuando algunos diplodocus y varias burras de leche.” Las ilustraciones son de Robledano, aunque hay que tener bastante imaginación para identificar algún saurio entre los animales que dibuja.
El 11 de febrero de 1927, el episodio de las Crónicas melillenses de José Alfonso “La aventura del coche” comienza tras terminar el protagonista de cenar en “El Dinosaurio”, “uno de los múltiples restoranes del Norte de África” (ignoramos si tiene alguna conexión con nuestro establecimiento favorito en Lavapiés). Y el 7 de julio de 1928, Baltasar Antonio publica “El amor a través de los tiempos” una nueva comedia romántica ambientada en el Edén, que concluye cuando Adán “coge a Eva por el brazo, toman un dinosaurio de 0,40 y desaparecen por el foro”.
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[1] Suponemos que se refiere a Antonio Aura Boronat (1848-1922), que ejerció el cargo de diputado durante varias décadas y fue vicepresidente del Congreso en 1910 y 1916.