Los talent shows han vuelto, de eso no hay duda. No obstante, tras el descalabro del programa musical por excelencia en nuestro país, Operación Triunfo, seguramente muchos teníamos serias dudas sobre la cabida en nuestra televisión, al menos a corto plazo, de este tipo de formatos. El sorprendente éxito de Tu Cara Me Suena supuso el pistoletazo de salida de nuevo para estos espacios, y Antena 3 fue la primera que quiso aprovechar este impulso con El Número 1, un espacio que, como ya comentamos, supuso una agradable sorpresa por su enfoque hacia la música y los artistas como los auténticos protagonista olvidándose de los fuegos de artificio y del aspecto íntimo de la convivencia. Ahora, varias semanas después de que Mediaset decidiera retrasar su estreno por motivos meramente estratégicos, La Voz finalmente ha visto la luz. Se trata de un formato importado que viene tras arrasar por medio mundo y que promete repetir proeza en España.
El análisis completo del primer programa, tras el salto.
Qué duda cabe que la gala del miércoles fue un rotundo éxito tanto en Twitter como en audiencia con una cuota de pantalla cercana al 30 % (casi 10 puntos más que el estreno de El Número 1, aunque sin competir con Gran Hermano como aquel) y más de cuatro millones de espectadores. Ahora bien, es innegable que Telecinco volvió a tirar de oficio porque, finalmente, La Voz, y por mucho que los fans se empeñen, no es la protagonista del reality sino más bien todo el ruido que se genera a su alrededor y la distorsiona.
Para empezar, se trata de una gala grabada, lo que le resta resta esa imprevisibilidad a un conjunto que estuvo dominado por la sensación de innovación en el formato: el jurado tiene que elegir a un elenco de concursantes basándose únicamente en la voz, ya que no pueden verles físicamente durante la actuación. Vamos, que el mensaje que viene a exponer el programa es que la superficialidad sobra en este espacio (un ejercicio de hipocresía dantesco y una mentira como una casa, en mi opinión). Con esta premisa aparecen los primeros concursantes con historias sobre lo maltratados que han sido en otros castings por su sobrepeso o por ser simplemente poco agraciados como si el espectador que está en su casa y es el target del programa estuviera libre de prejuicios o no fuera el mismo que compra discos del omnipresente en Twitter Justin Bieber o el morritos de Carlos Baute… Claro que la voz es importante, pero, obviamente, lo que separa a un artista de un simple cantante es el resto de atributos que pueden llegar a ser exponencialmente mucho más relevantes para un profesional del ESPECTÁCULO.
Desde el principio, Jesús Vázquez parece coger con firmeza -como siempre- la batuta para dirigir este concierto. El que fuera el gran hombre para todo de Mediaset, posteriormente relegado a Cuatro por un notable desgaste, vuelve de nuevo a su hábitat en lo que es un gran formato. A estas alturas, no caben dudas del buen hacer del ya veterano presentador, pero sí del cuestionable y escaso protagonismo del que goza en esta ocasión, reducido al de mero controlador de masas y acompañante de los inestables familiares de los concursantes además de poner la voz off (que realmente ayuda a la agilidad del formato).
Pero como decíamos, en este espectáculo, desde primer minuto se nos prometió que la voz iba a ser la única que acapararía la atención, la auténtica protagonista que brillaría con luz propia... otra mentira de Telecinco, porque desde el primer segundo todos los focos van exclusivamente dirigidos al jurado en detrimento de los “artistas”. Como sabréis, el equipo de los coach está compuesto por cantantes de la talla de Bisbal (de momento, con pocas piruetas), Rosario Flores (lo siento, pero el talento se lo quedó tu hermano), Malú (ZzZ…) y Melendi (clásico para las fiestas del pueblo), un grupo donde el verdadero talento, que no la simpatía, como demuestran en la primera actuación que nos ofrecen en un sospechoso directo. Luego, La Voz se sostiene básicamente en las ocurrencias de un jurado con la misión de dar juego a base de aspavientos y posturitas que poco o nada tienen que ver con lo que realmente debería importar: la música.
En definitiva, La Voz es un reality que aprovecha muy bien los sentimentalismos que tan bien suele explotar la cadena de Jorge Javier Vázquez y su Tengo algo que decirte y que junto a unos pregoneros bajo el papel de jurados componen un talent donde el artista queda relegado a un segundo plano. Porque si el mayor acierto en su día de El Número Uno fue ensalzar a los profesionales teniendo aun así innumerables fallos, el mayor defecto de La Voz es apostar precisamente por lo contrario. Actuaciones pesimamente realizadas con constantes encuadres al jurado, histéricos familiares robándole plano a los artistas, por no hablar de un escenario poco vistoso y carente de una alta gama de juegos de iluminación... La Voz será sin duda un triunfo en audiencia, muestra sin duda del gran conocimiento de Mediaset del mercado, pero desde luego no es un programa que incluya la palabra 'talento' en su definición.