Trabaja en Granada, en una tienda de la calle Recogidas. Yo seguía con mis dolencias y sin calzado cómodo para el paseo intensivo que merece una ciudad así, que tiene su principal centro comercial en sus calles principales y no en un inmenso contenedor en terrenos recalificables. Recogidas, Reyes Católicos, Mesones... son las venas por las que se chutan sus dosis los compradores compulsivos de esa ciudad con encanto y duende. En esa tienda, la zapatera pronunció una de las mejores traducciones que he escuchado del término adaptaction aplicado al calzado: «—Estos son Callaghan Adaptaction. Que quiere decir que una vez que te los pones no quieres quitártelos». En acento granaíno, claro. Luego vi que la marca anuncia el modelo como «El zapato más cómodo del mundo». Ni punto de comparación en términos publicitarios. Que sepan que en Granada está una buena agente de promoción. «—Mi padre tiene unos, y está encantado»— decía la dependienta mientras nos despedía. «—Encantado, de verdad». Y casi ya en la calle: «—¡Qué buen zapato se lleva!». Fascinante. Pin, pin, pío, pío, pío. Zapaterita. «¡Ay, mi niña zapatera! / ¡Ay, espejo de mi casa! / Con los martillos diré / la alegría de tu cara».