La historia es, de principio, una comedia de enredo, que cruza las peripecias sentimentales de diferente personajes en un populoso y colorista Madrid de algún lugar del XIX. Básicamente: Francisquita es cortejada por el padre de Fernando, Don Matías, a su vez enamorado de la cantante Aurora la Beltrana. Ayudad por el compadre de Fernando, Cardona, Francisquita intentará esquivar las atenciones del padre y conquistar al hijo produciéndose confusiones mil entre cuadros costumbristas y canciones románticas.
Obra matritense en tres actos, el último de ellos dividido en dos cuadros, cuya estructura el guión de la presente adaptación respeta con singular habilidad para la carpintería, no es raro que llamara la atención del cine, debido a su perdurable éxito y notoria influencia sobre obras posteriores como la también célebre Luisa Fernanda estrenada en 1932 y con libreto de los mismos autores que al anterior, es decir Guillermo Fernández-Shaw y Federico Romero Sarachaga, aunque la música de Doña Francisquita pertenecía a Antonio Vives (la de Luisa Fernanda, en cambio corrió a cargo de Federico Moreno Torroba). De tal manera la zarzuela original ya había sido trasladada al cine en 1934, en plena fiebre por el género, por mediación de Ibérica Films en coproducción con Alemania y dirección de Hans
Cartel publicitario para la versión de 1934
Behrendt, activo ya desde los 20 y que filmaría su último film en 1936, no es difícil imaginar por qué. El director y escritor español Francisco Elías se encargó de la adaptación (no demasiado fiel al parecer) y los diálogos y por allí aparece gente como Luis Marquina ejerciendo de sonidista o intérpretes tan entrañables como Antonio Vico, el gran Félix de Pomés o el portugués Arthur Duarte.
Recuperando el hilo de los autores, Guillermo Fernández-Shaw y Federico Romero Sarachaga, pareja de la segunda edad de oro de la zarzuela en España, entre los años 20 y los 30, la primera habría que situarla entorno a 1840 con punto de inflexión tras la revolución de 1868, es decir en pleno auge del romanticismo musical y los compositores nacionalista en Europa, y contando nombres tan conocidos como Federico Chueca, Ruperto Chapí, Emilio Arrieta o Tomás Bretón. Pese a las penurias económicas o precisamente por ellas el teatro de zarzuela conoció un extraordinario auge en cuanto a producción, debido a la imposición del teatro por horas, de donde procede el nombre de “género chico” como extensivo de zarzuela, ya que así se denominaban a aquellas más populares de un solo acto, quedando “género grande” para las demás- ya habían partido a su vez de la obra de Lope de Vega La discreta enamorada (igualmente derivación/inspiración/robo de un cuento del Decamerón de Bocaccio) por lo que parecía claro la ductilidad del material de base, acoplado ya entonces a un cambió de siglo y estilo, a un casticismo decimonónico de ecos galdosianos que ya era histórico en 1923, fecha de su apoteósico estreno en el m
Santugini somete el texto original a una profunda reescritura (ciertas fuentes apuntan la participación en el guión de José Luis Colina, luego habitual de Luis Lucia o Antonio Román pero también del Berlanga de Novio a la vista y Los jueves milagro), con el objeto de dar cabida a no una, sino dos versiones, paralelas en principio fusionadas/confundidas finalmente, de Doña Francisquita zarzuela y de Francisquita personaje -además se esquiva la obligación, en un principio, de filmar la zarzuela, y esta se deconstruye dentro de la propia ficción que es Doña Francisquita película – ambas dentro de dos marcos de realidad/ficción diferentes en una dialéctica de inusitada complejidad y modernidad que Vajda diferencia a través de un tratamiento del color brillantísimo, de índole tanto dramática como sensorial y de una sensibilidad cercana al mejor Vincente Minelli (el de Meet me in Saint Louis, por ejemplo). De este modo y con el blanco como nexo, la realidad, populosa y vibrante de Francisquita la pastelera está retratada en rojos y verdes y los número musicales tienen un aire mundanamente cómico, definitivamente asainetado (a lo cual colaboran de manera eficacísima las intervenciones de esos gloriosos característicos como Antonio Riquelme, memorable camarero de la pastelería o un atribulado Antonio Morán como manager de la incendiaria Beltrana), mientras las fantasías, que pertenecen a la puesta en escena ensoñada por Francisquita de la zarzuela que ensaya en la escuela del Maestro Lambertini (un descacharrante José Isbert poniendo acento italiano) Doña Francisquita y que comienza a confundirse mágicamente con su propia vida son punteadas por el e
Así el guión de Santugini es potenciado por la maravillosa planificación de Vajda y viceversa, momentos de poco interés como las canciones de la Beltrana, una carnal y guapísima Emma Penella, son convertidos en exhibiciones de poderío mediante movimientos de grúa casi ophulsianos (y que anteceden a algunos muy celebrados del Jesús Franco de los cuplés: La reina del Tabarín y Vampiresas 1930) y la potencial cursilería de la historia es rápidamente cortada por un humorismo fecundo, brioso, que da cancha para el lucimiento de unos fenomenales Julia Lajos, apoteósica madre de Francisquita a quien esta hace creer que es la verdadera aspiración matrimonial de Don Matías (interpretado por otro notable característico como Jesús Tordesillas), y Antonio Casal, otro recurrente del autor e interprete especialmente dotado para estos tipos de perdedor entrañable, por encima de los divos protagonistas, demasiado envarado aunque cumplidor Armando Calvo, y mucho más apropiada, comprendiendo mejor el juego y la disonancia que
La brillantez de su compleja estructura dramática -Francisquita comienza a seguir los pasos que le marca el libreto de la zarzuela hasta que su propia vida se contamina y hace indistinguible de esta- tiene su cumbre en un último acto desarrollado en pleno Carnaval y que contiene momentos que recuerdan alDomingo de Carnaval de Edgar Neville, rodada en 1945. Vajda rompe las barreras entre ficciones desde el momento en el que unos disfraces cobran vida en el escaparate de una tienda, lo atraviesan y se lanzan a las calles en grotesco carrusel, medio Solana, medio Minelli, empujados nuevamente por una cámara al tiempo febril (las carreras por las calles, el cortejo tirando los sombreros de los caballeros en la entrada porticada del teatro,..) y elegante (la entrada al salón entre guirnaldas y confeti, la cual recuerda a otra muy similar de El clavo de Rafael Gil). También es en esta parte donde más brilla su nada despreciable presupuesto, estamos delante de una producción de Benito Perojo (responsable a la sazón de la primera zarzuela del sonoro español, La verbena de la paloma en 1934) la riqueza del vestuario (Antonio
Doña Francisquita
Director: Ladislao Vajda
1952
España
Fotografía: Antonio L. Ballesteros
Música: Amadeo Vives (original)
Montaje: Julio Peña y Antonio Ramírez
Guión: José Santugini, Ladislao Vajda, José Luis Colina, según la obra de Guillermo Fernández-Shaw y Federico Romero Sarachaga, Doña Francisquita, 1923
Reparto: Mirtha Legrand, Armando Calvo, Antonio Casal, Manolo Morán, Emma Penella, Julia Lajos, José Isbert, Antonio Riquelme, Jesús Tordesillas