Miras a un lado. Luego al otro. Estás perdido y lo sabes. Intentas recordar en qué esquina te equivocaste al girar, pero no logras averiguarlo. Permaneces un rato pensando en el callejón sin salida. Entonces decides que es hora de regresar a la entrada del laberinto.
Durante el camino de vuelta repasas todos tus pasos. Recuerdas con precisión la mayoría, los más importantes. En alguna intersección te paras a pensar qué hubiera pasado si hubieses escogido un camino distinto. Igual hubiese sido mejor pero, en el fondo, sigues creyendo que hiciste lo correcto.
Llegas a la entrada. Hay personas que te dicen que hiciste bien. Otras opinan que actuaste mal. Sabes que todas y cada una tienen parte de razón. Escuchas. Meditas. Todo y nada te convence.
Te sientas solo a reflexionar. Diriges tu mirada hacia el laberinto. Piensas en lo irónico que es no conocer qué hay al final. Intentas decidir qué ruta seguirás la próxima vez que entres en él. Mientras, esperas a que acudan a ti nuevas fuerzas. Sabes que vas a volver dentro. Porque no hacerlo no es una opción. Al fin y al cabo, lo divertido es perderte tratando de llegar. Y si es en compañía, mucho mejor.
Este es un pequeño relato escrito hace algún tiempo en alguna clase (en la que no andaba yo muy pendiente del profesor). Lo he encontrado en el cajón de cosas-escritas-y-abandonadas-a-su-suerte que hay en toda casa que se precie, y he pensado: "Pues igual vale para empezar a escribir en el blog del amigo Grimmjow_23 & Cía" (al que quisiera agradecer que me conceda un hueco para expresar libremente mis burradas y ocurrencias tontas). Para cualquier opinión sobre este relato (como que es una mierda) o hacerme una sugerencia sobre qué escribir en mi próxima entrada (aquí no acepto mierda) podemos discutir en @Iffish91, pero tanto si la cosa es tan larga que no cabe en un tuit, como si no te apetece ir a Twitter, se agradecen muchísimo los comentarios en esta entrada. Muchas gracias.