Es increíble que sigamos tomándonos las cosas con tanta filosofía. Lo que está pasando en Burgos es digno de llamarse trama, de igual forma que lo de la Gürtel, u otras que siguen minando no sólo la marca España, sino el ánimo de los españoles, que es aún peor.
Los de Gamonal continúan la lucha con más razón ahora que cuando les iban a hacer pagar por aparcamientos privados. ¿Cómo no va a ser así? Tienen la corrupción delante de sus narices, y eso es grave, muy grave. Y si eso está pasando en Burgos, si lo hemos visto pasar en Valencia, en Castellón, en Castilla La Mancha, y en tantas otras comunidades, qué no estarán haciendo en los pueblos pequeños, donde aún reina el caciquismo, y se acusa de cualquier cosa al tonto del pueblo, que la gente sigue mirando para otro lado.
Es lamentable no, lo siguiente. ¿Qué nos tienen que hacer más para que nos queme el culo de estar sentados y no ir a por ellos? Se lo están buscando con ganas. La pirámide, donde el más rico está arriba, y los más pobres abajo, no se va a sostener siempre. Pero seguimos sin verlo. Da igual que nos azuzen con programas izquierdistas como Al Rojo Vivo, o que salga la Cospedal balbuceando sobre cosas que no sabe ni ella, y que menos entiendo cuando se lo sueltan al pinganillo. La cosa es que no terminamos de saltar.
He visto las fotos de lo que pasa en Rusia, en Ucrania, en otros lugares del mundo, y allí por mucho menos la lían parda. Aquí en España, se ve que estamos más calentitos. Los lunes al sol, y los martes, y los miércoles. Y los de arriba tocando los cojones, pero como nos lo hacen con cariño, y como la causa es Europa, el futuro (uno muy negro, según los que de verdad saben, y no según Montoro, que para él todo son finales de túnel, o igual que para Báez son brotes verdes), pues aguantamos un poco más y ya está. Que todo mejora.
No, señores, no. La cosa no está mejorando, está empeorando, eso sí, pintada de rosa, que parece que así no se nota. Tenemos los ojos cerrados, nos estamos convirtiendo en los topos de Europa. Olemos, pero no vemos, y olemos la zanahoria que nos ponen delante. Lo que no olemos, desde hace mucho, es el dinero, esa sociedad del bienestar con la que nos doparon antes de darnos el porrazo de la crisis.
No tenemos políticos. Hoy en día no son más que buitres que se lanzan, unos a otros cuando pueden, y que juegan al “nosotros somos más”. Que cuando no la herencia, tampoco el “¿qué plan electoral?”.
Y sin embargo sí hay quien parece, y digo parece, querer hacer algo diferente. Lo de Ortega Lara no sé qué tal saldrá, pero sospecho que por poco no será otro fiasco como el de Rosa Díez y sus monos vengativos, pero monos al fin y al cabo, de los de ver, oír y callar. Y hablar sólo cuando restalla el látigo de la titiritera escarmentada, pero de la política, no de las yagas que nos están haciendo los de arriba.
Cada vez tengo menos ganas de enterarme de todo. Tengo trabajo, algo que no pueden decir muchos en este país, y cada vez, mientras lo tenga, me dan más ganas de ser uno de esos monos, como mis compañeros, como casi el resto de los que aún trabajan en este país. Oír, ver y callar. Hasta que nosotros también lo perdamos.
La palabra indignación, después de lo del ático y los trasteros de Lacalle, de sus amiguitos de las obras, y de las hijas segundas de sus amiguitos de las obras, adquiere matices nuevos.
Últimamente oigo demasiado eso de que “no podemos más”. Pues qué va, podemos más, y mucho. Tengo el culo escocido ya, de cómo nos la están metiendo, pero mientras nos sigan dando cremita, fútbol y canción del verano, aquí no pasa nada.