Se trataba, en síntesis, de recoger las lágrimas de los dolientes en estos frasquitos, basados en la premisa de pensar que la importancia del difunto podría medirse por la cantidad de lágrimas vertidas durante los rituales que acompañaban a su óbito. Por tal motivo, era frecuente la contratación de plañideras (mujeres que venían a llorar), a las que también se valoraba por sus manifestaciones de dolor.
Las que inicialmente fueron copas, pasaron, con el tiempo, a ser frasquitos más o menos decorados, cuyos tapones permitían la lenta evaporación del contenido, señalando el final del duelo.