Provoca desazón saber que el empobrecimiento de la clase media llevó a 3,5 millones de españoles a las listas de las rentas bajas entre 2007 y 2013, y elevó el número de hogares con bajos ingresos del 31,2 al 38,5 por ciento.
La clase media, las personas que en 2004 vivían en hogares con un nivel de renta medio, representaban el 59 por ciento, y en 2007 llegaron al máximo histórico, el 60,6. En 2013 había caído al 52.
El estudio, que acaban de hacer públicos quienes lo elaboraron, el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas y la Fundación BBVA, termina hace tres años.
Pero si suponemos que desde entonces varió poco el nivel de vida, vale para recordar que el mayor bienestar se dio durante el boom inmobiliario, el del denostado ladrillo.
Desde los alrededor de los dos millones de desempleados registrados en 2007, y con cinco millones de inmigrantes llegados en una década, en 2013 llegaron a los seis millones, mayoritariamente de baja cualificación, pero que afectaron a la clase media relacionada con sus actividades.
Una cadena que iba desde el obrero hasta la familia y proveedores del bar del bocadillo.
Pero simultáneamente se multiplicaba el efecto generado por la globalización: millones de trabajos tradicionales, que existían antes, desaparecían rápidamente, en especial en las pequeñas empresas, comercios y actividades auxiliares; y en las grandes que no se renovaban tecnológicamente para competir mundialmente.
Pero estamos ante un mal futuro: los estudiantes siguen haciendo las carreras de siempre sin entender que el siglo XX se acabó.
Los nuevos trabajos requieren altas especializaciones técnicas y científicas, pero ahí tiene usted las universidades españolas produciendo parados sin futuro a marchas forzadas: terminarán de ilustrados albañiles si por fortuna vuelve el boom del ladrillo.
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