Lago,Rey León y pseudo-rusos. Russian Classical Ballet

Por Silviasanchez

enero 3, 2014 por Silvia Sánchez

El lunes 30 de diciembre acudí a la función del Russian Classical Ballet en el Teatro Lope de Vega de Madrid. Aprovechando mi descanso vacacional en Madrid, acepté la invitación para fotografiar a la compañía en su ‘Lago de los Cisnes’, en el único día que aparecerían por la capital.

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El Teatro Lope de Vega es, cómo sabrán los madrileños, el teatro dónde se representa el musical ‘El Rey León’ desde 2011, lo que explica la apariencia exterior del teatro.  En la puerta ni un cartel anunciaba la función, con lo cual sorprende que el aforo fuera casi completo, compuesto principalmente por familias. Decir que la promotora española y la compañía no ofrecieron un pase gráfico cómo es costumbre, por lo que los fotógrafos estábamos obligados a trabajar desde la puerta de entrada a la última fila. Tímidamente algunos avanzamos un poco por el pasillo para huir de la sombra del primer piso, sentados en el suelo para evitar molestar al público. Público que se quejó de todas formas por el ruido de nuestras cámaras (disparábamos sin flash), así que finalmente decidí dejar de disparar. Por otra parte, editando estas fotos veo que de todas formas, los encuadres no son gran cosa, acompañando la desidia que me iba produciendo el espectáculo.

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La propuesta de Lago, Rey León y compañía privada con nombre pseudo-ruso me recordaron algo.  Curiosamente, fue este mismo grupo el que se ganó esta dura crítica de Roger Salas en el periódico el País el 10 de abril de 2012.

Mucha codicia y pocos escrúpulos. Ese es el primer pensamiento que viene a la cabeza, y una cierta indignación más que justificada. Esta compañía pertenece a esa ínfima categoría que mi colega Clement Crisp del Financial Times ha catalogado muy bien en el mundo anglosajón: el eurotrash ballet; es decir, el ballet basura, de restos. Igual que tenemos comida basura, bonos basura y televisión basura, cómo iba a faltar el ballet a esa merienda, a ese apogeo de la mediocridad y del todo vale.

Y es que todo es engañoso en esta función espuria. Ni siquiera han descolgado las bambalinas de El rey León, con lo que se producía un hilarante resultado en el decorado de palacio gótico con cielos tribales africanos. Fue un despropósito tras otro y nada se corresponde con el programa de mano: donde aparecen 24 cisnes fotografiados, en el Gran Vía había 12 incluso con otro vestuario y algunas con orondo sobrepeso.

El príncipe Sigfrido (Andrei Besov) es uno de esos casos en que el traje se conserva mejor que el artista que lleva dentro; la princesa-cisne (Margarita Demjanoka) es un quiero y no puedo constante: frases trucadas, música obviada y dificultades pasadas por alto, además de un obtuso gesto de enfado o azoro, no se supo bien. Ella llevaba mal atadas sus zapatillas; él la dejó caer dos veces.

El teatro estaba a reventar y hasta hubo ingenuos aplausos de entusiasmo, una prueba más de que hay público para el ballet académico y que no se merece tal sainete. Probablemente ni público ni autoridad, ni entendidos ni la profesión, han sabido defender que exista un ballet clásico como debe ser o que vengan agrupaciones de primer orden. Si algún hueso queda de Petipa o de Ivanov, anoche se revolvieron. Apenas aparecía un respiro con la archifamosa Danza Rusa, esa paráfrasis donde el violín debe guiar a la bailarina, pero fue al final caricatura.

El sentimiento es que todo ha fallado y que en cualquier escenario, público o privado, puede ofenderse sin miramientos a una tradición que es sagrada, que es arte. En el aparatoso programa ni siquiera aparece un nombre responsable, un director, un maestro repetidor. Solo unas direcciones electrónicas, muy a tono con los tiempos de crisis que corren y con los vientos que azotan peligrosamente cosas que imaginábamos intocables.

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Muchos meses después, mi función apenas vario de la que viera el señor Salas. El telón de ‘El Rey León’ volvió a decorar el palacio de Sigfrid y el lago de Odette, una noche de descuento a la espera de la vuelta del musical.  Los programas se vendían a 4€ a la entrada, un precio bastante alto para tratarse de una compañía desconocida, por lo que no puedo corroborar su calidad. Tampoco se nos informó a la prensa del reparto de los bailarines, simplemente se nos facilitaron dos nombres, el de la directora artística,  Evgenya Bespalova, una bailarina formada en Voronezh que funda la compañía en 2005 tras formar parte de otros grupos privados,  y el de Margarita Denjanoka, una bailarina de la Ópera Nacional de Letonia, como bailarina principal. La web de la compañía ofrece los retratos de sus 30 bailarines, pero no estoy segura de la identidad del príncipe o del bufón, tras un primer juego de ‘Quién es quién’.

Del orondo sobrepeso de algún cisne que dice Salas yo no puedo comentar , de hecho, en algún cisne, lo que ví fue una delgadez extrema. El tipo de cuerpo que olvida que la belleza línea del ballet se compone tanto de rectas como de curvas, aunque la técnica acompañara, cosa que no ocurría con esta bailarina . Entre los chicos sin embargo, una falta de forma general, y alguna orondez incluso. En estos grupos, la danza masculina es precisamente la más olvidada, y si en alguna ocasión alguna fémina salva la noche, jamás he encontrado un grupo donde pudiera decir lo mismo de un hombre.

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Cómo ya he dicho alguna vez, el mayor fallo de estas compañías son la manera en la que se promocionan. Lo que se vio en el Lope de Vega está muy lejos de ser un clásico del ballet ruso, cómo alude el nombre de la compañía. No tengo demasiados problemas con estos grupillos privados, siempre que su aparición se alterne con algo de más calidad. Afortunados son los balletómanos que no ven más que bailarines excelentes, pero son pocos, y desde luego, no es el caso de los aficionados españoles. Se puede apreciar una función aunque la dificultad técnica sea más pequeña, si se presenta con los ingredientes correctos, al igual que, siguiendo con el símil de la comida rápida y los snacks, será más sano una tapa que una hamburguesa del Macdonalds. Una bailarina puede hacer un manège de piqués sencillos, y es admisible (no se trata de elogiar la mediocridad, sino más bien de no pedir peras al olmo), pero una representación profesional debería de asegurar que los bailarines  no se van a caer de las piruetas, hagan la cantidad que hagan. Por supuesto, los accidentes ocurren hasta a los mejores, pero tal cantidad de fallos en tantos bailarines no es de recibo. Aún así no es el peor grupo que he visto pasear por nuestros escenarios, tan dudoso honor se lo dejo al ”Ballet Nacional de Sofia” .  Flaco favor se hace a la tradición clásica de Petipa presentándola así.

El comienzo del segundo acto se abrió con apenas 5 cisnes en escena, un momento poco menos que ridículo, aunque la entrada habitual de los cisnes presentó unos 16, un número más habitual. Uno se pregunta por qué los grupos privados insisten en representar continuamente ‘El lago de los cisnes’ cuando no tienen los medios adecuados para hacer valer el elemento de más poder de la obra, su cuerpo de baile. Sin duda, es fácil solucionar alguno de los paso a dos de la obra, con lo que quizá sería más sensible un programa de gala con piezas cortas. Un cuerpo de baile  se forma tanto con cantidad humana cómo con cantidad de horas para amoldarlos, por lo que estos grupos que se juntan exclusivamente para las giras nunca podrán tener el nivel de un cuerpo de baile de una compañía estable. La respuesta a esta pregunta es por desgracia, económica, al igual que tanto título ensalzando la rusez de la formación, algo hilarante hasta para mí, balletómana rusófila confesa. Si eligen el lago es porque es el título de ballet más reconocible para el gran público, ese que considera el ballet como algo tan extranjero de sí que prefiere ir a ver a una compañía foránea (sobre la unión entre ballet y Rusia ya hablaremos otro día). Pero, ni todos los lagos son lo mismo, ni de todos los rusos se puede esperar el mismo ballet.

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Si se le pide a cada español bailar flamenco, no nos sorprenderemos de que el nivel de calidad del taconeo varie mucho con cada uno, independientemente de lo que diga su pasaporte.