Ya os dije que desde que soy mamá lloro mucho más. Que soy más emocional y se me caen las lágrimas con temas que antes no me llegaban y ahora me traspasan como si fueran conmigo. Como lo que pasó con Julen, que he imaginado el dolor de esos padres y no puedo empatizar con ellos porque entonces me parto de dolor.
Lágrimas silenciosas y solitarias.
Siempre he pensado que las lágrimas incomodan y molestan. Y por eso evito llorar delante de los demás. Quizás es un reflejo de mi incomodidad cuando veo llorar a otras personas. No soporto ver a alguien triste sin hacer nada. Soy una “solucionadora” y quedarme quieta me molesta.
El dolor de los demás para mi es el mío, a veces lo siento como pinchazos en el pecho. Otras veces se me escapa un sollozo, y en ocasiones simplemente, lloro.
Me he vuelto más empática desde que soy mamá, mi mundo que me importa se ha hecho más grande, abarca desde los más allegados a los más desconocidos. Personas a kilómetros de mi vida. Y me hacen sentirme afortunada en muchos casos de toda la suerte que tengo, de poder acceder a una buena sanidad de que mi niño esté sano, de que a pesar de todos los problemas y discusiones su padre y yo nos queremos y estamos juntos. Y tengo todo su apoyo para seguir adelante.
Lágrimas sinceras y valientes.
A veces el agua necesita depurar las cañerías, nuestros sentimientos guardados las saturan. Todas esas veces que no permitimos que salga fuera la rabia, la tristeza… cada vez que nos guardamos dentro algo que deberíamos sacar fuera. Cuando no nos permitimos un espacio para nosotros mismos. La cañería se va saturando y por eso necesitamos llorar. Para sacar todos esos sentimientos contenidos que si no nos ahogarían y podrían hacer un tapón, que cuesta mucho más quitar.
Ahora veo las lágrimas de otra manera.