Lágrimas

Publicado el 19 junio 2019 por Carlosgu82

Seguramente el llanto de un recién nacido sea para sus padres lo más inquietante que les pueda suceder. Porque el recién nacido no habla ni puede expresar de manera alguna lo que le sucede, qué es lo que necesita. No puede decir si tiene hambre, sed, dolor… No hay manera de saber consolar a un bebé cuando está llorando. Pero el llanto de una madre es todavía más inquietante. Creo que no hay nada más sobrecogedor que ver llorar a una madre. Ver llorando a la mujer a la que has acudido en infinidad de ocasiones a contarle tus problemas para encontrar alivio, ver desconsolada a quien te ha ayudado a levantarte cada vez que has caído, ver doliente a quien te ha calmado tus dolores, la que te ha cuidado cada vez que has estado enfermo cuando niño… hace que se te encoja el corazón al no saber cómo reaccionar. ¿Y qué hace una madre cuando su bebé llora desconsoladamente? Lo coge en brazos y lo lleva a su pecho intentando que se calme. Pues lo mismo hice yo en aquel momento con mi madre al verla llorar de aquel modo, la abracé y la estreché contra mi pecho. No recuerdo cuando había sido la última vez que había abrazado a mi madre, si lo había hecho alguna vez, por eso ella se sorprendió de mi gesto. Entonces rompió del todo y tan solo tuvo voz para decir: “–Ay hijo mío.” Y siguió llorando. Lloró todo el camino hasta casa, se metió en su habitación y siguió llorando. Lloró durante días y creo que yo conocí todas las formas posibles de llorar, pero lo hice de la peor de las maneras que se puede, viendo llorar a una madre.
Cuando se encerraba y nadie la veía, pensando quizás que tampoco la escuchábamos, sollozaba intensamente. Paraba por momentos e intentaba respirar profundo para llenarse de aire, pero una opresión en el pecho le impedía que eso la aliviase. Se iba quejando en bajito, repitiéndose a sí misma todas las desgracias que le habían sucedido, no solo a ella sino a todos sus seres queridos y cercanos. Lloraba por lo que a mí me habían anunciado, lloraba por cada una de las palabras que había dicho el doctor a pesar de no haberles prestado atención, por mi enfermedad, por lo que me esperaba, por la visión ofrecida de un ocaso cercano. Lloraba por mi posible sentimiento interno, por lo que pudiera estar pasándome por la cabeza. Se lamentaba por mis sueños rotos de repente, la mayoría de los cuales quizás ella desconociese, pero que se imaginaba que seguramente yo tenía. Todos los hijos sueñan con algo y yo no era un hijo diferente a los demás, debía tener también mis sueños. Y lloraba por lo que ella había soñado para mí pero que ni ella iba a poder darme, ni yo iba a poder alcanzar. Quizás llorase por las veces que, siendo niño, yo llegaba a casa llorando porque se habían metido conmigo en el colegio o me habían encomendado alguna tarea complicada, o había suspendido algún examen y ella no tenía manera de ayudarme ni consolarme.
Seguía llorando también por todas las caídas que yo había sufrido, por todo aquello que me había resultado complicado y ella no me había podido facilitar. Lloraba por lo que a ella también le había sido difícil, por las zancadillas de otros y la terrible manía que existe de entorpecer la felicidad del prójimo. Lloraba por el ideal de vida que había imaginado y nunca había tenido. Lloraba por lo que ella misma había soñado y no había podido convertir en realidad.
Lloró por envidias, por rencores del pasado, por enemigos encontrados de manera inesperada, por decepciones llevadas, por engaños sufridos… Lloró quizás también por las veces en las que esperó un gesto cariñoso de mi parte y no lo obtuvo, o por parte de mi padre, o de su madre… Pero también se dio cuenta que no se puede llorar por lo que no se recoge por no sembrarlo. Aún así siguió llorando y a pesar de que con el tiempo no lo hacía constantemente, yo la escuchaba llorar a diario.