Escribir acerca de los aspectos más oscuros de la propia vida debe ser uno de los ejercicios literarios más complicados. No solo porque el autor se expone como protagonista al escrutinio de los demás, confesando sus pecados en forma de vicios, sino porque también se ven afectadas colateralmente sus seres queridos, amigos y familiares. En cualquier caso, cuando el resultado es excelente, como sucede con Lagunas, todo adquiere pleno sentido y puede servir para que el autor conjure sus demonios y que su escritura sea un instrumento de liberación. Porque Sarah Hepola no culpa a la sociedad, ni a su familia ni a sus amigos de sus males, se culpa a sí misma. Se siente plenamente responsable de sus actos y necesita analizarlos para empezar a comprenderlos. La puerta de entrada de Hepola al hábito de la bebida fue una timidez patológica, la cual se disipaba con un par de cervezas, un descubrimiento muy temprano por parte de la autora. La muchacha lacónica e invisible se transformaba en un torbellino de simpatía y atrevimiento. Los chicos se volvían accesibles y las palabras, que antes eran imposibles de pronunciar, salían de su boca de manera torrencial:"El alcohol es una droga contra la soledad. Tiene muchos poderes, pero para una adolescente como yo, ninguno era más atractivo. Nadie era un intruso. Cuando bebíamos, todos nos llevábamos bien, como si la sensación de pertenencia, ese polvo mágico, se hubiese rociado sobre aquel aparcamiento."Pero esta bendición inmediata, esta salida fácil a la risa y a la socialización, pronto empezó a tener un lado oscuro: las lagunas, esas horas que son borradas de los recuerdos y que al día siguiente son imposibles de recuperar. ¿Qué hago acostada en la habitación de un hotel con un desconocido? ¿Cómo he llegado aquí? ¿Por qué me duele tanto la rodilla? Aunque al principio le restara importancia, esta sensación de descontrol de la propia existencia llegó a tener efectos aterradores en la existencia de Hepola. Sospechas de abusos sexuales, caídas por escaleras que no se recuerdan, pérdidas de amistades a las que se ha insultado sin ser consciente de ello, momentos de vergüenza ajena que al borracho le parecen divertidísimos en ese momento... Todo un mundo de experiencias que desaparecen como gotas en la lluvia, pero que dejan a su protagonista con una sensación de desasosiego difícil de explicar. Ahora se es consciente de que se está cayendo en una espiral letal, pero es difícil reaccionar cuando el único refugio es volver a las sensaciones que produce el sabor del alcohol en el paladar. Hacerse plenamente consciente de la propia situación es ya de por sí un acto de heroísmo:"Los verdaderos borrachos esperan, atentos al momento en el que tocan fondo. Tu cara choca continuamente contra un muro de ladrillos, pero esperas poder destrozártela y seguir tu camino. Quedar herido, pero no destruido. Es una apuesta. ¿Cuántos riesgos quieres correr? ¿Cuántos percances necesitas?"Lagunas demuestra que la responsabilidad de salir del pozo depende casi por completo del alcohólico, que primero debe comprender su condición y después someterse a una terapia personal que le permita cambiar las prioridades vitales. Hepola no describe este proceso como una liberación, sino como una entrada a una vida vacía que poco a poco deberá ir adquiriendo un nuevo sentido, marcado por la constante posibilidad de una recaída. Un libro sincero, bien escrito y muy digno de ser leído, que es capaz de hablar al lector de tú a tú.