Revista Juvenil

Laila Winter - Destacados - Estudio a la ocurrencia

Por Eltiramilla

Laila Winter - Destacados - Estudio a la ocurrencia

En el recorrido del “Estudio a la ocurrencia” de hoy nos acompaña Laila Winter, la ópera prima de la gaditana Bárbara G. Rivero, que en el próximo año 2011 cerrará su tetralogía con Laila Winter y el corazón de las sombras. Las Arenas de Solarïe, Los Señores de los Vientos y La maldición de Ithirïe son los tres primeros títulos de esta saga de fantasía juvenil.

► “Como manejar la nitroglicerina”

Laila Winter - Destacados - Estudio a la ocurrencia

Abrir un libro expectante sabiendo que no sabes nada pero intuyendo que lo que vas a saborear será grande; alcanzar al personaje protagónico, toparte con una fémina y no llevarte las manos a la cabeza porque no la han construido con estereotipos que desencantan; suspirar de alivio porque esa nueva historia esgrimida con gracia pertenece a un mundo que te absorbe y sorprende conforme pisas sobre él; y arrellanar tus posaderas dondequiera que estés y continuar leyendo porque has empezado, gracias a Dios, con buen pie lector.

Todo eso y más resume mi experiencia con Laila Winter y el resto de la comparsa, Nimphia, Aurige y Cyinder, un trío de fieles compañeras sin parangón; y es que las chicas de Bárbara G. Rivero, como rezaba una canción, son guerreras, uh, ah, y jugar con ellas es como manejar la nitroglicerina.

Podríamos quedarnos con su universo de cien mil ramas, tan enredado y coherente; con esa ristra interminable de criaturas, desde hadas a shilayas, pasando por pixis, huevos misteriosos y dragones; o con la excelencia de la pluma que enfunda la autora, rigurosa, fluida, divertida y elegante. No obstante y a pesar de todas esas flores piropeadas, las cuatro protagonistas conforman con diferencia el pilar más poderoso de la historia y serán ellas las que ocupen las líneas de nuestro tercer Estudio.

► Hadas y princesas, pero alejadas del tópico

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Érase una vez Laila, una chica con el pelo verde a la que llamaban “Pelomoco” (culpa del destino, que estaría juguetón), una humana normalita en un internado de chicas, con cero amigas y pocas esperanzas de pasar un verano memorable; y éranse también tres chicas con garbo, una con el pelo dorado, otra negro carbón y la tercera de color violeta, todas ellas princesas aladas de Faerïe, el mundo de las hadas, a una vuelta en coche del humano (en un mustang de color rosa, aclaremos).

La peliverde, tal vez la más lenta en evolucionar, se descubre como la más humana y adolescente, siempre en busca de una identidad dividida entre dos mundos muchas veces opuestos, y dolorosamente consciente de la no relación que mantiene con el chico que le hace tilín. Cyinder es la rubia, la del reino de cinco soles (Solarïe), un hada de mamá cegada muchas veces por lo aparente y a la que no le quedará más remedio que aprender a base de golpes. Aurige es la princesa de Lunarïe (el reino oscuro), una señorita de armas tomar que daría un brazo por saber matar con la mirada y juega a ignorar a conciencia a todo hombre que se le acerque; a ella, ni tocarla, faltaría más. Y Nimphia prefiere la libertad salvaje de los vientos; qué menos cabría esperar de la hija de la soberana de Airïe, el reino en el firmamento.

Pronto reunidas, se enfrentarán al caos y la destrucción, una misión nada desdeñable, sobre todo porque su historia se enmarca en un cosmos complejo y rico en matices y subtramas, y sortear con éxito todas las desventuras no iba a ser moco de pavo. Aunque, tranquilidad, pues las hadas de G. Rivero son protagonistas hechas y derechas, no hay nada que se les resista y abrazan siempre la rebeldía.

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¿Qué tienen, por tanto, las cuatro en común, además de su sangre feérica y que hacen lo que les viene en gana? La total y absoluta independencia respecto al sexo opuesto: si se caen, se levantan; si sangran, ellas buscan gasas y tiritas; si tienen hambre, hacen magia; si toman sus reinos, ellas los reconquistan; si hay que moverse, se hacen con el volante del mustang; y si se enamoran, ni hablar de ir de tontitas. A su aire, luchadoras (no necesariamente literal, no con los puños), inteligentes, valientes, divertidas y sin un bofetón en la cara por lelas: eso y más son nuestras hadas. Menos mal que la autora cuyo imaginario nos ocupa dio a luz a unos personajes redondos, poderosos y alejados del drama, porque de haberlos pintado pusilánimes o facilones, por mí como si se hubieran caído por un pozo para no salir jamás.

► Contar con naturalidad

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Bárbara G. Rivero, además de aclamada escritora, es médico de urgencias y a lo largo de su carrera se ha encontrado con muchísimos casos de chicas en situaciones poco favorables; en gran parte debido a los prejuicios que todavía hoy tiñen nuestra educación, y también por culpa de una sociedad que aún debe aprender en materia de igualdad. En palabras de la autora, “(…) todo no es tener un novio, casarse y adiós, hay mas cosas que pueden hacer por sí mismas. No hace falta tener hechizos mágicos ni nada. Laila lo hace todo por ella misma, lo hace con esfuerzo y consigue las cosas. Quiero que las chicas a quienes enfoco el libro descubran que hay muchas más cosas que vaguear en el sofá y dar por sentado lo que les dicen padres y amigos”.

Las palabras de la autora y las de mi propia cosecha evidencian uno de los mensajes que recorren con brillantez la obra: esta historia resulta positivamente feminista (ojo con sacar el término de contexto).

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Cuando se avanza por las páginas de Laila Winter, sobre todo en su primera novela, relampaguea un detalle curioso y constante del que cuesta darse cuenta: apenas hay personajes masculinos; los hombres que aparecen son contados y, por lo general, de poca importancia (la cosa cambia un poco en la segunda entrega de la saga, con los fieros y torpes señores de los vientos). ¿Cómo un libro dominado en número por mujeres que son dueñas y señoras de su mundo y el orden de la vida, no dispara las alarmas para que pensemos “y dónde están los otros”? Si a la inversa no nos rechinan los dientes lectores, tampoco debería ocurrir lo mismo en una historia de féminas; y, sin embargo, lo hace; qué primitivo. A pesar de eso, Bárbara G. Rivero es lo suficientemente hábil como para meterse debajo de nuestra piel y hacer de su universo imaginado y repleto de mujeres una realidad absolutamente natural.

► Una realidad que aboga por el equilibrio

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Nuestras cuatro hadas son románticas y bondadosas (alguna muy, muy, muy en el fondo), tan traviesas como cualquier buen duende que se precie y, desde luego, luchadoras; luchan por ser ellas mismas, superarse y vencer las adversidades, sin depender de nadie del sexo opuesto y entregar sus corazones a la primera de cambio. Lo que Bárbara ofrece es un mundo madurado, trabajado y real, donde las chicas han de quererse a sí mismas primero y no se sientan al calor del fuego esperando al hombretón de capa y espada de todo cuento de princesitas tontas.

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Algo similar les ocurre a protagonistas de otros relatos: la tributo Katniss (Los Juegos del Hambre), la bruja Hermione (Harry Potter), las chicas de La Orden de la Academia Spence o Wynter (El trono envenenado). Sin embargo, la diferencia entre ellas y las hadas de G. Rivero radica en que sus universos son dos opuestos: mientras la gaditana arma un mundo de igualdad, las demás han de conformarse con rebelarse en un mundo de hombres.

¿Que las mujeres de Bárbara hacen y deshacen a su antojo, con o sin hombres a su alrededor? ¿Que los niños, chicos y maduritos existen en condiciones de igualdad con cualquier fémina, sean profesores, vendedores, escoltas, reyes o piratas? Pues estupendo, así debería empezar a funcionar el mundo real.


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