Por Federico Dertaube
"Gramsci señalaba que para implantar el socialismo era necesario introducirlo desde la educación, la cultura y los medios de comunicación. Argentina es un gran ejemplo de ello. Cuando uno expone la hipocresía de cualquier vaca sagrada de los progres bienpensantes, se les detona la cabeza e inmediatamente acuden a todo tipo de respuestas emocionales y acusaciones falsas y disparatadas con el objetivo de defender a capa y espada sus privilegios" continuó Milei. Y luego: "Por lo tanto, lo más maravilloso de la batalla cultural llevada a la política versada sobre el principio de revelación es que cuando uno señala las vacas sagradas del edificio de Gramsci, automáticamente genera una línea de separación entre los que viven de los privilegios del Estado y las personas de bien".
La extrema derecha usa desde hace mucho ese espantapájaros. En Argentina en particular, los más notorios defensores del planteo de que el aparato educativo y cultural está en manos de marxistas inspirados por Gramsci son los genocidas. En su defensa del genocidio y de su propio gobierno, en el año 2010, Jorge Rafael Videla dijo: "A ese ejército al que represento en estas circunstancias, y al que quiero desagraviar denunciando una campaña sistemática de desprestigio, con vistas a su destrucción como institución de la república objetivo intermedio para subvertir la nación, a la manera de Gramsci". Para Videla, el repudio a su régimen y su genocidio fue un producto de una táctica gramsciana.
No debería ser necesario ni siquiera explicar algo sobre el pensamiento de Gramsci. Porque simplemente no tiene nada que ver con nada. Respiremos hondo, seamos pacientes y digamos algo al respecto. Uno de los planteos más famosos de los Cuadernos es que una clase económica dominante no puede serlo si no es también hegemónica. Una clase social es hegemónica en la medida en la que puede no solamente dominar sino también dirigir a las "clases subalternas". Sin la dirección ideológica, política y cultural de la sociedad, ninguna clase social puede ser económicamente dominante. Para lograr eso, necesita de organizaciones políticas, educativas y culturales propias.
A este planteo se lo ha presentado como una novedad completamente inédita en el pensamiento marxista antes de Gramsci. Lo cierto es que eso no es cierto. Ya en 1847, antes del Manifiesto Comunista, Marx y Engels habían escrito que "la ideología dominante de toda época histórica es la ideología de la clase dominante". Lenin, en el ¿Qué hacer? cita aprobatoriamente el planteo de Engels de que la lucha de clases tiene tres aspectos: la lucha económica, la lucha política y la lucha ideológica. La novedad de Gramsci es en realidad su análisis específico del rol de los "intelectuales" y sus organizaciones en la sociedad. Sus aportes a la filosofía política son más amplios, pero esa es una de sus grandes innovaciones en lo que refiere a la manera de entender las relaciones políticas en las sociedades de clases.
¿Qué tiene que ver todo esto con Lali? Nada, ciertamente. Pero en las cabezas cuasi pensantes de la extrema derecha se inventó una teoría de la conspiración fascistoide en torno a Gramsci. Escucharon por ahí que Gramsci le da importancia a lo cultural -que a nadie se le ocurra la idea de que leyeron algo- y entonces le pusieron su nombre a todo lo que no les gusta. No es solamente Gramsci, también es la Escuela de Frankfurt.
A lo largo de su extensa dominación, la clase capitalista se ha dado muy diversas instituciones para gobernar la sociedad. A veces democráticas, a veces dictatoriales, según las circunstancias. No hay que confundirse: que representen a una misma clase social no hace automáticamente amigas a esas organizaciones. A veces, pueden ser enemigas mortales. Las más duras y extremas, enemigas de todo disenso, ven infiltración marxista en cualquier cuestionamiento democrático de sus regímenes y sus masacres. Así, en su testimonio en el 2010, Videla veía "triunfo del marxismo" en el alfonsinismo, la democracia post 83′ y en el Juicio a las Juntas.
Lali no es, claro está, representante de ninguna organización política o cultural de ese tipo. La realidad es más simple. Es una artista de ideología democrática que ve en los delirios de Milei lo que son: delirios.
No estamos diciendo «fascista» o «nazi» como insulto fácil. La teoría del «marxismo cultural», asociada a la de la «Agenda 2030», adquirió su forma actual por la vía de los autores Paul Weyrich y William Lind. A nadie debería sorprender lo que estamos por contar: estos dos repugnantes seudo intelectuales participaron de conferencias negacionistas del Holocausto para hablar, precisamente, de su teoría del «marxismo cultural». Tampoco nadie debería sorprenderse si se entera que los nazis denunciaban una cosa con un nombre muy parecido, aunque igualmente ficticio: el «bolchevismo cultural».
La «teoría» de Weyrich y Lind dice más o menos así: un cónclave de judíos alemanes, nucleados en la «Escuela de Frankfurt» se infiltraron en la cultura para imponer desde ahí la subversión de los «valores occidentales». Así lo afirmó Lind, por ejemplo, en una conferencia que dio en el año 2000 con el título «Los Orígenes de la Corrección política». Los aliados de Milei Agustín Laje y Nicolás Márquez, en su increíblemente estúpido best-seller «El Libro Negro de la Nueva Izquierda«, repiten palabra por palabra ese bulo antisemita. La única diferencia es que, prudentemente, eliminaron la palabra «judíos» del planteo original. No es para nada casual que Laje haya rápidamente apoyado a Milei en sus declaraciones contra «el globalismo».
Así es como se ve una teoría de la conspiración. Los defensores de quienes dominan el mundo a la vista de todos, los capitalistas y sus políticos, necesitan inventarse unos dominadores secretos para echarles la culpa de todo lo que no les gusta y de todos los problemas. A esos dueños secretos de la sociedad se les puede atribuir absolutamente todo impunemente. Desde el mismo momento en que alguien está dispuesto a creerte sin prueba alguna, todo es creíble. Así fue con los simpatizantes de Hitler, que veían judíos actuando en secreto en todos lados.
Sirve también para darle una explicación a lo que no se quiere entender. Para ellos, los trabajadores serían más felices y libres sin aumentos salariales, ni limitación de la jornada laboral. Explican entonces la lucha sindical con una infiltración marxista cultural. Las mujeres deberían desear ser amas de casa e incubadoras de nuevas personas. Explican entonces el feminismo con una infiltración marxista cultural. Las personas LGBT son un ataque marxista cultural contra la "familia tradicional". La "crisis moral" de la que habla Milei es todo eso. Y su respuesta es negarles a los que luchan su derecho a la existencia atribuyendo todo a una conspiración.
El delirio debería ser lo suficientemente obvio para cualquiera dispuesto a pensar. ¿Qué organización marxista-gramsciana es la que infiltró a Lali Espósito en la industria cultural argentina? ¿Cómo lo hizo? ¿Desde qué lugar de influencia? ¿Qué ideología del "Gramsci Kultural" es la que propaga Lali Espósito? Estas preguntas tendrán respuestas diferentes según la originalidad de la imaginación del simpatizante de la teoría de la conspiración que intente darlas.
Lo que no es una conspiración es lo que se puede demostrar. Lo que es poderoso a la vista de todo el mundo. Por ejemplo: ¿quiénes tienen interés en darle difusión a los delirantes negacionistas del cambio climático? Obviamente, los responsables del cambio climático. Se nos ocurre, por ejemplo, la ultrarreaccionaria Fundación Atlas, financiada entre otras por la empresa petrolera multinacional ExxonMobil.
En minutos conversamos con Javier Milei en Instagram Live @JMilei https://t.co/WEHwAxsxVr
— Fundación Atlas para una Sociedad Libre (@Atlas1853) July 22, 2021
Conspiraciones hay muchas. Lo que no puede haber, lo que no puede existir, es la dominación de un país en secreto, ni el control de su producción cultural. Ni hablar del mundo entero. La mentalidad conspiranoica de la extrema derecha emerge de querer defender a los dueños del mundo y echar responsabilidades de sus crisis en otros lugares. No hay ninguna infiltración gramsciana en Lali Espósito. Milei simplemente necesita darse una explicación reconfortante de por qué alguien puede estar en desacuerdo con él. Y recurre para eso a las cloacas ideológicas más profundas.