Mourinho aparcó el fútbol atrevido de las primeras jornadas para volver a sus viejas costumbres, más músculo y menos riesgos. Al fin y al cabo, el empate en el estadio del vigente campeón sabía a victoria y si alguien debía arriesgar ese era Pellegrini. Y como el chileno tampoco lo hizo, y plagó el medio del campo de picapedreros (Fernandinho, Milner y Toure), la primera mitad dejó dominio citizen pero poco fútbol y menos ocasiones.
Tras el descanso, Mourinho intentó ganar la partida de cartas desde el banquillo. Fortaleció el centro del campo con Mikel, adelantó la posición de Fábregas y buscó en la verticalidad de Schurrle rematar la faena al contragolpe. Y por el camino encontró en la expulsión de Zabaleta el aliado perfecto para su plan. Así, cinco minutos después de la roja al argentino, el Chelsea se adelantó en el marcador con un tanto del alemán.
Mourinho sonreía con el marcador a favor y superioridad numérica. No obstante, no contaba con que Lampard, leyenda blue, se colará en su fiesta. Pero Pellegrini, ya con poco que perder, le dio entrada al campo por Kolaron en el minuto 77 y solo ocho después escribió el guión perfecto con el tanto del empate. Suele pasar en las películas y, de vez en cuando, también ocurre en el fútbol.