Nonagésima octava entrega del Rincón Literario por Paco Marín
EDITA: Hermida Editores (2014)
Encuadernación: Rústica con solapa. Tamaño: 14 x 21,5 cm. Número de páginas: 90. PVP: 14,00 €. ISBN: 978-84-94176-72-2
Hay que agradecer que haya editoriales, como Hermida Editores, que hagan un gran esfuerzo para ofrecernos y poner al día títulos antiguos, títulos de siglos pasados que a la luz actual aparecen con lamisma fuerza y energía que el día de su publicación. Es el caso de Lana Caprina publicado en 1772.
Un volumen editado con el cuidado y la categoría que da Hermida a todas sus publicaciones. Adornado con numerosas notas a cargo de su traductora y con un prólogo clarificador de las andanzas de Casanova.
Como ya he comentado, Lana Caprina, fue publicada en 1772, siendo el primer éxito editorial de Giacomo Casanova, hasta el punto de que la tirada de 500 ejemplares, editados por su protector veneciano, Marco Dandolo, se agotó en quince días.
Escrito en formato de epístola, la obra aborda el tema que probablemente mejor conocía: las mujeres. Inspirándose para el título en la cita de Horacio: “Alter rixatursaepe caprina” (Siempre hay quien discute a propósito de la lana caprina), es decir, por tonterías, se trata de una sólida y satírica, pero también divertida, diatriba contra los doctores en Anatomía de la época.
Parodiando el modelo de debate erudito que se estilaba en el mundo científico, Casanova se burla de los prejuicios vigentes acerca de la carencia de raciocinio que los médicos atribuían a las mujeres. El escritor veneciano redactó la carta después de una visita a la librería de Taruffi, en Bolonia, donde un monje bizco le habló de dos libros que se habían escrito sobre la mujer y su útero, por sendos profesores de Anatomía de la Universidad de Bolonia.
El primero, escrito por Petronio Zecchini, se titulaba I de geniali della dialettica delle donne ridotta al suo vero principio [De la naturaleza de la dialéctica de las mujeres reducida a su verdadero principio], en el que rogaba que se le perdonara todas sus faltas a las mujeres, ya que el autor sostenía como nódulo central de su ensayo que la mujer dependía en todo y para todo del útero, órgano que al parecer las obligaba a actuar a su pesar y sin su consentimiento. De ahí que Casanova le diera el título de El útero pensante.*
El segundo folleto, autor Germano Azzoguidi, se titulaba Lettres de madame Cunégonde écrits de B (Bologne) à Madame Paquete de Ferrara [Cartas de Madame Cunegunda de Bolonia a Madame Paquette de Ferrara], y constituía naturalmente una crítica del primero. Aunque reconocía que el útero era «un animal», no sabemos si en el sentido de algo vivo o bien de un órgano propicio a las animaladas, afirmaba rotundamente que dicho animal no tenía ningún poder sobre la razón de la mujer porque nunca se había encontrado el menor canal de comunicación entre esa víscera, «vaso del feto», y el cerebro de la mujer. Ninguno. A esta valiente respuesta Casanova la tituló Fuerza vital.*
Ante semejante discusión, que se hizo célebre en la época, Casanova escribió este ensayo para reírse de los dos doctores y de la polémica que se había montado en torna a una nadería: la lana caprina.
* Fuente: Marina Pino.
Giacomo Casanova (Venecia, 1725 – Duchcov, 1798) es mundialmente conocido por sus aventuras amorosas, pero no se puede olvidar que fue gracias a los libros en los que dio cuenta de ellas como han llegado hasta nosotros, sobre todo a través de Historia de mi vida, obra más conocida como las Memorias de Casanova, donde dejó una huella imborrable. Aventurero, diplomático y agente secreto. Casanova era hijo de unos comediantes. Escribió cinco novelas, veinte comedias y numerosas novelas cortas y episodios. Diletante en casi todas las artes, como dice de él Stefan Zweig, era sin embargo un auténtico experto en “los juegos concebidos por el demonio”; los naipes, el Biribís (juego de azar de origen francés precursor de las actuales lotería y bingo, consistente en pequeñas apuestas, que fue prohibido por ley en 1837),los dados.el dominó, la alquimia y la diplomacia.
Aunque el juego que mejor dominaba era el del amor. De constitución hercúlea, sufrió cuatro infecciones de sífilis, dos envenenamientos, una docena de heridas de daga, un cautiverio de varios años en la prisión veneciana de Los Plomos, los calabozos españoles, viajes por toda Europa, desde Sicilia hasta Moscú. Se vio envuelto en turbias operaciones financieras, en falsificación de billetes, en joyas empeñadas. Fue perseguido como un criminal en Varsovia, expulsado de Madrid y Viena; pasó cuarenta días preso en Barcelona, y expulsado de nuevo de Florencia y de París. Embaucador, charlatán e ingeniero –así lo define Zweig-, nadie como él conoció mejor la vida cotidiana y la cultura del siglo XVIII, de las que nos ha legado un valioso testimonio. Esta vida tan truculenta tuvo un inesperado final venturoso tras el éxito de sus Memorias que empezó a escribir en 1789, el año de la Revolución Francesa, y que terminó siete años después. Sus últimas palabras fueron el perfecto corolario de una vida tan ajetreada como rebosante de plenitud: “He vivido como un filósofo”.