Rob, el pirado por los discos de Alta fidelidad, la novela de Nick Hornby sobre pirados por los discos, es el tipo con el que uno hubiese deseado cerrar bares, bebiendo cerveza de la botella, decidiendo si Wish you were here superó Dark side of the moon o si Genesis, después de marcharse Peter Gabriel, no hicieron ninguna otra obra maestra. Yo he sido Rob durante años, pero ser Rob pasa factura. No hay nada hermoso ni bueno en este mundo que no la pase. Ni siquiera la poesía de José Ángel Valente (leída anoche mientras escuchaba un disco de John Coltrane que cogí al azar) te deja impune. No es posible que todo siga igual después de haber recibido esa pequeña sobredosis de belleza o de inteligencia. Lo que uno atesora lo cambia. De Rob, de su melomanía, me quedo con la portentosa colección de vinilos, con su ampli de válvulas y con la bendita facultad de saber qué canción colocar en el giradiscos (a mí me gusta más que plato) según las circunstancias del día. Hay días en los que yo no saldría de un disco de los primeros Jam, días de brincos en la boca del estómago. Hay días Stephane Grappelli, días de una dulzura inargumentable que te hacen sentirte a gusto en el mundo y en paz con el prójimo, y mira que son difíciles esas dos cosas. Hoy, después de ver anoche en el plus un trozo de la película de Stephen Frears, que vi hace en su estreno en estricta soledad, he pensado en cómo organizar mi colección de discos. Si los CDs deben seguir colocado aleatoriamente o debo ordenarlos de modo alfabético. A Rob se le ocurrió hacer que su fantástica colección de vinilos (metidos en sus plásticos, colocados vérticalmente para que no se prensen en demasía por el peso) se rigiese por su biografía. Para buscar Landslide, la preciosa canción del Rumours de Fleetwood Mac, no debía pensar en la F de Fleetwood ni en el año 1975, en que fue grabada, sino en el día en que lo compró. Me imagino al bueno de Rob repasando su vida con solo observar el canto de los vinilos con todos los nombres de los álbumes bien visibles, pero no doy con mi propia salvación. Prefiero el caos. Hace mucho tiempo que me rendí en eso de poner al día la base de datos del Microsoft Access. Hay todavía unos pocos de cientos de discos sin registrar. Mi amigo Rafa Padillo sabe de lo que hablo. Nadie como él en este mundo (salvo quizá mi mujer) para entender de qué hablo cuando hablo de una base de datos de discos o de películas. Creo que necesitaría otra vida para estar definitivamente al día y tenerlo todo a mano, bien estabulado, idílico y mío. Ahora mismo si tuviera que escuchar Landslide tiraría de Spotify. En el fondo todos los coleccionista somos un tipos extraños de los que no se puede esperar ningún comportamiento razonable. Si yo tuviera que ordenar mis discos de un modo biográfico, ¿cuál sería el primero? Probablemente el Discovery de la Electric Light Orchestra. Fue el primero de un millón de discos. El último, el que acabo de escuchar y estoy instalando en mi deteriorado disco duro, es el Out of the game del crooner Wainwright. ¿Flojito? Tendré que darle una nueva escucha.
Rob, el pirado por los discos de Alta fidelidad, la novela de Nick Hornby sobre pirados por los discos, es el tipo con el que uno hubiese deseado cerrar bares, bebiendo cerveza de la botella, decidiendo si Wish you were here superó Dark side of the moon o si Genesis, después de marcharse Peter Gabriel, no hicieron ninguna otra obra maestra. Yo he sido Rob durante años, pero ser Rob pasa factura. No hay nada hermoso ni bueno en este mundo que no la pase. Ni siquiera la poesía de José Ángel Valente (leída anoche mientras escuchaba un disco de John Coltrane que cogí al azar) te deja impune. No es posible que todo siga igual después de haber recibido esa pequeña sobredosis de belleza o de inteligencia. Lo que uno atesora lo cambia. De Rob, de su melomanía, me quedo con la portentosa colección de vinilos, con su ampli de válvulas y con la bendita facultad de saber qué canción colocar en el giradiscos (a mí me gusta más que plato) según las circunstancias del día. Hay días en los que yo no saldría de un disco de los primeros Jam, días de brincos en la boca del estómago. Hay días Stephane Grappelli, días de una dulzura inargumentable que te hacen sentirte a gusto en el mundo y en paz con el prójimo, y mira que son difíciles esas dos cosas. Hoy, después de ver anoche en el plus un trozo de la película de Stephen Frears, que vi hace en su estreno en estricta soledad, he pensado en cómo organizar mi colección de discos. Si los CDs deben seguir colocado aleatoriamente o debo ordenarlos de modo alfabético. A Rob se le ocurrió hacer que su fantástica colección de vinilos (metidos en sus plásticos, colocados vérticalmente para que no se prensen en demasía por el peso) se rigiese por su biografía. Para buscar Landslide, la preciosa canción del Rumours de Fleetwood Mac, no debía pensar en la F de Fleetwood ni en el año 1975, en que fue grabada, sino en el día en que lo compró. Me imagino al bueno de Rob repasando su vida con solo observar el canto de los vinilos con todos los nombres de los álbumes bien visibles, pero no doy con mi propia salvación. Prefiero el caos. Hace mucho tiempo que me rendí en eso de poner al día la base de datos del Microsoft Access. Hay todavía unos pocos de cientos de discos sin registrar. Mi amigo Rafa Padillo sabe de lo que hablo. Nadie como él en este mundo (salvo quizá mi mujer) para entender de qué hablo cuando hablo de una base de datos de discos o de películas. Creo que necesitaría otra vida para estar definitivamente al día y tenerlo todo a mano, bien estabulado, idílico y mío. Ahora mismo si tuviera que escuchar Landslide tiraría de Spotify. En el fondo todos los coleccionista somos un tipos extraños de los que no se puede esperar ningún comportamiento razonable. Si yo tuviera que ordenar mis discos de un modo biográfico, ¿cuál sería el primero? Probablemente el Discovery de la Electric Light Orchestra. Fue el primero de un millón de discos. El último, el que acabo de escuchar y estoy instalando en mi deteriorado disco duro, es el Out of the game del crooner Wainwright. ¿Flojito? Tendré que darle una nueva escucha.