Este relato de Gerardo A. Otero fue elegido como tercer finalista en nuestro Concurso de Colaboradores. De hecho Gerardo ya empieza a participar en nuestro blog activamente. Si, como Gerardo , quieres entrar a formar parte de nuestra ‘nómina’, escríbenos algo original y no publicado en Internet y envíanoslo a infos@zonadejazz.com . Sin más preámbulos damos paso a esta bonita historia.
12 de Octubre del año 2012 (por ejemplo). Además de ser el día de la Hispanidad resulta que es mi aniversario de boda. Más bien, suelo celebrarlo por lo segundo. De hecho, he tenido que recurrir a Google para que me recordase que era el día de la Hispanidad y no el Pilar, por ejemplo.
Nos encontrábamos mi mujer y yo, después de una apropiada cena, tomando una copa en “La Borriquita de Belem”. Había poca gente para ser un viernes, creo recordar que aún era temprano y la música y el bullicio estaban a un nivel que aún te permitía pensar. Así que, apoyados en la barra, y de una manera relajada, dábamos buena cuenta de cada una de nuestra copas entre comentarios de ‘sabediosque’. En un momento de la conversación, de esos en los que haces una pausa, dejas de mirar a la persona con la que hablas mientras jugueteas con la botella del refresco, mis ojos se fueron a una de las paredes del local. Allí, había un cartel. Un folio de color amarillento, ni siquiera llegaba a ser un A4, sencillamente impreso en blanco y negro. Ponía:
“Alejando Vargas y L.A.R. Legido – Babel a las 22:30…”
En ese momento todos los engranajes de mi cabeza se pusieron en acción. L.A.R. Legido, ¿de qué me suena a mi ese nombre? Desde luego Alejandro Vargas no me sonaba de nada (terrible ignorancia la mía en aquel momento) pero, ¿L.A.R. Legido? Soy batería aficionado y, quieras o no, te acaban llegando o haces que te acaben llegando los nombres de los músicos locales, más si compartes instrumento. Pero ese nombre tenía asociada una retahíla de comentarios que, de una manera subconsciente, fueron los culpables de que saltase tal resorte dentro de mi:
• “Ese tío está loco”
• “La primera impresión que te da es vergüenza ajena”
• “Bah, es un cerdo, le escupe a la batería”
• “Se enrolla al instrumento con cinta aislante”
• “Es puro concepto, un privilegiado”
Quería conocerlo. A alguien así tienes que verlo con tus propios ojos y no dejar que los demás te lo cuenten. 22:30, el Babel, … Eran ya las 23h pasadas y el Babel, ¿donde demonios está el Babel? Le pregunté por él al camarero:
• “Ah, está aquí al lado, subes la cuesta del Ámbitus, giras a la derecha y lo tienes a unos cien metros”
Me giré hacia mi mujer y le pregunté si le apetecía acercarse. Ella me miró reticente, se lo veía venir. Sabe como me pongo con la música en directo. No tenía muchas ganas pero, a la tercera, la convencí. Allá fuimos.
He de decir que el Babel es un local de dos plantas en la que, la primera está dedicada al copeteo y al postureo propio de los viernes noche, con una luz apropiada para que cortejados y cortejadores se distingan las facciones. La planta de abajo (al menos los días de concierto) se encuentra casi a oscuras y el ambiente es totalmente diferente. Conforme me iba acercando mi ansiedad iba en aumento y todos mis sentidos se focalizaban en la fuente de sonido. Llegamos al final del primer pase. Allí estaba, echado sobre la caja, sin emitir ningún sonido. En ese momento, Alejandro, jugaba pausadamente con un ostinato que repetía empecinadamente. Poco más nos quedó por ver del primer pase, lo que alimentó mi curiosidad. “¿Será un farsante que se oculta detrás de la expresión corporal para ocultar sus carencias?”. La respuesta, después del descanso.
Aproveché para levantarme y hacer lo que hago siempre que “no me miran”: inspeccionar el set del instrumentista. Tengo especial atracción por los platos y, como suele ser habitual en estos casos o en este tipo de agrupaciones, tienes que deducir su procedencia. Mucho mejor así. Pero, extrañamente, en este caso, lo que más me llamó la atención no fueron los platos, fue lo que había alrededor del instrumento: a primera vista me pareció ver un montón de basura y/o chatarra apilada a un lado, debajo del timbal base. Cuando me acerqué más empecé a distinguir trozos de papel albal, muñecos, juguetes y demás artilugios. Dios mío, ¿qué hace este hombre? Que empiece cuanto antes la segunda parte. Me senté, pedí una copa y, a esperar.
A los pocos minutos los músicos volvieron. Comenzó de nuevo el espectáculo. El primer tema fue como una epifanía. Alejandro dividió su Yamaha CP en dos partes y, mientras con la mano izquierda hacia el bajo (no llevaba sólo la parte rítmica, sino que configuró el instrumento para simular un bajo) con la derecha articulaba melodías endiabladas a una velocidad de vértigo. Luis (L.A.R. Legido) comenzó a desplegar una batería enfurecida de brakes con una técnica apabullante. He visto a Roy Haynes, Alvin Queen, Jack Dejhonette, … en directo y nadie me ha impresionado tanto como Luis. No era sólo la técnica, descomunal, sino como la ejecutaba. La tensión a la que lleva los músculos de su cara es máxima y sus extremidades lo mismo. Casi podías sentir si pie izquierdo martilleando tu hígado. No utilizaba movimientos de más, simplemente era necesario que fuese así. Ese tema fue, sencillamente, brutal. Hasta aquel momento mis acercamientos al “free jazz” habían sido mínimos, los programados en el clubdejazz y poco más. Interiormente siempre trataba de escapar de “esa música” endemoniada.
“Música para perturbados”, la definía un buen amigo mío. Pero aquellas dos personas me abrieron un mundo nuevo. Era un orden establecido dentro de un kaos. Parecía que todas aquellas personas (y digo bien, todas, porque parecía que en la sala había más gente tocando de la que físicamente se apreciaba) iban a su libre albedrío pero, no era necesario ni fijarse demasiado, todo tenía sentido, casi bailable. ¿Pero como he estado todo este tiempo sin descubrir a estos tipos?.
Yo no sé si fueron 10 o 15 minutos los que estuvieron dialogando en el mismo tema. Las dinámicas oscilaban, cierto, pero la contundencia seguía ahí. En cualquier otro momento me hubiera sentido saturado pero, no sé muy bien como, consiguieron que no sucediese así. El fin del tema fue antológico. La dinámica y el tempo se fueron diluyendo poco a poco, hasta que los juguetes comenzaron a entrar en escena. Los sonidos que estos producían al golpear los parches y los platos fueron los encargados de cerrarlo. ¿Forzado? Desde luego que no. Todas y cada una de las cosas que ese chico hacía parecían tener un sentido. La música y la puesta en escena se unían para llevarte a un lugar determinado.
Ya no me acuerdo del número de temas que siguieron tocando. La sensación que tengo es que todo formaba parte de una misma obra, pese a los descansos que pudiera haber que, repito, no recuerdo. Me subí a un tren del que sólo fui capaz de bajar cuando empezaron a recoger los instrumentos.
Mi primer recuerdo de un concierto de Jazz fue ver a Roy Haynes en El Latino haciendo cosas con las baquetas que nunca había visto, menos aún en personas de casi 80 años (de aquellas). Este concierto también quedará grabado en mi memoria como uno de los más impactantes por lo inesperado y por la calidad de los músicos. Y cuando digo calidad quiero hacer hincapié en que no sólo hablo de técnica. Parece que uno tiene que ir a festivales o acudir al cobijo de grandes carteles que ocultan grandes cachés para descubrir algo nuevo, algo auténtico y algo realmente bueno. Y resulta que muchas veces, eso que buscas, lo tienes al lado de casa y, tristemente – para ellos -, por muy poco dinero.
Ah, mi mujer. Me olvidaba. Menudo cabreo. Se ve que no volví a hacerle caso hasta bastante después del concierto. Todo se arregló al día siguiente pero, desde aquella, no hemos vuelto a ir juntos a un concierto. La culpa la tienen Luis y Alejandro.
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Gerardo A. Otero para ZDJ , 2014.