Contemplé, con horror, la escena dantesca. Emergió entre el oleaje convulso, una forma grandiosa, aterradora, la de un auténtico coloso marino, jamás visto antes de ahora…Otra de las convulsas criaturas de la actual evolución planetaria. Un ente producto de mutaciones y alteraciones genéticas inauditas, que sólo Dios sabía de qué rara especie y origen procedía.
Y pensé. Comencé a pensar.A pensar más intensamente de lo que jamás lo había hecho antes, en ocasión alguna.Era mi única arma posible. Un arma invisible e intangible. Un arma que reposaba en el fondo de mi cerebro: mi propio pensamiento.