Las 100 Mejores Películas del Cine Mexicano (XV)

Publicado el 21 noviembre 2011 por Atticus

El Cinematógrafo de los hermanos Lumière llegó a México en tiempos de Profirio Díaz, en 1986, al mismo tiempo que llegaba en todo el mundo meses después de haberse presentado en Francia con sus exhibiciones en el gran café “Boulevard de Capucines” de París, por esta razón y el éxito que tuvo debido a la curiosidad de cómo funcionaba, se crearon las primeras salas de cine que transmitía las imágenes en movimiento de ese novedoso invento, el Cinematógrafo. Los hermanos Lumière mandaron representantes armados de proyectores, aparatos, tomavistas, cintas fílmicas y películas vírgenes, en el caso de México los enviados fueron C.J Bernard y Gabriel Veyre, siendo nuestro país el único de Latinoamérica en que los operadores de los Lumière realizaron una serie de películas como en: Francia, Inglaterra, España, Italia, Túnez, Alemania, entre otros.



En México las primeras películas fueron hechas con personajes de la vida cotidiana uno de los fue el presidente Porfirio Díaz en una monta que realizaba en el Palacio de Chapultepec, favoreciendo la curiosidad de la audiencia. Estas primeras vistas están catalogadas como “cine documental” por ser un simple reflejo de la realidad, todavía sin argumento y sin edición. Otro tipo de cine que se dio en México fue el cine de ficción, éste emplea un argumento, al modo del teatro. En octubre de 1899, el exhibidor mexicano Salvador Toscano filmó una versión muy abreviada de Don Juan Tenorio, también se filmaron cuadros sobre episodios nacionales como Cuauhtémoc, Benito Juárez, Hernán Cortés, Hidalgo y Morelos.
Los cineastas norteamericanos fueron también unos de los principales productores del cine documental en México, ya que a estos les interesa el captar la revolución a través de imágenes en movimiento, para nombrar uno de estos documentos que divulgaron una clara idea de lo que estaba pasando, eran titulados por ellos mismos como por ejemplo el largometraje Barbarous México (1912), donde en México se sentían un poco limitados al querer filmar acerca del tema por los riesgos que se corrían por el dictador Porfirio Díaz, por lo que sus filmes de menores recursos que los de los norteamericanos tuvieron menos difusión en el extranjero.
A principios de 1914, un grupo de camarógrafos estadounidenses cruzaba la frontera de su país con México para ir al encuentro del ejército comandado por Pancho Villa. Su misión consistía en filmar una película en la que se plasmaran sobre todo diversas imágenes procedentes de las campañas militares emprendidas por el revolucionario mexicano. No iban a la aventura, sino resguardados por un contrato firmado por Villa con la Mutual Film Company por $25.000, que autorizaba su trabajo. Por eso, es posible decir que Pancho Villa fue uno de los primeros actores que obtuvo un jugoso contrato con la industria cinematográfica mexicana. Este hecho tiene mucho de anecdótico, pero también de conveniencia para el revolucionario necesitado de armas y comida. Sin embargo, más allá de esa anécdota, importa resaltar que, además de un periodo fundamental de la historia de México, su revolución es un factor de peso incalculable para el desarrollo del arte y la cultura mexicanos, incluido, por supuesto, el cine.



Las películas sonoras llegaron a México en 1929, mismo año en que se llevaron a cabo los primeros experimentos de sincronización entre imágenes y sonido en nuestro país, haciendo llegar el cine mudo a su fin, pero a pesar de sus esfuerzos para la cinematografié nacional, le era difícil compétete con la industria hollywoodense. Aunque la llegada del cineasta soviético Sergei Eisenstein en el año 1930 entusiasmó a la élite cultural mexicana interesada en el cine, pero por otra parte la filmación de ¡Que Viva México! atrajo al distribuidor Juan de la Cruz Alarcón que formó en 1931 la Compañía Nacional Productora de Películas, asociado con el director Gustavo Sáenz de Sicilia y el periodista Carlos Noriega Hope, entre otros. El resultado inmediato de esta alianza fue Santa (Antonio Moreno) en el año 1931, la primera cinta mexicana filmada con sonido óptico y la que inauguraría la etapa industrial en el cine mexicano.
En un segundo momento, la Revolución Mexicana y sus líderes principales resultaron motivos muy atrayentes para filmar cintas con argumento y guion, y con toda la carga subjetiva que ello pudiera significar. Nacionales y extranjeros se propusieron así ofrecer variadas facetas del movimiento armado iniciado en noviembre de 1910. En buena medida, la llamada “época de oro” del cine mexicano se sustentó en las películas que tienen como elemento central a la Revolución Mexicana. Casi todos los grandes actores y actrices de esa época participaron en alguna película argumental basada en aquel gigantesco movimiento popular. La llamada “mejor película” del cine nacional, está ubicada precisamente en el movimiento revolucionario… Pasen y vean.



1.- ¡Vámonos con Pancho Villa! (Fernando de Fuentes, 1935)

Drama social. Durante la revolución mexicana, cinco valientes rancheros admiradores de las hazañas de Pancho Villa, se unen a la célebre División del Norte. Conocidos como los Leones de San Pablo, uno a uno van muriendo, tanto en combate como en situaciones absurdas que dejarán en el único sobreviviente una amarga visión de la lucha revolucionaria…





Fernando de Fuentes Carrau fue un guionista, productor y director de cine mexicano. Dirigió más de 35 películas que destacan por la combinación de habilidades técnicas con un extraordinario sentido de la narrativa visual. Comprometido con una visión realista de lo que fue el movimiento revolucionario en México, filma su llamada trilogía de la Revolución, integrada por El Prisionero 13 (1933), El Compadre Mendoza (1933) y ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935). La crítica especializada ha destacado que los primeros filmes de Fernando de Fuentes se alejaron de la visión folclórica y romántica que imperaría en el cine mexicano sobre la revolución. Ningún intento posterior por mostrar en el cine al mayor conflicto bélico de nuestra historia lograría el efecto que siguen teniendo sus cintas.




Según el prestigiado director Felipe Cazals películas como ¡Vámonos con Pancho Villa! y El Compadre Mendoza "son los pilares absolutos de la historia del cine mexicano. Pilares que contienen elementos documentales, porque casi siempre en el cine mexicano la presencia del elemento documental, mezclado con una situación de ficción, cuando las intenciones son de una actitud critica en verdad de los autores, dan resultados estupendos", dijo.
En ¡Vámonos con Pancho Villa!, el director veracruzano adapta en colaboración de Xavier Villaurrutia el argumento basado en el libro homónimo escrito por Rafael F. Muñoz (que también actúa en la película), que “constituye la mejor adaptación de una novela que haya realizado el cine nacional” según el crítico Jorge Ayala Blanco.
La película es la número 10 en la filmografía de su director, iniciado su rodaje en 1934, concluida en 1935 pero estrenada en 1936, una vez que se había estrenado el drama romántico campirano Allá en el Rancho Grande (Fernando De Fuentes, 1936) que fue uno de los primeros éxitos de taquilla del Cine Mexicano. En aquella película el laureado Gabriel Figueroa tiene a su cargo la dirección de fotografía, labor que repite en ¡Vámonos con Pancho Villa! junto al operador estadounidense Jack Draper. La música de Silvestre Revueltas, quien por cierto hace un original cameo donde interpreta “La Cucaracha” en el piano de una cantina. En esa escena los ánimos se van calentado y algún borracho empieza a disparar, es en ese momento cuando Silvestre despliega un cartel donde pone escrito: “Se suplica no tirarle al pianista”. La producción corre a cargo de Alberto J. Pani, que no escatimó gastos en las escenas de batalla, escenas que para la época nada tienen que pedirle comparadas con su tiempo a clásicos del cine bélico americano de los años 50’s.





Este filme fue realizado en locaciones de Chihuahua, Coahuila, Guanajuato y San Luis Potosí. Fue la primera película de la compañía Clasa Films, y parte del financiamiento se logró gracias a la intervención del gobierno, convirtiéndose en la producción más costosa del cine mexicano hasta ese momento. La cinta recoge las descripciones de la vida diaria de la tropa en un buen nivel (por supuesto con La Adelita como música de fondo). La guarnición apiñada junto a las estaciones del ferrocarril, los revolucionarios trepados en el frente de una máquina o sobre el techo de los trenes en marcha. Amorosamente, de Fuentes cuida los detalles humanos y ambientales. Al pie del vagón se escriben a máquina cartas. Las soldaderas resisten el asedio sexual preparan la comida; además se nos presentan batallas en paisajes de la árida región norte del país, con ametralladoras y cañones enmarcados por cactus y nopales. Son los inicios de Gabriel Figueroa en la cámara. Llama la atención la escena donde uno de los leones es abatido por el ejército federal y cae muerto sobre un maguey, tendido en él, la imagen evoca a Einsenstein y su ¡Qué Viva México!
El escritor Emilio García Riera comentó que ¡Vámonos con Pancho Villa! representa la primera superproducción del cine mexicano: “Costó un millón de pesos, entonces una cifra astronómica, y marcó la introducción de equipo cinematográfico moderno en el cine nacional”. En ella De Fuentes hace una aproximación a la revolución a través de unos personajes llenos de matices, que se convierten en los antihéroes de una historia dramática, narrada en un tono grave y divertido, que dejó un sabor amargo en los espectadores pues no es nada complaciente. Es decir, lejos de mostrar a Pancho Villa como un ídolo o como un ser mítico, el caudillo es presentado como un simple ser humano, un tipo que lo mismo reparte de sus mismas manos el maíz que será sembrado por los campesinos, como lidera las batallas y toma decisiones políticamente poco correctas. Pero la película no se centra en la figura del caudillo, sino que mira y analiza la revolución desde los ojos de un grupo de campesinos que deciden enlistarse en las filas de Villa para poco tiempo después darse cuenta que la guerra no es como la pintan, recorriendo la historia desde muertes gloriosas y heroicas hasta llegar a las trágicas e inútiles, que terminan desencantando a Tiburcio, el protagonista de la historia.






Pero a todo esto ¿cuál es el argumento de la película?
SPOILERS: En 1914, el soldado Miguel Ángel (Ramón Vallarino en su debut cinematográfico) escapa de los azotes que le da un capitán federal suponiéndolo culpable de la muerte de 14 centinelas. Miguel Ángel se reúne con sus amigos Tiburcio Maya (Antonio R. Frausto), Martín Espinosa (Rafael F. Muñóz) y los hermanos Perea: Máximo (Raúl de Anda) y Rodrigo (Carlos López “Chaflán”), que forman el grupo de rancheros apodados Los Leones de San Pablo.
Todos deciden ingresar al ejército de Pancho Villa (Domingo Soler), a quien encuentran repartiendo maíz en un tren. Villa, jugando con el apellido de Miguel Ángel del Toro, lo apoda El Becerrillo. En una batalla, Máximo roba cuna ametralladora enemiga, lazándola en pleno galope, pero es herido y muere cuando Villa lo felicita por su audacia. El siguiente en morir heroicamente es Martín al lanzar granadas a un fortín. Al ir a parlamentar con un general enemigo, Tiburcio, Rodrigo y uno de sus compañeros llamado Melitón (Manuel Tamés) son detenidos. Van a ser ahorcados en la misma línea de fuego; Melitón será el primero en morir, pero el peso de su cuerpo rompe la soga cuando llegan los villistas a salvar a sus compañeros.
En el tiroteo mueren Rodrigo y un joven teniente federal que cumplía con su misión militar. Villa incorpora a Los tres leones restantes a su escolta, “Los Dorados”. En una cantina, los tres se ven obligados a participar en un peligroso juego, la Ruleta Rusa, para eliminar, por superstición, al más cobarde de los trece hombres sentados alrededor de la mesa. Al caer una pistola lanzada al aire, en la oscuridad, la bala hiere a Melitón; quien prefiere suicidarse a soportar la humillación. Camino a Zacatecas, se declara una epidemia de viruela en el tren villista. El Becerrillo enferma y Tiburcio se ve obligado por Villa a matarlo y quemar después el cadáver con todas sus pertenencias.
La cinta termina cuando el último sobreviviente de los Leones, se da cuenta de la inutilidad de sus afanes. La muerte de sus compañeros no ha servido para nada. Camina por la vía del tren como si pisara los cadáveres inermes y rígidos de sus amigos, ultrajados al cabo de una lucha sin sentido, decepcionado se sostiene con las energías que le prestan la acidez y el asco. Camina y se pierde en la oscuridad de la noche…









¡Vámonos con Pancho Villa! no glorifica héroes ni hace una apología de la guerra, por el contrario, Fernando de Fuentes cuenta una historia donde habla de la estupidez de la guerra y de la gratuidad de la crueldad. Hay un diálogo que va más o menos así y que da muestra de las incongruencias de los héroes. Es cuando le preguntan a Pancho Villa si autoriza el fusilamiento de músicos que fueron capturados. En un principio el jefe de la División del Norte responde que como creen, que mejor los incorporen a los batallones pues para algo han de servir y como le responden que ya sobran músicos simplemente responde "Entonces fusílenlos, para qué me preguntan".
El investigador John Mraz sostiene que esta película, en lugar de celebrar los logros de la Revolución Mexicana, demuestra su parte oscura: al principio, los Leones idealizan a Villa como un verdadero justiciero social; la primera vez que lo ven está distribuyendo maíz a los pobres y prometiéndoles tierras. En ese momento, los norteños quedan cautivados con el héroe revolucionario. Sin embargo, a medida que continúa la película se reduce la admiración y acaba por transformarse en decepción. Mraz señala: “En contraste con la gran mayoría de películas sobre Villa, el filme de Fernando de Fuentes es antiépico. Nos enfrenta a la crueldad legendaria de Villa”.
La película no fue censurada por el gobierno de Lázaro Cárdenas. ¿Por qué? De acuerdo con Salvador Elizondo, “el periodo cardenista suele considerarse como uno de libertad considerable y relativamente poca interferencia gubernamental en el cine”. No obstante, Adolfo Gilly, doctor en Estudios Latinoamericanos, añade otra perspectiva: planteaba que para Cárdenas, Villa no formaba parte del “panteón revolucionario”. Este hecho podría indicar que la crítica que hace esta película del Caudillo del Norte en realidad podía responder a intereses oficiales. De cualquier manera, en 1936 existió una necesidad por desmitificar la imagen de Villa y enseñar la otra cara de la Revolución Mexicana: la parte cruda de los héroes que no enseñan los libros de texto.






El reconocimiento a este clásico del cine mexicano llegó varias décadas después de su menospreciado estreno. El rodaje se vio plagado de problemas financieros y una enfermedad del director postergó la filmación durante varios meses. Finalmente, la cinta se estrenó el 31 de diciembre de 1936 en el cine Palacio de la capital mexicana y duró solamente una semana en taquilla. Para entonces, como ya se ha dicho, De Fuentes había lanzado el que sería el primer "taquillazo" del cine mexicano: Allá en el Rancho Grande (estrenada el 6 de octubre de 1936). La popularidad que alcanzó esta cinta estelarizada por Tito Guízar y Esther Fernández eclipsó en su tiempo al poderoso drama sobre el desencanto de la revolución que es ¡Vámonos con Pancho Villa!.
A principios de los sesenta, la crítica y el movimiento cultural de aficionados cinematográficos en México rescataron del olvido la cinta, y se convirtió, junto con El Compadre Mendoza, en referente del mejor cine nacional. La cinta volvió a ser noticia en 1973, cuando la Filmoteca de la UNAM localizó una copia de la película en 16 milímetros muy deteriorada que incluía un final hasta entonces desconocido. En ese final alternativo, Pancho Villa regresa por Tiburcio Maya y le pide que vuelva a combatir en su tropa. Al negarse, Villa mata a su mujer y a su hija. Nuevamente el protagonista se desencanta con Villa en intenta matarlo, un dorado le dispara en la espalda para que no mate al llamado “Centauro de Norte” y se lleva a su pequeño hijo a la revolución. Se ignora si este final fue censurado, aunque es más probable que haya sido el propio De Fuentes quien decidiera eliminarlo por encontrarlo innecesario o demasiado cruel. La película con este final fue transmitida por la televisión mexicana en 1982. Para el crítico e historiador Emilio García Riera, "la película queda mejor con el final comúnmente visto, un final desencantado que redondea bellamente una obra excepcional del cine mexicano."




García Riera comenta en su historia del cine mexicano que si ¡Vámonos con Pancho Villa! hubiera sido el modelo a seguir y no el de Santa (1931), la primera película sonora mexicana, historia de una prostituta redimida, mucho nos hubiéramos ahorrado las películas de ficheras de la década de los setenta y conoceríamos mucho más de la historia de México gracias al Cine.
Dentro de las 100 Mejores Películas del Cine Mexicano (de un conteo que abarca hasta 1994) ¡Vámonos con Pancho Villa! es considerada la número uno, pero no sólo es una de las películas referentes para entender la historia del cine mexicano, sino una obra que abarca un momento importante en México y que gracias a esta trilogía de su director (El Prisionero 13, El Compadre Mendoza y ¡Vámonos con Pancho Villa!), la Revolución tiene un lugar importante dentro de la filmografía nacional.