El número 1 lo ocupa "Qué bello es vivir" (1946), del siempre estimulante Frank Capra. Un canto a la esperanza, que representa lo mejor del espíritu navideño y que ensalza también los valores familiares. Además, cuenta una historia de heroísmo individual, verdaderamente ejemplar, que termina con ese apoyo firme de la comunidad a quien ha gastado su vida en servicio de todos.
El número 2 lo ocupa "Matar a un ruiseñor" (1962), que transmite hermosas lecciones sobre la integridad, la justicia, el sentido del deber, el valor de la familia y la importancia de servir a los demás.
Otras películas incluidas en las primeras posiciones son: "La lista de Schindler" (nº 3, 1993), la historia real de un católico poco ejemplar que, sin embargo, fue capaz de salvar a varios centenares de judíos con altas dosis de generosidad; "Salvar al soldado Ryan" (nº 10, 1998), una cinta de heroísmo y valor, en medio de miserias y debilidades; o "El milagro de Ana Sullivan" (nº 15, 1962), el relato –basado también en un caso real- de una maestra que se empeñó en enseñar a comunicarse a una niña ciega y sorda, y logró un auténtico milagro gracias a su tesón y a su entrega.
Ayer os decía que, aun gustándome mucho este listado del AFI, había algunos puntos que no terminaban de convencerme. En concreto, me parece que el filme "Carros de fuego" está en un lugar demasiado bajo (nº 100, el último lugar), cuando es una historia que rezuma inspiración y espíritu altruista. A la vez, otra cinta más efímera (como "Philadelphia") está claramente aupada para apoyar una causa concreta: el lobby homosexual.
Cuando pienso en esa película, siempre me acuerdo de aquellas palabras del productor David Puttnam, uno de los cineastas europeos más reconocidos en Hollywood: “Recuerdo haber visto 'Un hombre para la eternidad' cientos de veces, no por sus cualidades fílmicas, que las tiene, sino por el efecto que producía en mí: el hecho de permitirme esa enorme presunción de salir del cine pensando: ‘Sí, yo también hubiera dejado que me cortaran la cabeza para salvaguardar un principio’. Sabía de sobra que no era así, y probablemente nunca encontraría a nadie que lo hiciera, pero el cine me permitió ese sentimiento; me permitió que, por un momento, sintiera que todo lo decente que había en mí se había puesto en pie”.