Más o menos conocemos cómo interpretar un silencio administrativo ante una solicitud o recurso frente a una instancia pública. Lo marca la Ley. En unos casos implica que sí y en otros que no.
Lo que no hay es Ley para interpretar el silencio directivo cuando sugerimos a nuestro jefe una idea, una propuesta o una acción concreta… a la que no contesta.
Lo único cierto es que cómo actuemos nos delata. Y eso es bueno tenerlo en cuenta. Diferenciemos las tres actitudes posibles:
- Lo considero un no. Y en consecuencia, no sigo adelante. Esto suele poner de manifiesto una brecha de confianza y de colaboración grande entre mando y subordinado. Mal asunto.
- Espero indefinidamente. El uno por el otro la casa sin barrer. Pensar que la pelota está en el tejado del otro, si además es recíproco, provoca desencuentros a medio plazo. Mal asunto.
- Lo considero un sí. Y a continuación me pongo manos a la obra. Puede que eche de menos ese “adelante” que motive, pero al menos demuestro que tengo claro el objetivo.
Echar la culpa a un jefe de su silencio es fácil, y en ocasiones razonable. Pero aprovechar el silencio para no hacer, es pobre.
A un mando cabe aconsejarle que no aplique el silencio, y que si tiene que decir no, cuanto antes, mejor. Pero a los subordinados, el consejo es que si se encuentran con un silencio, lo tomen como un “sí”. Y hagan dentro de sus posibilidades. Pero que hagan.
Todo camino presenta cruces. Pero no consintamos que la falta de semáforos nos impida avanzar.