Se trata, pues, de un movimiento revolucionario o reformista que se produce por la conexión con la realidad social y política, de la que surge el cuestionamiento socialista de esa realidad y la esperanza de un futuro mejor. Nunca ha sido unmovimiento compacto, sino que ha dado lugar, desde sus orígenes, a doctrinas y corrientes diversas, según el acento valorativo que se hiciera de los cambios a conseguir hacia esa sociedad más justa. Ello motivó la brecha con los movimientos comunistas que se desgajaron de la Internacional Socialista y fundaron la III Internacional o Internacional Comunista. Sus diferencias eran palpables: el socialismo, para Marx y Engels, persigue la socialización de los medios de producción, en la que “cada cual trabaja según sus aptitudes” y “recibe según su rendimiento”. Los comunistas, en cambio, persiguen combatir la desigualdad humana con medidas igualitarias y efectuando la distribución o retribución según las necesidades de cada cual, no por su rendimiento. Desde estas primeras diferencias, y aún desde antes, las almas de estos movimientos políticos están en conflicto y divididas, aunque el fin que persiguen sea idéntico: liberar al ser humano de las condiciones materiales que imposibilitan su desarrollo y realización personal.
Un trauma que también afecta a los socialistas franceses, que acaban de elegir al rebelde militante y exministro Benoit Hamon como candidato a la presidencia de la República de Francia, en vez del ex primer ministro (que dimitió del cargo para competir por el Elíseo), Manuel Valls. A ambos socialismos, francés y español, pero también al inglés, portugués y otros muchos, les atormenta un alma enfrentada en esas dos sensibilidades que cohabitan en el ser socialista: la radical-revolucionaria, siempre crítica con la “desilusión en la realización”, que persigue cambios drásticos (“no es no”, fin de la austeridad, nacionalización de empresas estratégicas, más regulación de los mercados, etc.), y la socialdemócrata, revisionista, a la que se acusa muchas veces de ser el “médico del capitalismo” por su afán reformista y de simple mejoramiento de las condiciones sociales y económicas de la sociedad. De ahí que, tanto en Francia como en España y en todas partes, el debate interno del socialismo siga girando en torno a estas dos sensibilidades que pugnan por representar el auténtico ideal socialista, aunque ambas hace tiempo que renunciaron el objetivo inicial de socializar los medios de producción.
Se decante por lo que se decante, el socialismo no puede, pues, sustraerse de su alma dual enfrentada que mediatiza, generando aceptación o rechazo, cada una de sus decisiones. Justamente, lo que estamos presenciando en la actualidad, tanto en Francia como en España, Inglaterra, Alemania y otros lugares, y de lo que surgirá un socialismo tal vez menos influyente pero igual de esquizofrénico, precisamente cuando más necesaria es su voz para defender a los más necesitados y castigados por las políticas neoliberales que aplica la derecha sin ningún rubor y que contribuyen a aumentar las desigualdades existentes en la sociedad.