Las avispas

Por Protestantes @periodistadigit

ISABEL PAVÓN

En aquel pueblo era pecado mortal no dormir la siesta. Sobre todo, en verano hacía demasiado calor para seguir trajinando a las tres de la tarde. Su tita le ordenó subir a reposar un poco y obedeció. Detrás del postigo de la pequeña ventana que ilustraba el dormitorio de la cámara alta, la niña, apenas recién llegada al lugar, vio cómo la pequeña población de avispas seguía allí, igual que todos los agostos, refugiada del sol como ella, aletargada. ¿Serían las mismas?.

Les tenía miedo. El día antes, mientras jugaba con el agua que se acumulaba en las tinas del lavadero municipal, una de ellas le había picado en la pierna. A traición le había inyectado el veneno que, en pocos minutos, hincharía la zona desprotegida. Pudo arrancarla y la vio volar hacia las flores de los matorrales que cercaba la zona, probablemente para morir allí.

Aunque intentó no llorar, fue inevitable que una cascada de lágrimas brotara de sus ojos. El dolor era intenso. Todavía lo sentía. Las amigas, que poco rato antes habían estado jugando con ella felizmente, rieron a carcajadas. Sintió rabia e indefensión. Sabía que, para ellas, no era más que la señoritinga que llegaba de la capital para ganar peso y buen color. Tan delicada..., tan blanca..., tan fina en sus modales... tan bien vestida..., tan bien hablada..., tan amiga y tan enemiga a la vez. Verla sufrir les producía un incomprensible gozo que no tenían intención de ocultar. Si la picadura del insecto le escocía por fuera, las burlas le punzaban por dentro. No comprendía la actitud de sus iguales.

Puede leer aquí el artículo completo de esta escritora y parte de la Junta de ADECE (Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos) de fe protestante titulado Las avispas