Es probable que sus primeros decretos presidenciales, firmados con todo el bombo mediático posible pero sin el efecto deseado -como la prohibición de entrada en USA de extranjeros de determinados países musulmanes, la construcción del famoso muro fronterizo con México o el desmontaje del “Obamacare” que deja sin seguro médico a millones de norteamericanos-, no guarden ninguna relación con esta inusitada e imprevisible agresividad bélica emprendida por el nuevo comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo, pero transmiten esa sensación. A lo peor, sí. Ante la ineficacia de iniciativas internas, se pone el énfasis en las externas. Todo vale para demostrar que se adoptan iniciativas, aunque no vayan acompañadas de una estrategia ni de ningún plan previo. Nada más fácil militarmente que tirar bombas desde un barco o un avión y volver a la base. Así se empiezan muchas guerras, pero pocas se acaban.
Un acierto de Donald Trump si no se ponderan las consecuencias de su aventurerismo belicista, porque, a los pocos días del bombardeo norteamericano, un atentado con coche bomba causaba más de 168 muertos, entre ellos 68 niños, en una explanada cerca de Alepo donde aguardaban los convoyes que evacuarían a zonas seguras a los civiles y excombatientes de varias poblaciones asediadas. Una nueva matanza indiscriminada y sin necesidad de perpetrar ningún ataque químico. El sátrapa sirio, los rebeldes y los terroristas se ríen de las bombas que tiran los fanfarrones, alimentando, así, la reacción y los motivos de guerra.