El Aquelarre de Francisco Goya
Posiblemente el caso mas famoso de caza de brujas en España. La brujería vasca se encontro con la inquisición en una aldea de montaña llamada “Zugarramurdi”.A principios del siglo XVII, Zugarramurdi era una pequeña aldea agrícola-ganadera de doscientos habitantes ubicada en el Pirineo navarro. La parroquia –en la cual vivian cerca de cien personas entre frailes y criados- dependia del monasterio premonstratense de Urdax.
A finales de 1608 una joven regreso a Zugarramurdi para trabajar como criada y desatar la locura. Habia vivido con sus padres en una localidad costera del Labourd, durante tan solo cuatro años y en donde se habia dejado llevar por historias de aquelarres, para culminar abrazando la brujeria por dieciocho meses. A su retorno a su pueblo natal y una vez instalada, esta joven se dedico a contar sus experiencias sin pudor. El problema comenzo cuando dijo haber visto participar en aquelarres a una vecina llamada María de Jureteguía. La mujer, habia negado rotundamente tal acusacion mas era ya demasiado tarde ya que todos –incluida su familia y marido-, creian la historia de la joven. Al darse cuenta que no habia vuelta atrás, la confesion no se hizo esperar: ella practicaba la brujería desde niña y su tia –María Chipía de Barrenechea- habia sido quien la habia iniciado. Finalmente, sintiendose perseguida formulo una lista con los nombres de las siete mujeres y tres hombres que tambien practicaban las artes negras como ella. Al tomar estado publico, todos ellos se confesaron en la iglesia parroquial y fueron perdonados.
Lejos de quedar en el olvido y el perdon de la comuna, la historia ya habia llegado a oidos del tribunal de la Inquisición de Logroño, que envio a un comisario de la Inquisición en los primeros dias de enero de 1609 para reportar lo que alli estaba sucediendo. Luego que el informe arribara a Logroño el 12 de enero, el tribunal ordeno la detencion y encarcelamiento de cuatro de la brujas que habian confesado. Tras duros interrogatorios las cuatro volvieron a admitir su participación en el arte de la brujería, con la esperanza de ser perdonadas como habia sucedido antes. El 13 de febrero los inquisidores enviaron un reporte de lo que habian averiguado –solicitando ademas, las instrucciones sobre como debian proseguir- al Consejo de la Suprema Inquisición en Madrid. La respuesta llego el 11 de Marzo ordenandoles que llevaran a cabo un cuestionario a las acusadas para determinar la veracidad de la practica que estas habian confesado. Sin embargo, los inquisidores –quienes habian quedado satisfechos con el primer reporte- hicieron caso omiso de las ordenes y continuaron con las torturas. Luego de meses de vejaciones e inhumanos suplicios lograron que las pobres mujeres confeccionaran una lista en la cual –ademas de brujos y brujas- se delataban a niños y niñas menores de 14 años, quienes tambien participaban en los aquelarres. Osculum infame de Francesco Maria Guazzo Aquellos polvos de Francisco de Goya
Con esta información, uno de los inquisidores partio en agosto de 1609 hacia Navarra y desde alli a Logroño para atrapar a los supuestos complices de los brujos y brujas. Pero su primer parada fue en el monasterio de Urdax en donde el abad le confirmo que la zona estaba infestada de brujas y que las personas solian gritar “¡sorgiñak, sorgiñak!” para protegerse de ellas. Desde allí visitó las localidades navarras de Vera de Bidasoa y Lesaca y las guipuzcoanas de Tolosa y San Sebastián.
Toda esta locura llego a oidos del ovispo de Pamplona quien –alarmado por lo que se decia que estaba sucediendo en esa parte de su diócesis- decidio visitar la zona. Este, llego a la conclusión de que tales aberraciones jamas habian sucedido, sino que eran el resultado de historias traidas de Francia por vecinos que cruzaban la frontera para presenciar los juicios y quema de brujas en el Labourd.
En la “Relación” –publicada en la capital de La Rioja por el impresor Juan de Mongastón- el "prado del Cabrón" (o aquelarre en euskera) donde supuestamente se reunían los brujos de Zugarramurdi se situaba “al lado de una cueva o túnel subterráneo de grandes proporciones, verdadera catedral para un culto satánico o pagano simplemente, que está cruzado por el río o arroyo del Infierno, Infernukoerreka, y que tiene una parte donde es tradición que solía estar el trono del Diablo”. Tambien se explicaba con detalle lo que eran capaces de hacer los brujos y brujas: metamorfosis, desencadenaban tempestades que provocaban que los barcos naufragaran, destruían las cosechas o lanzaban maleficios contra campos y bestias, provocaban enfermedades y muerte a traves de polvos e incluso estaban relacionados con el vampirismo.
El domingo 7 de noviembre de 1610 se había congregado en Logroño una gran multitud de gente venida también de Francia para asistir al auto de fe. Se inició con una procesión encabezada por el pendón del Santo Oficio al que seguían mil familiares, comisarios y notarios de la Inquisición —que lucían pendientes de oro y cruces en el pecho— y varios cientos de miembros de las órdenes religiosas. A continuación iba la Santa Cruz verde, insignia de la Inquisición, que fue plantada en lo más alto de un gran cadalso. Aparecieron después veintiún penitentes con un cirio en la mano —y seis de ellos con una soga en la garganta para indicar que habían de ser azotados— y veintiun personas con sambenitos y grandes corozas con aspas, velas y sogas, lo que indicaba que eran reconciliados. A continuación salieron cinco personas portando estatuas de difuntos con sambenitos de relajados, acompañadas de cinco ataúdes que contenían sus huesos desenterrados —se trataba de dos mujeres y dos hombres que se habían negado a reconocer que eran brujas y brujos, y de otra que sí lo había hecho pero que sería quemada por ser una de las instigadoras de la secta-. Seguidamente, aparecieron cuatro mujeres y dos hombres, también con los sambenitos de relajados, que iban a ser entregados al brazo secular para que fueran quemados vivos porque se habían negado a admitir que eran brujas y brujos. Cerraban el cortejo, cuatro secretarios de la Inquisición a caballo acompañados de un burro que portaba un cofre guarnecido de terciopelo que guardaba las sentencias, y los tres inquisidores del tribunal de Logroño, también a caballo. Una vez aposentados en el cadalso los acusados y enfrente los inquisidores, con el estado eclesiástico a su derecha y las autoridades civiles a su izquierda, un inquisidor dominico predicó el sermón y a continuación comenzó la lectura de las sentencias por los secretarios inquisitoriales. La lectura duró tanto que el auto de fe tuvo que alargarse al lunes 8 de noviembre. Dieciocho personas fueron reconciliadas porque confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia del tribunal. Las seis que se resistieron fueron quemadas vivas. Cinco más fueron quemadas en efigie porque que ya habían muerto.
Debido a la dureza de las penas que se aplicaron el de las brujas de Zugarramurdi se convirtió en el proceso más grave de la Inquisición española contra la brujería.
Fuente
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