Son feas, viejas, amigas del diablo, una amenaza para los niños y dominan pociones y hechizos. A pesar de sus formas regionales, las brujas son fácilmente reconocibles por sus rasgos comunes. Y es que, mientras otras criaturas fantásticas no trascienden de su ámbito local, las brujas han tenido la capacidad de extenderse por Europa y alcanzar otros continentes. Teniendo esto en cuenta, ¿cuál es el secreto de su éxito? ¿de dónde surgieron? ¿siempre fueron así?
En esta entrada me centraré en las brujas de los textos que, si bien pueden tener una base en las reales, no tienen por qué ser una representación totalmente fiel de la realidad. Es decir, la ficción puede exagerar, adornar o mostrarnos solo la parte que le interesa.
Mesopotamia
En acadio usaban la palabra kaššāptu para referirse a las brujas y kišpū al arte de la brujería, también llamada ruḫû y rusû aunque su significado tenía distintos matices (en el sentido de infligir un mal o de someter, respectivamente). Estas provenían del sumerio uš ("brujería, saliva, veneno"), quienes también usaban la palabra úḫ ("brujería, saliva, flema"). La bruja realizaba su hechizo con el esputo, igual que el dios Ea insuflaba la vida. El esputo, en analogía de la eyaculación, generaba vida, pero también la contaminaba y enfermaba. Aunque las mujeres y los niños eran quienes más temían ser víctimas de la brujería, las principales víctimas eran los hombres. Este podría ser un sesgo porque los textos están escritos desde el punto de vista masculino.
Aunque en los encantamientos contra brujas es habitual que no se concrete el sexo al desconocer el sujeto quien lo embrujó, ya entonces se solía señalar a una mujer. Esta situación parecía partir de los roles de género. Mientras los sanadores solían ser hombres en el ámbito profesional, las mujeres actuaban de parteras y creaban remedios en el ámbito casero. Además, aunque las mujeres podían actuar profesionalmente en cultos (qadištu y nadītu), estas perdieron prestigio a mediados del segundo milenio antes de nuestra era y pasaron a formar parte del estereotipo de bruja. En algunos casos se hablan de brujos ( bēl dabābi, bēl dīni, bēl amāti o bēl lemutti), pero son menos frecuentes.
Las brujas actuaban sobre hombres y dioses, recitando hechizos, mediante comidas, ungüentos, baños y regalos. Creaban figuras de la víctima con sus efectos personales para destrozarlo, quemarlo, emparedarlo o enterrarlo en una tumba, bajo la estera de una lavandera o en lugares donde fueran pisados, como un puente, umbral o intersección. En ocasiones se les describe en oposición a las siete hijas de Anu que otorgaban aguas curativas, extrayendo agua del mar para traer silencio y muerte por las calles. Además las lideraba la diosa Kanisurra, cercana a Ištar y relacionada con el inframundo.
La pena para las personas acusadas de brujería contra otras personas era la muerte, pero era un crimen difícil de probar. Las falsas acusaciones también estaban penadas.
A pesar de su persecución religiosa a partir del siglo XV, del rechazo del uso de la magia, la adivinación y la nigromancia en la Biblia ( Éxodo 22:18; Levítico 19:26 y 20:27; Deuteronomio 18:10-11; 31 y 20:6; 2 Reyes 21:6 y 23:24; Isaías 8:19 y 19:3; Malaquías 3:5) y de que la brujería fue uno de los males transmitidos a las mujeres por los vigilantes ( 1 Enoc 1-36), hay un caso donde se muestra de forma positiva: la bruja de Endor.
Esta aparece en 1 Samuel, donde Saul pierde su reinado al abrogar las leyes de la Guerra Santa al no exterminar a los amalecitas, quedándose con algunos de sus animales y perdonando la vida a su rey. Aunque Saul defendía que esos animales eran para sacrificárselos a Dios, Samuel respondía que la obediencia era lo primero, por lo que perdía la aprobación divina. Entonces comienza una comparación de las acciones de Saul y de David, quien había huído con los Filisteos. Cuando murió el profeta Samuel, temiendo el avance de los filisteos, buscó una respuesta divina, sin suerte. Por ello, aunque había expulsado a los brujos y brujas de sus tierras, acudió infiltrado a Endor a requerir los servicios de una que le pusiese en contacto con Samuel. Entonces la bruja, que grita ante su presencia, le transmite las palabras de Samuel donde anuncia su muerte inminente.
Por lo demás, el resto de casos son de condena. Tanto mujeres, como Jezabel, como ciudades, como Nínive y Babilonia, son denunciadas por brujería y de pecados sexuales ( 2 Reyes 9:22; Nahúm 3:4).
Grecia-Roma
En la antigua Grecia y Roma tenían distintos términos para referirse a ellas según su ocupación, costumbres o tipo de magia: las que creaban pociones (Griego: pharmakis o pharmakeutria; Latín: venefica o trivenefica), encantamientos (Griego: kēlēteira; Latín: cantatrix or praecantrix), merodeaban cementerios (Griego: Tumbas) o según la magia usada (Griego: perimaktria: quien purifica con magia; telesphoros: quien inicia con magia). Podían ser referidas con el nombre de animales (Latín: Striga o Strix), monstruos (Latín: Lamia), insultos (Latín: Malefica, "Malhechora"o Lupula, "prostituta"), eufemismos (Latín: saga, "sabia", veteratrix, "veterana" o anus, "anciana") o por sus habilidades (Latín: volaticus, "alada, voladora"). Podían ser nombradas con el femenino de la palabra magia (Griego: goēteutria; Latín: maga, aunque este término era más general).
En los relatos clásicos hay muchas mujeres que disponen de la magia: Circe de La Odisea; Medea de Argonáuticas; Simeta de Idilio 2 de Teócrito o Amarilis de Bucólicas; Canidia y Sagana; Enotea del Satiricón; Erictón en Farsalia y Meroe, Panfilia y Fotis en El asno de oro. Sin embargo, la distinción entre bruja, sacerdotisa, diosa y monstruo es difusa, como ocurre con Circe y su ascendencia divina o la posición de Medea como sacerdotisa de Hécate. No obstante, no solo comparten elementos con las brujas, como las pociones y las varitas, sino que en textos posteriores son el paradigma de bruja.
Ya en esta época de la historia nos encontramos varios de los elementos más reconocibles de las brujas. De la relación de la mujer con la naturaleza a través de sus funciones generadoras y de los hombres con la cultura, se identificó a las brujas con la naturaleza. Esta era su morada, como podemos observar en el bosque de Circe o el alejado templo silvestre de Hécate de Medea. Sus recursos, como ingredientes y herramientas, también proceden de ella. Por ello recogen las hierbas en las cumbres a plena noche o usan exóticos ingredientes animales, como las entrañas de lince, joroba de hiena, médula de ciervo alimentado con serpientes, ojos de dragón o cenizas de fénix utilizadas por Erictón de Lucano, aunque también podían usar fluidos y fragmentos humanos. Su asociación con los animales alcanza varios niveles. Mientras Circe tenía lobos, leones y osos en torno a su casa, las brujas de Apuleyo se transformaban en aves, perros y moscas. También pueden compararse, parecerse o comportarse como animales. Eurípides y Séneca comparan la ira de Medea con un toro, una leona, una tigresa y los monstruos Escila y Caribdis. Canidia llevaba serpientes en el pelo y Sagana lo tenía como un erizo de mar o un jabalí furioso, mientras la voz de Erictón sonaba simultáneamente como un perro, un lobo, un búho y una serpiente. Por último, Canidia y Sagana excavan con sus uñas y destrozan un cordero con sus dientes, mientras Erictón que come cadáveres humanos y los desgarra con sus uñas y dientes. Esta identificación con la naturaleza, ajenas a la civilización, coincide con la caracterización de los troles escandinavos, que también inflingían temor. No obstante, las brujas pueden dominar la naturaleza a su voluntad.
Además, se describen a las brujas como mujeres movidas por una lujuria que los hombres no pueden satisfacer, causándoles impotencia. En sus rituales pueden desnudarse y, en vez de acudir a aquelarres como en tradiciones posteriores, volaban transformadas en aves a acechar a sus víctimas. El búho, silencioso y nocturno, era una elección frecuente. Esta metamorfosis se mantuvo en creencias rurales de monstruos híbridos con partes de búho.
Físicamente, las brujas griegas y romanas eran distintas. Mientras las griegas eran jóvenes y atractivas seductoras que protegían a su amado, las romanas son viejas, aterradoras y egoístas. Esta diferencia puede deberse a la mala opinión que tenían los romanos de la magia, que ya en la ley de las XII tablas la condenaba. No obstante, eso no explica por qué los hombres, salvo casos como Alejandro de Abonutico, obtenían opiniones más positivas a pesar de usar la magia. Es posible que se deba a que las mujeres romanas, a diferencia de las griegas, tenían poco poder en la esfera religiosa, por lo que su obtención ilegítima se consideraba peligrosa. Aparte de ello invertían la posición activo-pasivo con los hombres, penetrando su domicilio o su cuerpo, aunque no por los orificios naturales.
Conforme pasan los siglos, las artimañas de las brujas se van haciendo más elaboradas y detalladas. Por otra parte, mientras los hechizos protectores de las brujas más antiguas invocan la acción de los dioses más clásicos como Temis, Artemisa, Zeus, Dice y Helios, las acciones maléficas, vengativas o generalmente dañinas implican a Hécate, Nox, la furia Tisífone o las Keres. De entre todas las brujas, la strix o striga romana es la más bestial, hecho que ya desvela su nombre, que significa "lechuza" o "búho". Esta daría pie a seres como la hag, la estrige, la estirge, la shtriga y el strigoi, de rasgos más vampíricos. Esta asociación de las mujeres con las aves de presa relacionadas con la muerte podría estar relacionada con el Ba egipcio, como ocurre con las sirenas o las harpías.
Cristianismo
En un intento de crear una familia cristiana, la iglesia rechazó los rituales familiares tradicionales y procuró advertir de los peligros de las brujas, calificándolas como borrachas o prostitutas que rompen matrimonios. Procuró jugar en su propio terreno, compitiendo con sus servicios. El bautismo, la eucaristía, la señal de la cruz, los rituales sacramentales y los cultos a mártires y santos se ofrecieron como alternativas a los rituales y herramientas tradicionales. Aunque el rechazo se mantuvo durante siglos, a partir de la década de 1430 comienzan las quemas de brujas que originaron muchas más características típicas de las brujas, como los aquelarres con el diablo en forma de macho cabrío.
Las descripciones de los aquelarres aparecieron en el Formicarius (1435-37) del teólogo Johannes Nider, en Ut magorum et maleficiorum errores manifesti ignorantibus fiant (c. 1436) del juez Claude Tholosan, el anónimo Errores Gazariorum y el informe del cronista Johann Frund sobre las brujas del cantón de Valais (1438). No obstante, la obra determinante en la caza de brujas fue el Malleus Maleficarum (1486).
Mientras las élites veían en ellos la amenaza de la sublevación, de pactos demoniacos y de necromancia, el pueblo creía que las brujas volaban a sus reuniones, fenómeno que las autoridades señalaban como una ilusión diabólica. Esa asociación demoniaca parece ser un intento de inquisidores y religiosos de explicar las herejías, que acusaban como adamismo, luciferismo e incluso judaísmo. Estos solían ser ejemplos de magia simpática, es decir, de imitación, como mojar una escoba en agua para que llueva o clavar un cuchillo en la pared y "ordeñar" el mango para robarle leche a la vaca del vecino. Pese la ello, las autoridades interpretaban que siempre tenían un demonio cerca listo para cumplir sus deseos con el mínimo gesto. Este sería la base del espíritu familiar.
Los aquelarres tendrían la función de aumentar los conocimientos mágicos de las brujas a cambios de sacrificios de miembros, niños y la lealtad a Satán y su rechazo a Cristo. Uno de los gestos de lealtad que describe el Errores Gazariorum es el Osculum infame, un beso en el ano del diablo, y la promesa de entregarle sus miembros tras morir. En torno a los Alpes, donde se iniciaron las cazas de brujas, la Cacería Salvaje, tradicionalmente liderada por Wotan (Odín), habría estado compuesta por espíritus generalmente femeninos que unían a los vivos a sus filas. Esta creencia se relacionaría con las brujas que posteriormente volaban a los aquelarres.
Con el descubrimiento de América algunas de estas creencias se trasladarían al Nuevo Mundo. Francisco Nuñez de la Vega (1634-1706) describe que las brujas mexicanas no siguen las indicaciones del diablo, aunque sean sus aliadas, y que se transforman en tigres, leones, toros, destellos de luz y bolas de fuego. En las leyendas mexicanas, como la del tlacique, y peruanas, se quitaban las piernas y/o los ojos para transformarse, pudiendo usarse este momento para deshacerse de ellos y librarse de la amenaza. Además se transformaban en animales locales, como el pavo en el caso de la guajolota. Esta amputación es común con Lamia, que al no poder cerrar los ojos, se los arrancaba para descansar.
Una perspectiva es que las brujas derivaban de un antiguo culto matriarcal a una diosa primitiva de la vida y la muerte (Estos aspectos no serían opuestos, sino parte de un todo). La iconografía de esta diosa serían aves y serpientes, usándose individual o conjuntamente. Los detalles del culto de esta diosa habrían permanecido como vestigios en otras religiones. Por ejemplo, el embarazo de Ereshkigal, diosa del inframundo, en el mito de El descenso de Inanna al inframundo aludiría a esa doble naturaleza, la unión de la vida y la muerte. La propia Inanna sería otro vestigio, al ser diosa del amor y la guerra. También permanecerían en la actualidad en la hindú Deví, manifestación tanto de diosas más letales, como Kali y Durga, como benéficas, como Parvati.
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