“Es duro ser madre y trabajar ocho horas por día, lidiar con tareas de los chicos, con la casa, hasta con las malditas mascotas, hacer dieta, caer de vez en cuando en un gimnasio y saber que al menos una noche a la semana tienes que coger con tu marido… No te digo que la paso mal, no, tengo algún que otro orgasmo, pero no sé, no me emociona, no es algo que yo propongo, últimamente prefiero un buen libro y un té…”
Y como para darte la razón al primer reclamo, me doy cuenta de que estoy con la cabeza metida en el celular, leyendo ese texto. Levanto la mirada y me encuentro con la tuya, que me asesina. ¿Ves? Me dices. Te digo que no, que estaba buscando algo para mostrarte. Pienso que estaría bueno que veas que esta falta de deseo no es un problema mío, ni un problema de nosotros solamente, que le pasa a todo el mundo en ciertos momentos. Pero entonces me imagino la conversación en la que te digo que lo leí en un cuento y vos me respondes tan racional y correcto que eso es ficción, y que aun cuando fuera cierto, la mina estaría más justificada que yo por andar todo el día corriendo tras de los hijos, mientras que yo no los tengo. Entonces decidí no decir nada, porque esa respuesta hubiera sido demasiado dolorosa para mí. Vuelvo a pensar en decirte solamente que es algo que le pasa a todo el mundo, no solo a nosotros, y que en realidad es algo mío, de mis hormonas o que se yo, que no tiene nada que ver con vos… pero en realidad no estoy tan segura. Me quedo callada mirando la nada y vos, con una expresión casi feliz por haber tenido la última palabra. Pero ya repartiste las cartas, y yo sé que ahora no queda otra que jugar la partida.