Las cenizas de El País

Publicado el 08 julio 2014 por Abel Ros

El buque insignia del grupo Prisa ha roto con el compromiso "rojo" de los tiempos aznarianos


omo sabéis cada día leo un periódico diferente. Hago esto para mantener el espíritu crítico, alejado de los sesgos que supone la lectura de una prensa repetida. Gracias a esta diversidad de enfoques consigo contrastar el tratamiento de los hechos y, llegar así, a una composición más real de la verdad. Hace años era un lector asiduo de El País. Era tan fiel a sus noticias, tribunas y columnas que cuando no quedaban ejemplares en el quiosco de Andrés, prefería darme media vuelta e irme a casa con las manos vacías. Me resultaba incómodo leer el ABC, La Razón o El Mundo de Pedro Jota (ahora de Casimiro), porque sus líneas editoriales no comulgaban con mis preferencias progresistas. El domingo, para no ir más lejos, compré El País. Lo compré, les decía, y lo comparé con el periódico que tanto defendí en los mentidores de la calle. Hoy en día, la verdad sea dicha, el buque insignia del grupo Prisa ha roto con el compromiso "rojo" de los tiempos aznarianos. Entre sus páginas eché de menos los artículos de Maruja Torres; las crónicas de Javier Valenzuela; los relatos bélicos de Ramón Lobo y Mercedes Gomis; los renglones salmón de Santiago Carcar Romera y María Isabel Lafont. Las únicas alegrías que recibí, mientras leía entre las cenizas de El País, fueron los artículos de Cercas y Marías. Y cómo no, la columna de cierre del célebre Vicent.

Desde que El País hizo el ERE, hace casi dos años, su línea editorial ha cambiado drásticamente. Ha cambiado hasta tal punto que si a algunos ejemplares, publicados recientemente, les suprimimos el rótulo de la portada, no sabríamos distinguir si se trata de un periódico de la caverna o un rotatorio progresista. Desde que Antonio Caño cogió las riendas del periódico, hace cinco meses, y sustituyó a Javier Moreno, la derechización del medio ha sido un secreto a voces. Ha sido un secreto a voces, les decía, porque las filas de Cebrián han bajado la crítica al gobierno de Rajoy. "Algo habrá tenido que ver en este trato cortés – dicen las malas lenguas de la Yuste Madrileña – la estrecha amistad que existe entre el presidente del grupo Prisa y la vicepresidenta del Gobierno, la señora Soraya Sáenz de Santamaría". Tan sólidos son los lazos de amistad entre El País y el Ejecutivo que hasta el propio Rajoy ha escrito, recientemente, una tribuna en las páginas de Caño. Fenómeno que no sucedía, recuerden, desde la guerra fría entre Aznar y El País por el caso Sogecable.  

El artículo: "Leonor se convierte en princesa", publicado el pasado día 4 de junio por El País, y la defensa de la Monarquía como forma de Estado, tras la abdicación del Rey, ponen en evidencia "el giro a la tradición" de un periódico que siempre estuvo al lado del progreso. Un periódico que nunca tiró piedras contra su propio tejado y defendió hasta la médula los intereses de sus lectores.

Este giro a la tradición, o dicho en otros términos, esta derechización del buque insignia de la izquierda perjudica seriamente a la estructura mediática de nuestra democracia. Una democracia contada por un "cuarto poder" de ideología conservadora que enturbia la pluralidad ideológica defendida por la Carta Magna. Actualmente, "los tigres de papel" ostentan el monopolio de la opinión pública mediante líneas editoriales de corte neoliberal, acordes con los intereses de la burguesía y acríticas con las políticas del Ejecutivo. Solamente en la dimensión digital encontramos medios como El Diario.es de Ignacio Escolar o El Plural de Sopena, que compensan el "cambio de chaqueta" que se ha producido en el seno de El País. El servilismo de algunos medios a los intereses del capital les impide desarrollar la función periodística con el rigor y la fidelidad hacia una información objetiva y desprovista de intenciones, omisiones e insinuaciones. Una información, les decía, exenta de adjetivos y sin sombras amarillas, servida a un lector aburrido de leer a diario una prensa predecible. 

Así las cosas, desde El Rincón de la Crítica debemos reflexionar sobre el modelo periodístico que queremos para nuestra cuestionada democracia. Debemos elegir entre un modelo occidental basado en  el oligopolio de grandes dinosaurios -mantenidos por los intereses de la burguesía – o, por un modelo basado en cientos de felinos financiados por la comunidad lectora. El primer modelo responde al que tenemos. Una parrilla de cinco medios – ABC, El País, La Razón y El Mundo – que se reparten la tarta del mercado y, una minoría de pequeñas cabeceras que sobreviven, a duras penas, con las migajas de los poderosos. El segundo modelo, como les decía, está basado en una oferta diversa de medios especializados y financiados por sus socios, los lectores. Pagar por leer – mediante suscripciones – sería lo recomendable para que la prensa no perdiera el espíritu crítico de antaño. Gracias al sostenimiento de tales medios por una masa crítica de lectores exigentes, la prensa se convertirían en un servicio público al servicio de la soberanía lectora. Una soberanía con capacidad para crear una opinión pública orquestada desde abajo, que rompiera, de una vez por todas, el romance existente entre política y periodismo.

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