Las chicas - Emma Cline

Publicado el 20 octubre 2016 por Rusta @RustaDevoradora

Leído en la edición en catalán de la misma editorial (trad. Ernest Riera).

El fenómeno de Las chicas (2016), la primera novela de la californiana Emma Cline (1989), empezó mucho antes de que el libro llegara a las librerías: un adelanto de dos millones de dólares, derechos de traducción vendidos a treinta y cinco países y una posible adaptación al cine a cargo del oscarizado productor Scott Rudin. Había tantas expectativas como recelos, aún más si cabe porque se inspira en la " familia Manson", cuyos crímenes conmocionaron Estados Unidos el verano de 1969. Con todo, la autora no pretende novelizar el suceso ni hacer de él un A sangre fría, sino que lo utiliza como pretexto para dar voz a una adolescente que mariposea con la secta, pero no llega a formar parte de su núcleo y no participa en los asesinatos. Cline, de hecho, cambia los nombres de los implicados y otros detalles para dejar claro que no busca la reconstrucción fiel. El quid del libro reside en el coming-of-age de la protagonista: cómo la juvenil búsqueda de sentido se topa con una comuna peligrosa.

La mayor parte de la novela se centra en las vivencias de 1969, narradas en primera persona por Evie, la chica que se adentró en el rancho de Russell, músico frustrado y gurú. De forma paralela, una Evie de mediana edad relata su situación actual, cuatro décadas después. Es una mujer que no ha conseguido encauzar su vida, vive de los beneficios que le reportan las películas de su abuela, una actriz reconocida, y ocupa el apartamento de un amigo. El hijo de este, acompañado por su novia, se presenta de improviso y Evie convive por unos días con la pareja. La rebeldía de los muchachos, la fragilidad de la chica, así como la curiosidad de ambos por su pasado en la secta -la fama de los asesinatos ha trascendido generaciones-, reaviva la memoria de Evie, que reconoce su yo adolescente en la inseguridad de la chica que aún no controla su feminidad. La actitud de él, que antaño fue un niño dócil pero ahora ha dejado los estudios y trafica con drogas, también recuerda a la "desviación" del camino recto que sufrió Evie aquel verano. Con este acertado planteamiento a dos tiempos, Cline mantiene la tensión -los capítulos en presente funcionan como interludios, retrasan la acción principal mientras acrecientan el interés al dejar caer migajas de información- y pone de relieve que los conflictos de la Evie adolescente, a pesar de la exclusividad de la secta, son atemporales.

En la California de 1969, Evie tiene catorce años y es hija única de padres acomodados que se han divorciado hace poco. Su único lazo más allá del hogar es su mejor amiga, la de toda la vida, una chica tranquila con quien nunca hace nada emocionante. Evie se percibe a sí misma como una persona mediocre: no es especialmente guapa, no destaca en los estudios ni tiene ninguna habilidad fuera de lo común. Esto, para una adolescente alimentada con los mensajes de la cultura popular sobre lo que debe ser una mujer, genera un fuerte desarraigo ("Esperaba que alguien me dijera qué tenía yo de bueno. [...] Todo el tiempo que había empleado en prepararme, los artículos que me decían que la vida solo era una sala de espera hasta que alguien se fijaba en ti", p. 32). En medio de esta pérdida de rumbo, se fija en unas chicas de aspecto andrajoso que se divierten en el parque; su descaro llama su atención. Así empieza la fascinación por las chicas de Russell. El descuido de los padres, fruto de la separación -él se ha marchado con una veinteañera; ella trata de recuperar el tiempo perdido con nuevas aficiones y un novio-, acrecienta el descontrol en Evie y le da alas para entrar y salir a su antojo. Y todo ocurre en verano, época de cambio, de aprendizaje, de perversión.

En esta búsqueda de identidad, Cline construye el discurso de la muchacha que necesita una pertenencia y la encuentra en una secta, sin ser consciente de dónde se mete. Evie reúne dos características de la psicología de una adolescente: la inseguridad y el deseo de rebelión. Con respecto a lo primero, Cline, con una capacidad de observación extraordinaria, enfatiza las diferencias de género que ponen a una chica en una posición más vulnerable: la presión en cuanto al cuerpo y las relaciones con los hombres, las ganas de crecer deprisa, la concepción idealizada del amor. La afinidad por el movimiento antisistema, por otro lado, surge del malestar en su ambiente cotidiano -los padres, la amiga, el colegio- y la atracción por lo prohibido de las chicas de Russell. La integración en el rancho se produce con una mezcla de miedo y seducción: no conoce los engranajes de la secta, es más una huésped que un miembro fijo, pero el contraste de este singular universo con su entorno la embriaga (" mi vida había adquirido un relieve marcado, misterioso, que revelaba un mundo más allá del mundo conocido, el paisaje oculto detrás del mueble de la biblioteca", p. 174) . La prosa lírica y sensitiva de Cline capta con precisión los matices de la transformación de Evie.

La elección del punto de vista es inteligente, dado que proporciona una mirada hasta cierto punto "externa" a la secta. Evie convive en el rancho sin convertirse en una actriz principal del mismo. Se mueve entre la adhesión ciega y el recelo, de ella hacia los demás, pero también de los demás hacia ella, que ven en Evie a una niña bien de quien tal vez no pueden fiarse. El lector no conoce lo que pasa por la mente de las otras chicas, sus desarraigos particulares, por qué acabaron ahí; Cline, sutil, usa la insinuación para mantener el interés, sugiere pero no explicita nada, encandila al lector como las chicas de Russell encandilan a la protagonista. Evie es una observadora que, aun con su alejamiento de la familia, no ha perdido por completo las raíces de una vida ordenada. Tiene reparos a la hora de cometer imprudencias, no ha llegado a la inconsciencia del resto ("Era difícil saber cómo actuar sin los gestos y las formas habituales de la buena educación. No estaba segura de saber qué otras normas me tenían que guiar", p. 74). Y, sin embargo, está muy, muy cerca de ellos. La Evie madura, en su retrospección, se pregunta qué habría ocurrido si ella hubiera estado en el escenario del crimen -otro motivo que justifica la voz en presente-.

La amistad entre las chicas es otro plato fuerte de la novela, no en vano el título las alude solo a ellas, en detrimento del líder de la comunidad. La autora desgrana con ojo clínico las particularidades de las relaciones entre jóvenes: la tendencia a "evaluar" a la otra de inmediato, a compararse, ponerse en valor. Más que suscitar una reflexión de hondo calado, Cline sobresale en la descripción de sensaciones, es decir, de impresiones momentáneas que pasan por la cabeza de Evie al interactuar. Entre las chicas del rancho, destaca Suzanne, la cabecilla, por quien la narradora siente verdadera fascinación. Tiene cinco años más que Evie, y se notan: más seguridad en sí misma, mayor conciencia de su feminidad, mayor control de las relaciones íntimas. Una mujer que, como consecuencia de su estancia prolongada en el rancho, se ha acostumbrado a vivir en un desorden permanente, sin tabús, sin reparos: "Rompía los límites para hacerme saber que no existían" (p. 200). Evie, ingenua y retraída, se rinde ante ella. Suzanne adopta un rol dominante, maneja a la otra a su antojo, tan pronto le da como le quita. No obstante, la relación está teñida de ambigüedad, se intuyen celos por ambas partes, tiranteces, aunque también una unión poderosa en determinados momentos.

Russell, el gurú, tiene un papel secundario, pero su presencia sirve para contraponer los roles de género y denunciar la subordinación de las chicas en el contexto de la secta. "Él lo podía hacer, eso. Cambiar para encajar con la persona, como el agua que adopta la forma de cualquier recipiente que ocupe. Podía ser todas esas cosas al mismo tiempo. [...] El hombre que lo conseguía todo gratis" (p. 191). Él decide, él manda. Y ellas revolotean a su alrededor. Cline sugiere que las jóvenes son más proclives a caer en manos del embaucador porque su falta de autoestima -resultante de la presión social- les hace confundir la manipulación con un afecto sincero, el afecto que tanto anhelan. Además, en el rancho adquieren una aparente libertad en cuanto a sexo y drogas que, en una sociedad con el feminismo en pañales, para una chica solo era posible en determinados ambientes juveniles. Se hacen muchas reflexiones en esta línea: "Pobres chicas. El mundo las engorda con la promesa de amor. Cuánto lo necesitan, y qué poco recibirán jamás la mayoría de ellas. Las canciones pop empalagosas, los vestidos descritos en los catálogos con palabras como "atardecer" y "París". Y luego les arrebatan sus sueños con una fuerza violentísima; la mano tirando de los botones de los vaqueros, nadie mirando al hombre que le grita a su novia en el autobús" (p. 149).

El aprendizaje se extiende al ámbito doméstico. Cline acierta al no despegar por completo a la protagonista de su familia: le resulta útil para la historia, para que Evie no se entregue del todo a la secta, y a la vez le permite concretar la evolución en su forma de entender a los adultos. En la niñez, los padres parecen dioses a ojos de sus hijos. En la adolescencia, los muchachos se rebelan a su control. En su iniciación a la vida adulta, Evie aprende a ver a sus padres como dos personas con defectos, sin juzgarlas por ello. Reconoce los puntos débiles de su madre, una mujer que sacrificó muchas experiencias y ahora trata de aprovechar el tiempo. "Perdona" el abandono de su padre, porque al fin y al cabo uno no siempre desea lo que se considera correcto, y Evie lo ha comprobado en sus carnes ("Querías cosas, y no lo podías evitar, porque solo existía tu vida, cuando te despertabas lo hacías solo contigo mismo, ¿y cómo podías decirte a ti mismo que aquello que querías no estaba bien?", p. 271).

La cuidada estructura culmina en un final redondo y sugerente, tanto para la Evie adolescente como para la Evie adulta, en quien el recuerdo de aquel verano permanece inquebrantable. Aun así, y a pesar de sus muchos aciertos en el retrato de la psicología adolescente, sería excesivo calificar Las chicas de sobresaliente. Cline tiene un estilo rico, pródigo en metáforas e imágenes poderosas, que se recrea lo justo en las morbosidades y es hábil con el diálogo; una artesana de las palabras, atenta al detalle. Esto, que a priori es lo que hace del libro una obra de buen nivel literario, se vuelve un lastre por momentos: tiene la escritura redicha de una autora novel que siente la necesidad de demostrar su talento en cada página. La prosa no termina de fluir con la suficiente naturalidad, aunque seguro que sabrá pulirla en su próximo trabajo, cuando haya ganado confianza. Por otra parte, cabe preguntarse hasta qué punto la elección de la "familia Manson" en particular responde a intereses comerciales. Por el tratamiento dado, en el que prima el aprendizaje de la chica sobre los acontecimientos, podría haber sido cualquier otra secta o banda criminal anónima la que absorbiera a la protagonista.

Con todo, Las chicas es un debut más que notable, que destaca por méritos propios entre las novedades de este año. Cline narra la pérdida de inocencia de una adolescente haciendo énfasis en la perspectiva de género en las relaciones con su entorno: los matices de la amistad entre chicas, el descubrimiento de los hombres, la libertad manipulada de la secta, la comprensión progresiva del mundo de los adultos. Lo hace, además, con una historia de tensión creciente que muestra a la perfección el proceso por el que una muchacha anodina llega a sentir atracción por el microcosmos perverso pero embriagador de la comunidad. Esto no es un entrenamiento para el futuro: Cline ya sabe escribir una novela, una novela que se lee con fruición y se cierra con admiración. Tiene buen ritmo, un desarrollo logrado, temas que no caducan y dos personajes memorables (Evie y Suzanne). Ojalá sea el comienzo de una gran carrera.