Yo misma flipando en la tienda, dibujada por Sika.
Durante los últimos meses, he tenido la oportunidad de trabajar en el sector videojuegos. En ventas, de cara al público; no como parte del equipo técnico, creativo o de comunicación (¡ojalá!). Y durante este tiempo, he observado ciertos comportamientos comunes en algunos de los clientes:
- Las mujeres no-gamers prefieren hablar con una dependienta antes que con los chicos
- Las mujeres no-gamers creen que los videojuegos rezuman testosterona
- Los hombres asumen que la chica está en la tienda para hacer bonito
- Los adultos creen que los dependientes de una tienda están ahí para hacer de canguros
- Los niños creen que los dependientes lo saben todo
- Los niños creen que los dependientes no saben nada
Absurdas generalizaciones que, como habréis observado (¡ah, mis avispados lectores!), se contradicen a menudo. Pero es lo bello del ser humano (?).
Todo esto viene a ciertas experiencias que he vivido en la zona de videojuegos de la tienda. Procedo a explicaros la primera a continuación:
1. Las mujeres prefieren hablar con una dependienta
Y no sólo es eso. Cuando llega una señora de mediana edad a la tienda, y tú eres la única chica dependienta, se dirige hacia ti con paso decidido. “Yo es que no entiendo mucho de juegos”, suele justificarse. “No pasa nada, señora; yo le explico lo que necesite”, contestas, cumpliendo tu papel.
Craso error. La señora se emociona. Siente la necesidad de demostrar a su hijo, a su hermano, marido o, en definitiva, acompañante varón, que las mujeres también podemos entender de videojuegos.
En ese momento, te conviertes en la representante de todas las jugonas del mundo. Y la responsabilidad de demostrar que no somos unas mancas inútiles ni unas posers cae, pesadamente, sobre tus hombros.
Curiosamente, es cierto que la naturaleza no nos ha hecho con limitaciones para entender lo que es un píxel, cómo mover un joystick o, incluso, introducir el disco en la consola (¡benditas seamos las mujeres del S.XXI! Porque, esperad, todavía se puede llamar “disco”, ¿verdad?), pero comprender lo que quiere la señora es, en ocasiones, una tarea imposible.
Las siguientes peticiones formaron parte de mi realidad en la tienda:
-Dame unos cascos que están en la web por una oferta de 29’99 euros. No, no sé cómo se llaman. No, no se me ha ocurrido apuntar el nombre.
Solución: buscar uno a uno los cascos disponibles. Resultado: es una oferta sólo para web.
-¿Este juego es muy difícil?
Juego random donde los haya; si su creador no recuerda ni tan siquiera haberlo hecho, ¿qué sé yo? Además, ¿difícil? ¿Para quién, exactamente? Hablemos de sus capacidades físicas y mentales…
-Mi hijo se queda encallado en la tercera pantalla del Turbo de Wii. Por favor, dile lo que tiene que hacer para que me deje en paz.
Comprarse otra consola.
-Mi hijo tiene 14 años. ¿Le va a pasar algo si juega a un juego que pone que es para mayores de 18?
No lo sé. ¿Ha leído las instrucciones del niño?
Los medios de comunicación dirían que matará a su familia con una katana.
-Mi hijo de 8 años sólo juega a juegos violentos. ¿Qué puedo hacer?
Comprarle juegos apropiados para su edad. ¡Por el amor de Big Boss, tiene 8 años! ¡No puede tener muchas fuentes de ingresos desconocidas!
Intentas salir del paso como puedes, buscando por todos los medios una respuesta coherente y satisfactoria. Eres la representante de toda jugona habida y por haber. Es el equivalente del poderosísimo “a que no hay huevos” para una gamer, así que lo das todo, aunque por dentro estés deseando darte un cabezazo contra el mostrador.
En cualquier caso, me resulta muy curiosa la cantidad de madres preocupadas que vienen a comprar juegos. Y no sé si les da confianza encontrarse con una chica o realmente el sector les resulta tremendamente oscuro y peligroso. O ambas.
Por cierto, ¿alguien sabe cómo pasarse el Turbo?