Aunque aún no mediado, el XXI ya era candidato a convertirse en el siglo más mierdoso de la historia. Nadie recordaba cómo había empezado el declive. De repente, algo se había roto. Todos siguieron haciendo lo que siempre habían hecho, pero llegó un momento en que no fue suficiente. Lucharon con valentía; después, se entregaron a una desesperación decorosa; por último, acabó instalándose una tristeza inmanente, irremediable. Durante siglos esperaron con terror el fin del mundo; ahora, era como si el fin ya se hubiese producido a escondidas y no hubiera nada que esperar. Seguían adelante por inercia, por costumbre, por cansancio, las caras apagadas, poscoitales.
Elijo este fragmento a modo de toma de contacto con Las chimeneas ya no echan humo (2016), la novela más reciente, y la primera que se traduce al castellano, del escritor e ingeniero italiano Paolo Zardi (Padua, 1970). Siguiendo los pasos de un padre de familia de clase media para quien la vida da un giro trágico, el autor construye una realidad social en la que la crisis económica se ha instalado en Occidente como un estado natural de las cosas; una burbuja rota entre cuyos pedazos las personas corrientes tratan de seguir adelante a pesar de todo, intentando superar la nostalgia por aquel optimismo del siglo XX tardío. Esto ocurre en un mundo en el que los países de Extremo Oriente y Latinoamérica protagonizan la actualidad internacional (una crítica punzante a los que ahora manejan el cotarro), el País Vasco tiene su propia república (en tiempos de incertidumbre, aumentan los nacionalismos) y la pena de muerte se extiende alrededor del globo, síntoma definitivo de que la antigua civilización del «Primer mundo» ha perdido su identidad. Con este planteamiento distópico, que entronca con otras distopías literarias recientes, como Inercia (2014), de Ariadna G. García —ambas comparten el pesimismo contemporáneo, la creencia de que la sociedad occidental tal y como se ha entendido hasta el momento está abocada al desastre y necesita el revulsivo de las acciones individuales—, Zardi ha logrado ser finalista del Premio Strega.El panorama internacional, no obstante, es solo el contexto, el telón de fondo que pone de manifiesto que la rueda de la historia ha girado un poco más con respecto al presente (la narración de la precariedad bien podría confundirse con una novela realista). La atención del autor está puesta en la actividad cotidiana e íntima; la microhistoria de una familia que, como el mundo, también se desmorona sin que el protagonista sepa determinar cuándo, cómo y por qué se comenzó a resquebrajar. Él es un hombre de mediana edad, casado y con dos hijos, que se considera afortunado hasta cierto punto porque ha sacado adelante el trabajo mientras la mayoría se venía abajo. No se le pone nombre: hay un intento de hacer de él un hombre anodino, del tipo que va siempre apurado pero va tirando, fiel a los suyos. Su esposa y sus hijos, en cambio, sí que tienen nombre propio. Es la mujer quien, de manera involuntaria, desencadena la desgracia: se queda en coma tras sufrir un ictus. Su futuro, como el de la humanidad, es una incógnita, y esta incógnita, este no saber, es el rasgo distintivo de la sociedad representada en la obra. El protagonista debe acostumbrarse a hacerse cargo de los hijos él solo; la vida sigue adelante aunque para él se haya quedado medio vacía.Todavía hay más: con su esposa en coma, el hombre hace un descubrimiento inesperado en relación con ella que amenaza con debilitar los cimientos de su matrimonio. A partir de aquí, su motivación será averiguar, un poco como en las novelas de intriga, quién es en realidad su mujer. O, mejor dicho, quién es ella en su ausencia, con quién se relaciona, qué tensiones arrastra del pasado. No se trata tanto de crear un misterio como de aprovechar el desconcierto ante el hallazgo para plantear una reflexión ligada al ambiente general de esta distopía: son tiempos de duda, de sospecha, de falta de solidez en todos los ámbitos (sentimental, familiar, profesional, político). Paolo Zardi, además, pone de relieve la dificultad de llegar a conocer de verdad a alguien, incluso a las personas más próximas: el protagonista tenía sensación de control sobre su existencia, y de pronto se da cuenta de que no era así, de que tal vez nunca fue así. Por su mujer, pero también por los niños: la hija, adolescente, experimenta los cambios propios de la edad; empieza a dejar de ser una niña ante sus ojos, a escapársele, por así decirlo, sin que él pueda contenerla como cuando era más pequeña.
Paolo Zardi